Sunday, April 12, 2009

Los Lunes de Eusebio (Cuento)

El Lunes de Eusebio
Por: Darío Valle Risoto

Eusebio Raúl Poncela Rosas se levantó distinto aquella mañana de lunes, se tomó el tiempo para afeitarse, sacó la brocha, la mojó, la pasó despaciosamente por el jabón sintiendo el perfume a jazmines y luego se embadurnó el rostro flaco, enjuto, casi gris. A continuación mientras el jabón le ablandaba la cara esquelética, se preocupó de quitar una guillette nueva del sobre con las características espadas de “Wilkinson” y tras destornillar el aparato la colocó luego de tirar la desafilada a la papelera.
Poco a poco el vapor se fue yendo del baño y pudo volver a verse en el viejo espejo heredado de su madre, a la vez de su abuela y quién sabe que ancestros más. Buscó una parte buena porque estaba oxidado, el espejo, no Eusebio por supuesto.
Ya afeitado se puso perfume y sopló al sentir él ardor, pero con cierta satisfacción masculina de completar ese ritual tan caro y tan macho. Se puso los mejores calzoncillos, el único traje que solo usaba en los escasos casamientos, eventos y velorios de su vida y salió silbando bajito por la avenida Pueyrredón rumbo a Monte Blanco esquina Montevideo.
Esa mañana no había hablado casi nada en el taller, sus compañeros extrañaron sus bromas y la conversación que detallaba el último partido del cuadro de sus amores el “Santa Teresa”. Aunque perdiera seis a cero, su corazón de alma futbolera siempre le encontraba la jugada valiente y el tiro audaz a su cuadro condenado de por vida a militar en la tercera división.
Pero nadie le preguntó nada, hasta el capataz trató de no pasar a su lado más de lo necesario, parecía que todos intuían que ese Lunes de Agosto era especial en la vida de Eusebio Raúl Poncela Rosas.
___¿Cuánto esas amarillas? ___Le preguntó a la señora florista de la otra cuadra, ella sonrió pero se le notó el asombro de que ese hombre le compre flores, luego de casi una vida de pasar y solo decirle un... “Buenas tardes” o por supuesto, un: “Buenos días”, de acuerdo al horario. A veces pasaba apurado y solo decía: “Buenas” para abreviar.
___Doce reales vecino. ___Sacó las monedas del bolsillo interior del saco cuidando de mantener el cigarro lejos de cualquier incendio rodeado de flores y papeles de colores, en el antiguo kiosco de la esquina más perfumada.
Volvió a retomar el camino, catorce cuadras de calles empedradas y faroles ingleses, carros vendedores de verduras, vecinas chusmonas niños corriendo tras pelotas de trapo, catorce cuadras hacia el puerto saludando de vez en cuando o simplemente moviendo la cabeza al cruzarse frente a una dama que le miraba la pinta de galán y las flores con cierta envidia femenina.
Cuando llegó a la esquina del caserón se detuvo momentáneamente en el Bar para tomarse una ginebra y así ordenar sus ideas, no era que guardara una duda o un descontento por lo que iba a hacer sino que sabía que había esperado tal ves demasiado.
El aldabón despertó un sonido de bronce contra la madera de la puerta descascarada que supo ser azul y cuando esperaba el tiempo prudente para volver a golpear de nuevo sintió el ruido del pasador del otro lado.
Era Mariela, la más chica de las Galarsa, que lo miró extrañada, como si viera a un extraño y le recibió las flores.
___Son para...
___Mi madre y mis hermanas están en la cocina, pase por favor. ___Le dijo y se adelantó caminando nerviosa, pasaron por un largo corredor que daba a un patio interior con claraboyas y macetas por todas partes con flores y plantas, una enredadera cubría una vieja aljibe ya en desuso y dos perros que lo reconocieron volvieron a dormir. Había también un gran jaublón con pájaros y algunas loritas paraguayas, también baldosas blancas y negras en damero y el olor a perfume de Lavanda de Eusebio que pensó que se había puesto demasiado. Pero ya era tarde.
Cuando entraron doña Encarnación recibió las flores sabiendo que eran para su hija mayor, justo la que no estaba, sin embargo en su orden de mayor a menor la rodeaban: María, Lourdes y Mariela, la más chica.
___Hace tiempo que no viene Poncela, parece que no se ha enterado.
La cara absorta de Eusebio era el cuadro de la ignorancia cuando lo invitaron a sentarse, todas estaban tomando mate alrededor de una mesa con bizcochos y pastelitos de dulce. La señora Encarnación dejó las agujas y el tejido sobre la mesa y lo miró a los ojos con cierta tristeza.
___¿De que señora, dígame por favor? ___Preguntó imaginando lo peor.
___Anna se comprometió la semana pasada, Nicola el carnicero vino a pedirle su mano, estuvo toda la tarde, trajo chocolates y fue muy respetuoso, así como usted. Ahora está en la casa de la modista de al lado probándose un vestido para....
___Comprendo. ___Dijo de cabeza agachada y con la vista perdida en sus zapatos de punta lustrados como espejos la noche anterior, hacía cuatro meses que había dejado de visitar la casa porque se había dedicado a hacer muchas horas en el taller para comprar los anillos. Sentía que el estuche le quemaba el corazón desde adentro del traje gris.
___Usted, dejó de venir y este hombre hacía tiempo le arrastraba el ala, comprenda, Anna tiene treinta años y nos e iba a quedar solterona, lo siento.
Las tres hermanas restantes bajaron la cabeza con vergüenza por el momento que pasaba el pretendiente de su hermana mayor, afeitado y mirando al piso se puso de pie y trató de dibujar una sonrisa forzada.
___¿Qué venía a decirle a mi hermana? ____ Preguntó la chica: Mariela, que era un poco mas delgada que Anna pero con iguales ojos de color mar, cabellos largos atados en un perfecto moño y un hoyuelo parecido en el mentón.
Su madre la miró con gesto severo, no podía creer tamaño atrevimiento y falta de discreción.
___Le iba a pedir la mano, trabajé, por eso no podía venir, estaba ahorrando para esto. ___Dijo al borde del llanto sacando el paquetito algo arrugado del bolsillo. Ella miró a sus hermanas y a su madre, luego tragó saliva.
___Yo me caso con usted... si quiere Eusebio, yo... siempre... me gustó.
___¡Mariela! ___Gritaron su madre y sus dos hermanas a coro y hasta los perros ladraron del lado de afuera mientras por el corredor aparecía una rozagante Anna sosteniendo un vestido blando doblado sobre el brazo.

Un mes después Eusebio Raúl Poncela Rosas se casó con Mariela Galarsa Uriarte, fueron todo lo felices que quisieron, mientras Anna se separó al tiempo de ser esposa de Nicola, parece que el carnicero le pegaba cuando llegaba a su casa luego del trabajo.
FIN

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