Por: Darío Valle Risoto
En la profundidad del frío hiriente
cuando los cuerpos se vuelven piedra
aún oculto, extraño, diminuto... habita
aquel lejano latido y esa levísima respiración.
Teníamos tanto para darnos
y te volviste fría como un peñasco de mares norteños
acantilado, niebla, angustia desgajada en raíces perladas
en la profundidad de todos los inviernos.
Me muerdes dejándome lamparones de fuego
fuego frío...azul, con tintes de sangre coagulada
eres tan limpida como la porcelana helada
como la montaña que alguna vez nos prometimos conquistar
y sin embargo...
Te mueres
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