La Culpa y La Trampa
Por: Darío Valle Risoto
Acostarse con Marisa era un ritual, un jodido y tramposo buscarle el orillo al tiempo para rescatar en cada trozo de piel perfecta y desnudes húmeda con aroma a sexo algo de sentido a una vida realmente de mierda.
No tenían explicación honorable para lo que hacían que podía ser calificado como un tremendo error, un pecado o un majestuoso desliz porque Marisa estaba casada y Esteban tenía como treinta años más que ella así que todo sucedía de espaldas al destino o irrefutablemente como víctima del mismo.
Ella pequeña morocha casi negra con un cabello tormentoso con aroma africano y el bastante más alto rubio y en buen estado pese a los cuarenta y nueve que auspician un medio siglo en inmejorables condiciones aunque con ese retrogusto amargo de que la Parca se viene, se viene.
Marisa llega a eso de las cinco porque su marido es policía y suele tener el turno de la tarde, el celular es un jodido sistema del milico apestoso para acosarla, vigilarla, medirla. De todas formas siempre hay ocasión para fabricarle unos buenos cuernos.
Esteban no la supo casada hasta la tercera cita en aquel hotel de la ciudad vieja en que ella le contó que su esposo estaba metido en una acusación de corrupción pero que iba a zafar.
Y Esteban se quedó pensando en que le esperaban un par de tiros de treinta y ocho en las bolas por un marido atormentado por la falta de fidelidad de su absolutamente bella esposa de diecinueve años y un par de pechos que parecen el premio de todos los paraísos árabes.
¿Que pasaría con el mundo si todos los matrimonios fueran perfectos?, probablemente algo un poco más aburrido que lo que nos aburre pero el sexo con Marisa siempre tiene algo de atrevido e inverosímil y ella está absolutamente enamorada del profesor Esteban que le dobla la edad y un poco más y hasta le propuso fugarse al Brasil de donde vino siendo muy pequeña.
Esteban Cáceres tiene cuarenta y nueve y vive con una madre que le vive aprisionando la vida, su trabajo de profesor de Literatura apenas le alcanza para vivir y mantenerla y encima se mete a jugar entre las sabanas con una chiquilina que tiene orgasmos como explosiones y sabe acomodarse a cada instante con la salvaje mirada de los más ocultos y perfectos momentos de amor.
Nada es más afrodisíaco que lo prohibido aún cuando al salir del instituto ella lo saluda y le da un papelito que dice: “Tengo ganas de volver a verte apenas nos dejamos de ver” y él se siente un adolescente que conoce un joven amor inmaculado bajo los rayos de un sol Montevideano ajeno a todos los males de este mundo.
Pero sabe que todos tenemos cadenas, ella el marido y él a es madre castigadora y represiva que hace tiempo intuye que anda en algo raro y revisándole los bolsillos encuentra el teléfono de la casa de Marisa y llama y no atiende ella.
Dos días después un policía sin uniforme le pega cuatro tiros a un tipo que sale del brazo de su mujer del instituto donde ella va a estudiar de noche.
Le dan treinta años y tal vez con un poco de suerte salga a los once o doce si antes no lo matan dentro del complejo carcelario, todos saben que los reos no se bancan a los milicos.
Y el siguiente Febrero Esteban y Marisa llegaron a Manaos agarrados de la mano sintiendo que a veces las vueltas del destino establecen los arpegios de una música siniestra que al menos en este caso les dio algo de esperanzas. Esteban nunca sabrá porque el marido de Marisa le disparó sin preguntar a ese compañero de clase que casualmente había abrazado a su esposa al salir del liceo para preguntarle sobre un examen.
Poco tiempo después no sin culpa Esteban abandonó a su madre no sin antes decirle que bien podría reventar pensando en que por su culpa un tipo está preso y un inocente muchacho viendo crecer las flores desde abajo.
Cosas del destino.
FIN
No comments:
Post a Comment