Enigmas de la lluvia
Por: Darío Valle Risoto
La lluvia lava lentamente las calles, sin pausa las lágrimas de agua se largan en caída no tan libre sobre las ventanillas del colectivo y yo sueño despierto.
Adormilado, en estado alfa, idiotizado por el heavy metal de mi nueva adquisición: Cynthia Witthoft que me sostiene entre el margen distorsionado de las seis cuerdas y una vieja sensación de deja vu en la mente apelmazada de cansancio.
Una escalera de rostros perdidos me miran, yo trato de cerrar los ojos y a veces logro el sueño, mientras un imperturbable sopor me despega de mi y me deja en algún recuerdo foráneo de conversaciones viejas o deseos no tan antiguos. Mariposas y mujeres sobrevuelan mis brazos ateridos, el frío de mis botas empapadas sube por todo mi cuerpo vestido de negro y trato de no mirar la hora en mi celular. Acaso no deba saber cuantos minutos me faltan para hacer exactamente lo mismo que hago de lunes a viernes casi todo el año.
Llega la misma ola despiadada de deseos sometidos a la disciplina del carácter social, aquellas ganas de abrirme paso entre la espesura de una maleza de idiotas ahora se sofrena con la madurez y la resignada sensación de que el planeta seguirá dando asco, luego de que me vaya.
Revolución sensorial de imágenes vacías, yo bañándome con ella en casa, mientras escuchamos Metallica y mi gata llora detrás de la puerta del baño cerrada, sus cabellos entre mis dedos y sus pechos exactamente a punto de mis labios.
Aquella tarde en que el rosedal se cubrió de aroma a mariguana y Elvira me contaba la última historia de amor que había editado en Argentina, poco tiempo después volvió a San Telmo dejándome “la mosca y la sopa” con una dedicatoria extraña.
“Nunca tuve tiempo de mentirte que no te quiero”
Esta maldita condición “sacerdotal” de escucharle los problemas a la gente y morir con los consejos fracasados, a fin de cuenta, todos buscan que les mienta lindo pero nunca puedo, al menos no del todo. Penas, duelos, romances, amoríos, calenturas, sueños de verano y damiselas insatisfechas desfilan entre mis ojos verdes y mis labios secos.
Acaso realmente provengo de un lejano planeta y mi madre si tenía razón cuando yo pequeño aún hacía preguntas demasiado arriesgadas y peligrosas para un niño. ¡Pensar que creías que iba a ser mudo! Dijo mi padre evidentemente orgulloso, no sabía que la marca de Caín no es una medalla muy fácil de llevar.
Y sigue lloviendo mientras la gente pierde la calma que nunca tuvo y sufre de alergia al agua mientra se vuelve aún más insoportable en una ciudad tan aburrida que aburre.
Mientras tanto sube una chica que sonríe pensando tal ves en algo lindo y yo recibo algo de calor interior robado de esa juventud que quiere salir a bailar y conocer a un príncipe que no importa mucho si es azul o en blanco y negro.
“Nunca tuve tiempo de mentirte que no te quiero”, me dijo y ya hacen como veinte años, probablemente este gorda e insoportable y ya no tenga esa deliciosa propensión a hacer el amor casi todo el tiempo y dejar esas dedicatorias como castigos.
Por: Darío Valle Risoto
La lluvia lava lentamente las calles, sin pausa las lágrimas de agua se largan en caída no tan libre sobre las ventanillas del colectivo y yo sueño despierto.
Adormilado, en estado alfa, idiotizado por el heavy metal de mi nueva adquisición: Cynthia Witthoft que me sostiene entre el margen distorsionado de las seis cuerdas y una vieja sensación de deja vu en la mente apelmazada de cansancio.
Una escalera de rostros perdidos me miran, yo trato de cerrar los ojos y a veces logro el sueño, mientras un imperturbable sopor me despega de mi y me deja en algún recuerdo foráneo de conversaciones viejas o deseos no tan antiguos. Mariposas y mujeres sobrevuelan mis brazos ateridos, el frío de mis botas empapadas sube por todo mi cuerpo vestido de negro y trato de no mirar la hora en mi celular. Acaso no deba saber cuantos minutos me faltan para hacer exactamente lo mismo que hago de lunes a viernes casi todo el año.
Llega la misma ola despiadada de deseos sometidos a la disciplina del carácter social, aquellas ganas de abrirme paso entre la espesura de una maleza de idiotas ahora se sofrena con la madurez y la resignada sensación de que el planeta seguirá dando asco, luego de que me vaya.
Revolución sensorial de imágenes vacías, yo bañándome con ella en casa, mientras escuchamos Metallica y mi gata llora detrás de la puerta del baño cerrada, sus cabellos entre mis dedos y sus pechos exactamente a punto de mis labios.
Aquella tarde en que el rosedal se cubrió de aroma a mariguana y Elvira me contaba la última historia de amor que había editado en Argentina, poco tiempo después volvió a San Telmo dejándome “la mosca y la sopa” con una dedicatoria extraña.
“Nunca tuve tiempo de mentirte que no te quiero”
Esta maldita condición “sacerdotal” de escucharle los problemas a la gente y morir con los consejos fracasados, a fin de cuenta, todos buscan que les mienta lindo pero nunca puedo, al menos no del todo. Penas, duelos, romances, amoríos, calenturas, sueños de verano y damiselas insatisfechas desfilan entre mis ojos verdes y mis labios secos.
Acaso realmente provengo de un lejano planeta y mi madre si tenía razón cuando yo pequeño aún hacía preguntas demasiado arriesgadas y peligrosas para un niño. ¡Pensar que creías que iba a ser mudo! Dijo mi padre evidentemente orgulloso, no sabía que la marca de Caín no es una medalla muy fácil de llevar.
Y sigue lloviendo mientras la gente pierde la calma que nunca tuvo y sufre de alergia al agua mientra se vuelve aún más insoportable en una ciudad tan aburrida que aburre.
Mientras tanto sube una chica que sonríe pensando tal ves en algo lindo y yo recibo algo de calor interior robado de esa juventud que quiere salir a bailar y conocer a un príncipe que no importa mucho si es azul o en blanco y negro.
“Nunca tuve tiempo de mentirte que no te quiero”, me dijo y ya hacen como veinte años, probablemente este gorda e insoportable y ya no tenga esa deliciosa propensión a hacer el amor casi todo el tiempo y dejar esas dedicatorias como castigos.
Fin?
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