Sunday, July 17, 2011

Cosita Poca llamada Amor

Cosita Poca llamada amor parte:1
Por: Darío Valle Risoto


Hubo un tiempo en que solía enamorarme y como quién dispara flechas con los ojos vendados le pegaba a cualquier cosa, creo que debería echarle la culpa a mi Cupido personal que seguramente es corto de vista como un servidor o tiene las flechas desalineadas.

Me enamoraba de mujeres raras, bueno, muchas de ellas eran pibas jóvenes no muy lindas, Montevideanas e histéricas tal como marcan los tiempos en este país sin nombre a orillas de un río con problemas de identidad. Un día se levanta mar y al otro charquito.
Por lo pronto era bastante tímido y ensayaba acercamientos laterales sin demasiado tacto preguntando y tratando de trazar un esquema de conducta para formular un plan que me posibilite echarle los perros a la desgraciadita.
Cierta vez me enamoré de una tal Rossana, una muchacha de Canelones con aspecto de vampira o de paciente siquiátrica… bueno de ambos. Me hice amigo, anduve dando vueltas hasta llegar a buscarla a la casa, acompañarla, hacerle regalos, toda una suerte de buenas intenciones  que terminaron como tenían que terminar.

Al poco tiempo me pudrí de andar como un nabo detrás de esta flaca, le hablé y me dijo esa maravillosa frase fuente de decenas de poesías y millones de suicidios: “Yo te quiero como amigo”. Entonces me dejé de embromar.
Al verano siguiente al fin del curso, ella iba al mismo liceo nocturno que yo pero estaba en otra clase. Bueno, al verano siguiente vamos con mi primo Sergio y mi amigo Juan Carlos al tablado del club Fénix y mi primo me mira riéndose y me dice: __ ¿Che, esa no es Rossana?, ¡Pero si está embarazada!
Allí tuve la primera muestra de que me andaba enamorando como un gilipollas de unas locas de la cabeza que no eran para mí. Bien por ella y mal porque desde un principio debió decirme que otro le estaba sulfatando la parra.

Pero ya sabemos que no solo los hombres andamos guardando varias cartas en las mangas en cuanto a las relaciones, me ha sorprendido esto en mis congéneres porque yo suelo dedicarme a una sola cosa por vez, mientras que no se como corno hacen muchos de mis conocidos (hombres y mujeres) para tener varias relaciones, proyectos y flirteos a un mismo tiempo. Creo que yo soy un vago en esto del amor, debe ser por eso.

Años después me enamoré de varias más, una de ellas me tenía flipado hasta que un querido amigo: “El Porteño” me invitó a tomar unas copas y me dijo: __ ¿Pero vos te la querés llevar a la cama o querés adoptarla? ¡Esa mina va a Chantecler para levantar pibes con guita y va a terminar trabajando en un quiosco de quinielas dentro de unos años, gorda y con un marido que la va a cagar a palos!, ¡No es para vos hermano!
Sabias palabras de un filósofo de San Telmo porque fue así, la pobre Teresa terminó hecha un fleco por la vida y cuando me lo contaron no me sentí nada bien.

Cosa fea del destino la flaca de Comunicación que era una especie de espejismo hasta para ella misma y yo como un gilastro arrastrando cadenas de cariño como un fantasma pelotudo detrás de ella. Casi tres años de idas y venidas y hoy que no tengo paciencia con ninguna mujer me parece increíble.

El mes pasado conocí a otra; buen espécimen de fuselaje firme e ideas interesantes que no perdió el tiempo para llevarme a la cama hasta que comenzaron los desvaríos de planes para la extinción de la soberanía de mi hogar.

Aviso: Cuando una mujer te dice a la segunda vez que te visita que debes cambiar las cortinas, debería haber un decreto que permita asesinarlas allí mismo. Pero ese es el mal menor, el otro es la andanada de mensajes por celular con frases existenciales que me producen una suerte de mareo catártico que me obliga a encerrarme y escuchar cuatro discos de Motorhead con el volumen de los auriculares al mango tomándome un litro de Tequila con jugo de naranja y finalmente gritar: ¡¡¡Pero me cago en diosssss!!!

Al tercer encuentro me ve más frío que de costumbre y me sicoanaliza con el profesionalismo del pato Donald y aunque hacemos el amor de nuevo las sábanas están heladas y comienzo a extrañar mis dibujos animados y tomar mate con mi gata Wendy sentada en mi falda. Con las mismas cortinas sucias que tengo hace treinta años y que ninguna enferma me va a cambiar…carajo.


Lamentablemente este no es el fin

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