Por: Darío Valle Risoto
Pude adivinar la tristeza en sus ojos que despedían pequeñas gotas de decepción, el llanto no me era ajeno y sin embargo era su llanto, no el mío, la miraba de vez en cuando como para no quitarle esa pureza que depresiva tal vez, tenía en su joven melancolía, algo de lo que pude perder en alguna esquina de mis cuarenta y seis años.
Era ya de noche y las gotas de una lluvia fría, siniestra anegaban la ciudad, Montevideo como un gigante usurpaba nuestro calor en pleno invierno. El colectivo iba casi vacío y nosotros enfrentados, tan distantes y aproximados por nuestros trajes negros y nuestras almas decepcionadas del mundo.
___¿Cuántos años puede tener esa princesa?
Pude preguntarle pero me dio pánico presenciar que se fuera azotada por el terror de que un hombre absolutamente olvidado la pretenda depredar.
Afuera las ramas de ciertos árboles de brazos decrépitos y dedos grises parecían querer penetrar las ventanillas y ahogarnos. Y Yo trataba de no mirarla.
Metió sus manos blancas cual porcelanas dentro de su largo saco negro y sacó un paquete de chicles, lo abrió y abriendo sus labios pintados de marrón oscuro comenzó a masticar el cubo color menta. Entonces sucedió lo que había temido desde hacía tres largos instantes: nuestros ojos se cruzaron y yo miré a la calle, el colectivo frenó bruscamente y se le calló el envoltorio.
Cuando me agaché para alcanzárselo mis manos se chocaron con sus uñas pintadas de negro, ella rozó mis mitones y le di los chicles.
___¿Quieres uno?
___¿Qué?
___¿Por qué me mirás tanto?
No pudo decir eso, en realidad no dijo nada, solo un: Gracias difuso como la noche, no como la lluvia y el frío que nos seguía atosigando como para matarnos de infortunio.
Llegamos a destino solos, el chofer nos miró y bajamos, primero ella y traté de dejarla caminar adelante, pensé en cruzar la calle y tomarme cualquier colectivo de vuelta. Como un idiota me había olvidado de bajarme en La Teja y habíamos llegado a destino en un Cerro donde el frío se ensañaba aún más y aunque había amainado la lluvia igual era una noche del infierno.
Ella se subió el cuello de su saco y me miró justo cuando yo bajé la acera, de pronto una mano se aferró fuerte a mi brazo que pareció no pertenecerle por esa fuerza que le dio el pánico.
___No me dejes sola, tengo miedo, no tengo a donde pasar la noche.
Sus palabras me derribaron por dentro, no las esperaba o las había deseado tanto que me parecieron imposibles, ¿ella me pedía refugio? Y yo era un perfecto desconocido.
Enfrente había un oscuro Bar donde entramos para escapar de un viento terrible que subía por la calle Grecia.
___¿Cómo té llamás?, Yo soy Luis.
___Verónica, perdóname, pero me escapé de casa.
Comenzó a llorar lentamente pero sus lágrimas habían terminado por correrle todo el maquillaje negro, parecía un payaso que perdió el circo.
Tomamos un capuchino bien caliente cada uno, luego llamé un taxi y fuimos a casa, se caía de sueño, la llevé a mi cuarto y la acosté, no se sacó la ropa, cuando bajé al living aún tenía el perfume de Verónica en mis manos.
¿Qué hago?
Le revisé la carterita con la figura de Jack y encontré sus documentos, ¡tenía dieciséis años!, encontré su celular y llamé al primer teléfono que encontré en su agenda, un rato después di con sus padres.
___¡Ya van tres veces que se escapa, la voy a matar!___ Gritó una mujer fuera de si mientras yo le pasaba la dirección, cuando apagué el móvil, ella había bajado la escalera y me miraba acusadora.
___¡Me traicionaste! ____Me dijo ya sin lágrimas.
Yo me derrumbé en el sofá y puse mi cabeza entre mis manos.
Era ya de noche y las gotas de una lluvia fría, siniestra anegaban la ciudad, Montevideo como un gigante usurpaba nuestro calor en pleno invierno. El colectivo iba casi vacío y nosotros enfrentados, tan distantes y aproximados por nuestros trajes negros y nuestras almas decepcionadas del mundo.
___¿Cuántos años puede tener esa princesa?
Pude preguntarle pero me dio pánico presenciar que se fuera azotada por el terror de que un hombre absolutamente olvidado la pretenda depredar.
Afuera las ramas de ciertos árboles de brazos decrépitos y dedos grises parecían querer penetrar las ventanillas y ahogarnos. Y Yo trataba de no mirarla.
Metió sus manos blancas cual porcelanas dentro de su largo saco negro y sacó un paquete de chicles, lo abrió y abriendo sus labios pintados de marrón oscuro comenzó a masticar el cubo color menta. Entonces sucedió lo que había temido desde hacía tres largos instantes: nuestros ojos se cruzaron y yo miré a la calle, el colectivo frenó bruscamente y se le calló el envoltorio.
Cuando me agaché para alcanzárselo mis manos se chocaron con sus uñas pintadas de negro, ella rozó mis mitones y le di los chicles.
___¿Quieres uno?
___¿Qué?
___¿Por qué me mirás tanto?
No pudo decir eso, en realidad no dijo nada, solo un: Gracias difuso como la noche, no como la lluvia y el frío que nos seguía atosigando como para matarnos de infortunio.
Llegamos a destino solos, el chofer nos miró y bajamos, primero ella y traté de dejarla caminar adelante, pensé en cruzar la calle y tomarme cualquier colectivo de vuelta. Como un idiota me había olvidado de bajarme en La Teja y habíamos llegado a destino en un Cerro donde el frío se ensañaba aún más y aunque había amainado la lluvia igual era una noche del infierno.
Ella se subió el cuello de su saco y me miró justo cuando yo bajé la acera, de pronto una mano se aferró fuerte a mi brazo que pareció no pertenecerle por esa fuerza que le dio el pánico.
___No me dejes sola, tengo miedo, no tengo a donde pasar la noche.
Sus palabras me derribaron por dentro, no las esperaba o las había deseado tanto que me parecieron imposibles, ¿ella me pedía refugio? Y yo era un perfecto desconocido.
Enfrente había un oscuro Bar donde entramos para escapar de un viento terrible que subía por la calle Grecia.
___¿Cómo té llamás?, Yo soy Luis.
___Verónica, perdóname, pero me escapé de casa.
Comenzó a llorar lentamente pero sus lágrimas habían terminado por correrle todo el maquillaje negro, parecía un payaso que perdió el circo.
Tomamos un capuchino bien caliente cada uno, luego llamé un taxi y fuimos a casa, se caía de sueño, la llevé a mi cuarto y la acosté, no se sacó la ropa, cuando bajé al living aún tenía el perfume de Verónica en mis manos.
¿Qué hago?
Le revisé la carterita con la figura de Jack y encontré sus documentos, ¡tenía dieciséis años!, encontré su celular y llamé al primer teléfono que encontré en su agenda, un rato después di con sus padres.
___¡Ya van tres veces que se escapa, la voy a matar!___ Gritó una mujer fuera de si mientras yo le pasaba la dirección, cuando apagué el móvil, ella había bajado la escalera y me miraba acusadora.
___¡Me traicionaste! ____Me dijo ya sin lágrimas.
Yo me derrumbé en el sofá y puse mi cabeza entre mis manos.
FIN
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