Por: Darío Valle Risoto
Aquella navidad, no recuerdo de que año se hizo una de las habituales despedidas en los talleres Barreiro, en el confortable chalet cantina del fondo estábamos todos sentados a la mesa, yo tenía en frente un hermoso pedazo de asado con ensalada en mi plato y ya me había servido vino cuando sorpresivamente entró el dueño de la empresa a saludar.
El “Pajarito” que estaba medio mamado no tuvo mejor idea que llamar al patrón y entre saludos le pidió disculpas por los inconvenientes del reciente conflicto que había tenido el sindicato gráfico, yo me levanté de la mesa y me fui a casa, nunca más fui a una despedida de la empresa.
Recuerdo que años después la empresa estaba mal y comenzaba a escasear el trabajo, el fantasma del seguro de paro azotaba el taller y todos temíamos perder el trabajo, en una asamblea sugerí proponerle a la dirección no ir a trabajar los sábados, así se quitaba un día productivo a la semana y evitábamos que algunos compañeros fuéramos al seguro de paro y otros no. Desde luego que no encontré eco en mis palabras y todo siguió como se esperaba, la mayoría marcharon al seguro, yo no porque era el único oficial de mi máquina.
Como el trabajo se iba a pique un tiempo después la misma empresa quitó los sábados y todos contentos, nadie recordaba que yo lo había propuesto para evitar que se digitara desde arriba la suerte de unos y otros. Allí comencé a darme cuenta que la gente en su mayoría es hija del rigor y que prefiere una orden de arriba que decidir por cuenta propia.
Pasados unos cuantos años me sigue asombrando como los seres humanos tenemos cierta predilección por definir ideologías y principios que se parecen más a campañas publicitarias que a un real conocimiento de las cosas. Por ejemplo: Yo no soy tan anarquista si tomo coca cola y voy a Mac Donal’s… puede ser verdad.
Creo firmemente que los hechos realmente importantes nos definen, si por ejemplo la dirigencia de la central de trabajadores va a la embajada norteamericana me preocupa, pero mucho más lo que conversaron entre whisky y whisky, como también me preocupa que me sigan rompiendo los kinotos con el paraíso cubano y la vieja consigna anti imperialista y me aterra el hecho que desde que el gobierno del Uruguay es “izquierdista” se vaya a los conflictos como con miedo y resquemor de tal vez ofender a los huesos del Che… yo que sé.
Al menos tres compañeros pidieron la palabra en una gran asamblea del sindicato gráfico hace ya muchos años, cada uno de ellos nos habló del terrible imperialismo Yanqui, los tres de lo mismo y al menos como quince o veinte minutos cada uno hasta que pedí la palabra y les aclaré que ya hacía varios años que el imperio de los Estados Unidos había ganado la guerra fría y les sugerí dedicarnos a tratar de solucionar nuestros problemas inmediatos como el salario.
Recuerdo aquel chiste donde un afiliado al partido comunista llama al partido y pide la desafiliación porque ganó la lotería nacional. La pregunta sería: ¿Estamos donde estamos porque pensamos así o porque no tuvimos la suerte de estar del otro lado?
Tan patético me resulta el sindicalista disfrazado “de pueblo” con alpargatas, matera, barba y boina que el otro que se pone camisa y corbata y hace buena cara para ser edil. Ambos, eso sí: tienen tarjeta de crédito en el bolsillo.
Pero ¿Qué nos define realmente?, desde luego que en principio las apariencias que no siempre engañan, en realidad, casi nunca, el tema es que a veces nos definen para el otro lado y por lo tanto cualquier persona demasiado adepta a las formas es al menos sospechosa.
Tenía una novia anarquista que no iba a Mc Donal’s, en ese tiempo teníamos una sucursal en el Paso Molino donde hacían unos Panqueques con salsa de chocolate que eran para morirse. Por lo tanto iba solo o con algún amigo menos fanático de la lucha anti imperialista.
En síntesis creo que somos demasiado exigentes con determinadas formas, sobretodo con las ajenas, no es posible pensar en perfiles sociales que se salgan de determinados parámetros, so pena de teñirlos si esto sucede, de cierta traición de clase.
