Sunday, October 30, 2011

La Militancia Enhiesta (Cuento)

La Militancia enhiesta
Por: Darío Valle Risoto


Liliana era una mujer extraña, a la vez también era especial. Especial puede ser un sinónimo de extraño, claro. Liliana era hermosa, más allá de la belleza que admite algo Hollywoodense, ella tenía una cierta realeza en sus actos…bueno, después de todo parecía más Inglesa que una nativa de Los Ángeles.
Me fui por las ramas. Ella era una mujer de esas que quitan la respiración, no necesitaba desnudarse ni cogerte para tenerte entre las piernas, ella era tan femenina que despertaba calor púbico a su alrededor, aún entre las hembras.
¿Cómo la conocí?
Quisiera contar que nos tropezamos una tarde de sol en Times Square a eso de las cinco y media cuando yo había  dejado Wall Street y ella salía de Harrows con varias cajas de zapatos.
Nada de eso, fue en un asado en lo de Pocho un verano del ochenta y nueve mientras tratábamos de reunir firmas para el plebiscito en contra de esa ley de mierda.
Maritza la esposa del gordo la invitó, eran compañeras de aerobic. ¿Quién iba a pensar que la gorda iba a hacer gimnasia? Mucho menos que tuviera amigas nuevas, sus viejas amistades aceptaron entre líneas a Liliana.
Para colmo no era comunista, bueno, yo tampoco aunque a veces disimulaba serlo para levantarme a alguna camarada con ganas de compartir algo más que las teorías marxistas. Nada más socialista que una bolche de piernas abiertas sobre la catrera mientras se escucha canto popular en la radio.
Me había calentado con Rodrigo y su empecinado anti imperialismo, le dije que pensaba tomar Coca Cola y comer hamburguesas de MC Donnals por el resto de mi vida. Me dijo que era un traidor.
Entonces soliviantado lo mandé a cagar y me dijo: Pequeñoburgués y yo le dije: Pajero y entonces el gordo nos sirvió vino y nos dejó esas sonrisas pacificadoras que solo él sabía dar y entonces hablamos de mujeres y de la última vedette de Olmedo en la televisión.
¡Claro! En ese momento fue que llegó Liliana al chalet de Shangrilla y me la presentaron, recuerdo que me dio un beso que todavía sigue siendo de la puta madre. Nunca olvidaré ese perfume de París que tenía puesto ni su saco de pana marrón ni esos zapatos de piel de víbora tan fuera de lugar caminando en el fondo de la casa de verano.
Éramos como veinticinco sin contar a los niños ni los perros cuando llegó y sin embargo nada más importó, ni las charlas políticas ni siquiera el estado del querido Sixto que seguía en Cuba tratándose un virus contraído en la cárcel de Libertad.
Maritza la sentó a mi lado siempre con esa costumbre de arrimarme mujeres porque no soporta que ande solo por la vida viviendo con una gata como si fuera un puto viejo.

Caía la tarde, los gurises jugaban a la escondida y todos estábamos sentados a la larga mesa hecha con caballetes y tablones. Los árboles nos regalaban miles de reflejos de un sol entre las hojas que junto a la brisa del mar cercano tenían mucho de paraíso.
__ También fui a la facultad de derecho pero no era para mí.
__ Este domingo vamos en la camioneta a Solís y Soca a repartir volantes. ¿Quién viene?
__ ¿Alguien quiere tripa gorda?
__ ¡Que buen vino!
__ Chileno
__ ¿Concha y Toro?
__ No, que yo soy Chileno.
Todos lo miramos a Leandro, no teníamos la más puta idea y lo conocíamos de chicos.
Liliana tenía los ojos verdes o quizás eran de esos marrones pero con un reflejo claro, acaso me importaba menos que estar pensando para adentro como… ¿Cómo le entro?
__ Yo te conocía de antes. __ Me dijo, y fue como si me tiraran un baldazo de agua fría en las bolas.
__ ¿?
__ Salías con Cristina López por el ochenta y tres, fuiste con ella a ver a su padre que estaba por salir de la cárcel y allí nos presentaron, yo fui a acompañar a su madre, conversamos en el patio porque no nos dejaron entrar con ellas.
__ Ya lo recuerdo, su viejo murió antes de la asunción de Sanguinetti.
__ Tanto remar para morir en la orilla, siempre recordaré esa frasecita que me dijo Cristina en el entierro, vos ya no estabas con ella. ___Dijo sonriendo amargamente, sus labios eran perfectamente equilibrados entre sus pómulos apenas salientes y una nariz medianamente fina.
__ ¿Estás en alguna comisión por el referéndum? Cambié la conversación un poco para no seguir hablando de aquella flaca que me volvía loco con sus celos histéricos.
__ No puedo, por mi trabajo.
__ ¿No me digas que sos policía?
__ Trabajo en la embajada de los Estados Unidos.
Un cachito de asado pequeño se me alojó en la garganta y tuve que bajarlo con un gran trago de vino mientras los ojos me ardían por el esfuerzo de intentar respirar.
__ Te lo digo bajito porque creo que solo Maritza lo sabe. __ Me confesó como si fuera una hincha de Peñarol en el Parque Central.
__ Mira que yo no soy comunista. __No se para que mierda le dije eso, no era una disculpa sino una estúpida manera de intentar conquistarla, a fin de cuentas desde que se había asomado por el garaje era todo lo que me importaba en la vida.
__ Ya lo sabemos, tenemos la ficha de todos los de esta reunión en la embajada. __ No me gustó el chiste, me puso nervioso, ella sonrió y allí mismo supe que esa mujer era la mujer.
Dos o tres días después hicimos el amor en el hotel Embajador del centro, rompimos una lámpara de pie y tuve que pagar la limpieza del tapizado de un sofá donde se nos volcó el vino, estuvimos más o menos ocho horas serruchando como dos enfermos. Aún me parece mentira.
Pero lo bueno dura poco y menos en aquellos días tormentosos.

Perdimos el referéndum.
El gordo Pocho tuvo que ser internado por un ataque al corazón, Leandro que en verdad era chileno se fue para su país veintiséis años después de haberlo dejado, todos tratamos de vernos lo menos posible por un tiempo, era como si se nos hubieran muerto todos los familiares en un terremoto.
Liliana se fue a Nueva York por motivos de trabajo, nos despedimos por teléfono, siempre quise creer que en la embajada hacia simples tareas administrativas pero con los años tuve mis propias teorías conspirativas.
La semana pasada en una entrega de premios la vi por televisión, fue raro reconocerla, tan atractiva como hace más de veinte años, parada al costado de la alfombra roja mientras Angelina Jolie y Brad entraban al teatro Chino. La acompañaba un veterano de cabellos plateados y seguro no era el padre.
Nunca quise escucharlo a Rodrigo que sigue jodiendo con que esa mujer maravillosa era agente de la CIA.
Lo peor del caso es que si en ese momento me lo hubiera propuesto, me enrolaba.

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