Por: Darío Valle Risoto
La tarde calló hambrienta, sin clemencia sobre tu carne
y se labraba entre las nubes una mágica tormenta
el destino de tus ojos fueron las cicatrices de tus manos
y el aliento de tu corazón solitario.
Esa risa obligada no te gustó y te alejaste del reflejo
el espejo fue tu sepulcral enemigo porque te viste extraña,
vieja y atormentada antes de la tormenta
atravezada por el rayo antes del trueno.
Y te burlaste de la naturaleza porque le ganaste a la lluvia
tus lágrimas,
mujer, tus lágrimas te daban aún más tristeza
y te arrodillaste recibiendo el chaparrón violento,
el viento helado y la azotea solitaria.
Entonces...
solo entonces,
te tiraste al vacío...
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