Sería muy fácil poder poner en una cesta a unos si y a otros no, los años me han enseñado que a veces nuestros peores enemigos son aquellos en los que confiábamos solo porque los vimos levantar nuestras banderas.
El “Pajarito” que estaba medio mamado no tuvo mejor idea que llamar al patrón y entre saludos le pidió disculpas por los inconvenientes del reciente conflicto que había tenido el sindicato gráfico, yo me levanté de la mesa y me fui a casa, nunca más fui a una despedida de la empresa.
Recuerdo que años después la empresa estaba mal y comenzaba a escasear el trabajo, el fantasma del seguro de paro azotaba el taller y todos temíamos perder el trabajo, en una asamblea sugerí proponerle a la dirección no ir a trabajar los sábados, así se quitaba un día productivo a la semana y evitábamos que algunos compañeros fuéramos al seguro de paro y otros no. Desde luego que no encontré eco en mis palabras y todo siguió como se esperaba, la mayoría marcharon al seguro, yo no porque era el único oficial de mi máquina.
Como el trabajo se iba a pique un tiempo después la misma empresa quitó los sábados y todos contentos, nadie recordaba que yo lo había propuesto para evitar que se digitara desde arriba la suerte de unos y otros. Allí comencé a darme cuenta que la gente en su mayoría es hija del rigor y que prefiere una orden de arriba que decidir por cuenta propia.
Pasados unos cuantos años me sigue asombrando como los seres humanos tenemos cierta predilección por definir ideologías y principios que se parecen más a campañas publicitarias que a un real conocimiento de las cosas. Por ejemplo: Yo no soy tan anarquista si tomo coca cola y voy a Mac Donal’s… puede ser verdad.
Creo firmemente que los hechos realmente importantes nos definen, si por ejemplo la dirigencia de la central de trabajadores va a la embajada norteamericana me preocupa, pero mucho más lo que conversaron entre whisky y whisky, como también me preocupa que me sigan rompiendo los kinotos con el paraíso cubano y la vieja consigna anti imperialista y me aterra el hecho que desde que el gobierno del Uruguay es “izquierdista” se vaya a los conflictos como con miedo y resquemor de tal vez ofender a los huesos del Che… yo que sé.
Al menos tres compañeros pidieron la palabra en una gran asamblea del sindicato gráfico hace ya muchos años, cada uno de ellos nos habló del terrible imperialismo Yanqui, los tres de lo mismo y al menos como quince o veinte minutos cada uno hasta que pedí la palabra y les aclaré que ya hacía varios años que el imperio de los Estados Unidos había ganado la guerra fría y les sugerí dedicarnos a tratar de solucionar nuestros problemas inmediatos como el salario.
Recuerdo aquel chiste donde un afiliado al partido comunista llama al partido y pide la desafiliación porque ganó la lotería nacional. La pregunta sería: ¿Estamos donde estamos porque pensamos así o porque no tuvimos la suerte de estar del otro lado?
Tan patético me resulta el sindicalista disfrazado “de pueblo” con alpargatas, matera, barba y boina que el otro que se pone camisa y corbata y hace buena cara para ser edil. Ambos, eso sí: tienen tarjeta de crédito en el bolsillo.
Pero ¿Qué nos define realmente?, desde luego que en principio las apariencias que no siempre engañan, en realidad, casi nunca, el tema es que a veces nos definen para el otro lado y por lo tanto cualquier persona demasiado adepta a las formas es al menos sospechosa.
Tenía una novia anarquista que no iba a Mc Donal’s, en ese tiempo teníamos una sucursal en el Paso Molino donde hacían unos Panqueques con salsa de chocolate que eran para morirse. Por lo tanto iba solo o con algún amigo menos fanático de la lucha anti imperialista.
En síntesis creo que somos demasiado exigentes con determinadas formas, sobretodo con las ajenas, no es posible pensar en perfiles sociales que se salgan de determinados parámetros, so pena de teñirlos si esto sucede, de cierta traición de clase.
Sería muy fácil poder poner en una cesta a unos si y a otros no, los años me han enseñado que a veces nuestros peores enemigos son aquellos en los que confiábamos solo porque los vimos levantar nuestras banderas.
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