El Camino a la Felicidad
Por: Darío Valle Risoto
Hoy caminaba bajo la persistente lluvia que no era un chaparrón pero molestaba lo suficiente, no hacía mucho frío pero igual para muchos supongo que ha sido un día de mierda. Una maldita costumbre de los uruguayos es quejarse por todo y por todos, a la que adhiero demasiado seguido, creo que es una suerte de soberbia la de creernos con derecho a renegar de todo aquello que no nos conviene.
Pero mientras escuchaba a un grupo griego cantando extraños temas en su más raro idioma me puse a mira el mar gris y embravecido a escasas dos cuadras de mi parada de ómnibus y entonces se detuvo una ambulancia a mi lado y subieron dos paramédicos a un edificio.
Me puse a pensar en que la felicidad es un acto personal y a veces corresponde a pequeños instantes de nuestra vida cotidiana, no hay gente feliz para siempre por más que lo sostenga y sin embargo estamos rodeados de infelices de diversas formas y tamaños. Todo me hace pensar en que mi teoría de que vivimos en una sociedad que nos educa para pasarla mal es real.
Repasando mi vida hay instantes de felicidad que recuerdo ahora como felices pero tal vez en aquellos momentos no había parado el mundo para pensar por ejemplo: ¡A la pucha me siento realmente bien!. Bueno, si los tuve, casi siempre asociados a buenos amigos, a una interesante conversación o al calor de alguna mujer.
Hace algunos días me citaron del banco para pedirme que haga la escritura de la vivienda en la que vivo hace treinta y dos años, el contrato era por veinticinco pero ahora me dicen que me quedan nueve. Ustedes saquen la cuenta.
Yo por mi parte le dije al funcionario que estaba convencido que en el estado uruguayo hay una repartición especial de funcionarios dedicados exclusivamente a complicarme la vida a mí que trabajo honestamente, me baño todos los días y casi no digo malas palabras. El tipo se rió pero marche preso. Aunque me tenga que prostituir tendré que pagar más o menos unos 500 dólares por una escritura de un apartamento que se está cayendo a pedazos y quizás nunca sea mío. Eso haría infeliz a cualquiera.
Lo más curioso de todo esto o pensándolo bien no es tan curioso, es que desde hace unos seis años estamos bajo un gobierno aparentemente socialista y de izquierda. Ahora caigo en que el monstruo estatal uruguayo no tiene una bandería más que la de fagocitar el trabajo honesto de unos pocos para bancarles la vida a los milicos, políticos y demás lacras públicas y habrá que aguantarse. Eso haría infeliz a cualquiera.
El sábado se me rompió la puerta del lavarropas, por consiguiente tuve que terminar de lavar la ropa sosteniendo la puerta y me tuve que aguantar el temblequeo con estoicismo cuando la maquinota comenzó a centrifugar, creo que todavía tiemblo como un drogo mal despachado. Para colmo cuando abro la heladera esta se había deshielado sola lo que me produjo un vuelco en el corazón porque temí que también se haya roto pero aparentemente fue falsa alarma.
En síntesis unos días en que ser feliz fue bastante difícil amén de que siempre hay alguna película salvadora para evadirse sanamente de este culo del mundo civilizado. ¿Mujeres?, bueno como que ninguna ha caído y no es que uno no quiera pero la cosa se pone difícil cuando se anda vestido de negro escuchando heavy metal y pensando en otras dimensiones.
Y vuelvo al concepto de la felicidad, a fin de cuentas creo que podremos ser felices por un instante solo aquellos que tenemos la suficiente cuota de locura como para cagarnos de risa de este mundo hostil y de la gente que se calienta por cualquier bobada. Como dijo un viejo: “En invierno hace frío y en verano hace calor y lo mejor en estos casos, si no les gusta, hagan como hacían los indios: Se jodían”.
Por: Darío Valle Risoto
Hoy caminaba bajo la persistente lluvia que no era un chaparrón pero molestaba lo suficiente, no hacía mucho frío pero igual para muchos supongo que ha sido un día de mierda. Una maldita costumbre de los uruguayos es quejarse por todo y por todos, a la que adhiero demasiado seguido, creo que es una suerte de soberbia la de creernos con derecho a renegar de todo aquello que no nos conviene.
Pero mientras escuchaba a un grupo griego cantando extraños temas en su más raro idioma me puse a mira el mar gris y embravecido a escasas dos cuadras de mi parada de ómnibus y entonces se detuvo una ambulancia a mi lado y subieron dos paramédicos a un edificio.
Me puse a pensar en que la felicidad es un acto personal y a veces corresponde a pequeños instantes de nuestra vida cotidiana, no hay gente feliz para siempre por más que lo sostenga y sin embargo estamos rodeados de infelices de diversas formas y tamaños. Todo me hace pensar en que mi teoría de que vivimos en una sociedad que nos educa para pasarla mal es real.
Repasando mi vida hay instantes de felicidad que recuerdo ahora como felices pero tal vez en aquellos momentos no había parado el mundo para pensar por ejemplo: ¡A la pucha me siento realmente bien!. Bueno, si los tuve, casi siempre asociados a buenos amigos, a una interesante conversación o al calor de alguna mujer.
Hace algunos días me citaron del banco para pedirme que haga la escritura de la vivienda en la que vivo hace treinta y dos años, el contrato era por veinticinco pero ahora me dicen que me quedan nueve. Ustedes saquen la cuenta.
Yo por mi parte le dije al funcionario que estaba convencido que en el estado uruguayo hay una repartición especial de funcionarios dedicados exclusivamente a complicarme la vida a mí que trabajo honestamente, me baño todos los días y casi no digo malas palabras. El tipo se rió pero marche preso. Aunque me tenga que prostituir tendré que pagar más o menos unos 500 dólares por una escritura de un apartamento que se está cayendo a pedazos y quizás nunca sea mío. Eso haría infeliz a cualquiera.
Lo más curioso de todo esto o pensándolo bien no es tan curioso, es que desde hace unos seis años estamos bajo un gobierno aparentemente socialista y de izquierda. Ahora caigo en que el monstruo estatal uruguayo no tiene una bandería más que la de fagocitar el trabajo honesto de unos pocos para bancarles la vida a los milicos, políticos y demás lacras públicas y habrá que aguantarse. Eso haría infeliz a cualquiera.
El sábado se me rompió la puerta del lavarropas, por consiguiente tuve que terminar de lavar la ropa sosteniendo la puerta y me tuve que aguantar el temblequeo con estoicismo cuando la maquinota comenzó a centrifugar, creo que todavía tiemblo como un drogo mal despachado. Para colmo cuando abro la heladera esta se había deshielado sola lo que me produjo un vuelco en el corazón porque temí que también se haya roto pero aparentemente fue falsa alarma.
En síntesis unos días en que ser feliz fue bastante difícil amén de que siempre hay alguna película salvadora para evadirse sanamente de este culo del mundo civilizado. ¿Mujeres?, bueno como que ninguna ha caído y no es que uno no quiera pero la cosa se pone difícil cuando se anda vestido de negro escuchando heavy metal y pensando en otras dimensiones.
Y vuelvo al concepto de la felicidad, a fin de cuentas creo que podremos ser felices por un instante solo aquellos que tenemos la suficiente cuota de locura como para cagarnos de risa de este mundo hostil y de la gente que se calienta por cualquier bobada. Como dijo un viejo: “En invierno hace frío y en verano hace calor y lo mejor en estos casos, si no les gusta, hagan como hacían los indios: Se jodían”.
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