Los Amores Guardados
Por: Darío Valle Risoto
Ella había llorado tanto que sus ojos permanecían hundidos, grandes ojeras rodeaban su tristeza y le temblaban las manos, Eduardo no sabía si tocarla, abrazarla e incluso pensó en arriesgarse y decirle lo que hacía tiempo guardaba.
Romina era una joven atractiva más no demasiado bella, en realidad ambas condiciones pueden perfectamente estar en contra, algunos lo saben, otros no. Eduardo se había fijado en esta mujer desde tiempos perdidos, quizás mucho antes de conocerla.
Involucrarse, ser parte de su vida, no era una táctica pero había pasado, estudiar juntos y las noches de invierno en la facultad hacían el resto, mucha gente sola o acompañada pero en la soledad todos se trasforman en derivas que piden un poco de amor.
Titubear, acompañarla hasta la esquina de su casa y verla perderse en el edificio como si entrara a la muerte, había confesado su abandono cuando llegó con los ojos hinchados a la clase y después nada importó el comentario sobre el próximo examen parcial de la profesora Gallardo.
___Me separé de Marcos, se fue esta mañana, quedó la casa vacía… en silencio.
Romina era tan especial que de su boca aunque triste todo parecía un poema.
Mentir y decir: Lo siento. A la vez sentir una culpa terrible por las ganas de sacudirla y despertarla ante su presencia siempre cerca pero tan metafísica de amigo y compañero.
Este tipo de amistad pudre a los hombres enamorados, un minuto de silencio cuando aquella noche ella traía el café y los libros y apuntes abiertos sobre la mesa y ella preguntó: ¿Te ocurre algo?, estás callado.
La imagen de los libros cayendo en cámara lenta y dos manos cálidas desvistiéndola, el sexo frenético y hostil y volver a la desesperanza de la nada, la realidad, ella que se sienta y él que toma el café y se siente un puto incestuoso de mierda.
Muchas veces juntos, compartiendo intimidades, hasta los detalles del Marcos que la penetraba sin esperar, seca y violentamente, pero ella se había venido de Paysandú y se había enamorado como una yegua de ese pelotudo.
Y Romina con sus cabellos lacios y sus lentes cuadraditos, su lunar cerca del mentón, el perfume de Dior y esa camperita verde que son parte de su realidad, pocas veces sin ella, nunca sin clavarle una estaca en el estómago.
Y Eduardo volvió a su casa lentamente contando las baldosas imaginándose como en Hollywood corriendo hasta chocarse con ella para decirle mientras le babea la cara con besos, que la quiere. Música: Cualquiera.
Nada igual es la vida, seguramente Marcos volverá y ella estará feliz porque regreso su hombre y Eduardo volverá a salir con Marta para que todo se transforme en un recuerdo donde la realidad se mezcle con tanto deseo mal alimentado.
Nunca se regresa en el tiempo, es mejor arriesgarse.
Por: Darío Valle Risoto
Ella había llorado tanto que sus ojos permanecían hundidos, grandes ojeras rodeaban su tristeza y le temblaban las manos, Eduardo no sabía si tocarla, abrazarla e incluso pensó en arriesgarse y decirle lo que hacía tiempo guardaba.
Romina era una joven atractiva más no demasiado bella, en realidad ambas condiciones pueden perfectamente estar en contra, algunos lo saben, otros no. Eduardo se había fijado en esta mujer desde tiempos perdidos, quizás mucho antes de conocerla.
Involucrarse, ser parte de su vida, no era una táctica pero había pasado, estudiar juntos y las noches de invierno en la facultad hacían el resto, mucha gente sola o acompañada pero en la soledad todos se trasforman en derivas que piden un poco de amor.
Titubear, acompañarla hasta la esquina de su casa y verla perderse en el edificio como si entrara a la muerte, había confesado su abandono cuando llegó con los ojos hinchados a la clase y después nada importó el comentario sobre el próximo examen parcial de la profesora Gallardo.
___Me separé de Marcos, se fue esta mañana, quedó la casa vacía… en silencio.
Romina era tan especial que de su boca aunque triste todo parecía un poema.
Mentir y decir: Lo siento. A la vez sentir una culpa terrible por las ganas de sacudirla y despertarla ante su presencia siempre cerca pero tan metafísica de amigo y compañero.
Este tipo de amistad pudre a los hombres enamorados, un minuto de silencio cuando aquella noche ella traía el café y los libros y apuntes abiertos sobre la mesa y ella preguntó: ¿Te ocurre algo?, estás callado.
La imagen de los libros cayendo en cámara lenta y dos manos cálidas desvistiéndola, el sexo frenético y hostil y volver a la desesperanza de la nada, la realidad, ella que se sienta y él que toma el café y se siente un puto incestuoso de mierda.
Muchas veces juntos, compartiendo intimidades, hasta los detalles del Marcos que la penetraba sin esperar, seca y violentamente, pero ella se había venido de Paysandú y se había enamorado como una yegua de ese pelotudo.
Y Romina con sus cabellos lacios y sus lentes cuadraditos, su lunar cerca del mentón, el perfume de Dior y esa camperita verde que son parte de su realidad, pocas veces sin ella, nunca sin clavarle una estaca en el estómago.
Y Eduardo volvió a su casa lentamente contando las baldosas imaginándose como en Hollywood corriendo hasta chocarse con ella para decirle mientras le babea la cara con besos, que la quiere. Música: Cualquiera.
Nada igual es la vida, seguramente Marcos volverá y ella estará feliz porque regreso su hombre y Eduardo volverá a salir con Marta para que todo se transforme en un recuerdo donde la realidad se mezcle con tanto deseo mal alimentado.
Nunca se regresa en el tiempo, es mejor arriesgarse.
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