La Inconmensurable niebla del odio
Por: Darío Valle Risoto
Hacía diez años que no la veía y tuvo que ser esa calurosa tarde de Noviembre en que me choqué contra su fantasma, justo cuando comenzaba a disfrutar de la vida tomando una cerveza helada y sentado a buen resguardo de un sol tardío pero amenazante aún.
Los síntomas suelen ser siempre los mismos: la puntada en el estómago, el retrogusto amargo del viejo tiempo que nos desvela la memoria y las ganas de huir lejos.
Estaba sentada a unas mesas de la mía en el exterior del Bar y aún no me había visto cuando me creí que volvía aquella tarde en que nos despedimos en otro recinto, otro barrio pero casi el mismo clima veraniego.Leticia lloraba y yo intentaba permanecer fuerte, luego me insultó y yo llamé al mozo para pagar la cuenta y salirme de todo aquello.
No recordé como había llegado a casa y frente a la foto de ambos de aquella excursión a los cerros me derrumbé, estuve casi una semana comiendo poco y mirando al teléfono como si se tratara de un felino dispuesto a saltarme encima.
Me dijeron que se había casado, que la habían visto embarazada... un montón de cosas lindas, sin embargo luego vinieron algunas otras mujeres pero esa muchacha flaca y casi siempre desorientada permaneció como otra de tantas asignaturas pendientes.
Un hombre mucho más joven que ella se sentó a su lado, no se besaron pero comenzaron a reírse y a revisar unos apuntes. ¿Seguirá estudiando?
Me serví el resto de la botella de cerveza, el contacto con el vidrio helado me crispó la piel y me hizo volver al presente donde pocas cosas cambiaban mi realidad, prontoanochecería y tendría que volver a mi vida.
Entonces al tomar el líquido amargo y agradable recordé que no podía ser ella y al mirar a la pareja de nuevo comprendí que era otra, algo parecida a la misma que asesiné y enterré en el parque aquel verano cansado de sus continuas persecuciones.
Por: Darío Valle Risoto
Hacía diez años que no la veía y tuvo que ser esa calurosa tarde de Noviembre en que me choqué contra su fantasma, justo cuando comenzaba a disfrutar de la vida tomando una cerveza helada y sentado a buen resguardo de un sol tardío pero amenazante aún.
Los síntomas suelen ser siempre los mismos: la puntada en el estómago, el retrogusto amargo del viejo tiempo que nos desvela la memoria y las ganas de huir lejos.
Estaba sentada a unas mesas de la mía en el exterior del Bar y aún no me había visto cuando me creí que volvía aquella tarde en que nos despedimos en otro recinto, otro barrio pero casi el mismo clima veraniego.Leticia lloraba y yo intentaba permanecer fuerte, luego me insultó y yo llamé al mozo para pagar la cuenta y salirme de todo aquello.
No recordé como había llegado a casa y frente a la foto de ambos de aquella excursión a los cerros me derrumbé, estuve casi una semana comiendo poco y mirando al teléfono como si se tratara de un felino dispuesto a saltarme encima.
Me dijeron que se había casado, que la habían visto embarazada... un montón de cosas lindas, sin embargo luego vinieron algunas otras mujeres pero esa muchacha flaca y casi siempre desorientada permaneció como otra de tantas asignaturas pendientes.
Un hombre mucho más joven que ella se sentó a su lado, no se besaron pero comenzaron a reírse y a revisar unos apuntes. ¿Seguirá estudiando?
Me serví el resto de la botella de cerveza, el contacto con el vidrio helado me crispó la piel y me hizo volver al presente donde pocas cosas cambiaban mi realidad, prontoanochecería y tendría que volver a mi vida.
Entonces al tomar el líquido amargo y agradable recordé que no podía ser ella y al mirar a la pareja de nuevo comprendí que era otra, algo parecida a la misma que asesiné y enterré en el parque aquel verano cansado de sus continuas persecuciones.
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