Sombras de Hoy
Por: Darío Valle Risoto
Colgado en la cornisa de la tarde, suspira ansioso por verla. Ella es el recuerdo del corazón, el disparo certero que medita en las puertas traseras del deseo más vital.
Acaso sostenida en el medio de su vientre esté la llama ardiente de un sueño tantas veces soñado pero no por eso abandonado a la deriva de la desolación. Todos somos enfermos solitarios buscando la cura entre las piernas de una mujer.
¡Cómo la podría amar!
Naufragaría el mago, el tarotista absorto en esas nimiedades que obstruyen el conocimiento pero… ¡Es tan bueno sentirse vivo!
Volvieron las viejas loas, los verdes prados y los atardeceres con aroma a madreselvas, los tangos se volvieron más amigos que nunca y el héroe obscuro estuvo allí más no sea que para procurar pequeñas salvaguardas.
Pero uno se acostumbra a la soledad, esas manos nudosas que nos atan con las raíces de arbustos misteriosos. Ojos que vuelan en la noche, labios en la madrugada y su voz a la mañana trayendo el candor de su femenina belleza.
¡La puta madre que es linda y perra!
Un litro de grapa miel sobre la mesa, la gata negra que lo mira desde su almohadón de plumas y él que la acaricia a falta de sus sueños de trigo y ese resplandor de un arco iris que le apuñale el pecho hasta morirlo.
¡Cuantas hubo antes!
Si, pero todas diferentes o lo más aterrador: siempre ha sido la misma. La misma mujer que se amalgama o se somete al discurso de las edades, la juventud, acaso una niñez temerosa y la pubertad indiscutible de la masturbación y la culpa. Con los años la culpa se va y también las esperanzas. ¡Fueron tan breves!
La japonesa como un hermoso cuervo negro se desnudó en el living y el sabia que iba a durar muy poco como todo lo bueno, de todas formas una mañana fría amaneció mirándose en la ventana del psiquiátrico.
¿Qué haces acá pelotudo?
¿La inventé acaso?
No, estaba allí pero era una mujer de cenizas y… ¡Yo la quería de luna llena!
No señorito, no sea putito, no hay mujeres de luna, todas son de carne y hueso, la mayoría tienen cerebro, memoria, besos guardados a plazo fijo y unas ganas tremendas de arruinarnos la vida. Todas son perversas.
Pero… ¡La puta madre que es linda y perra!
Por: Darío Valle Risoto
Colgado en la cornisa de la tarde, suspira ansioso por verla. Ella es el recuerdo del corazón, el disparo certero que medita en las puertas traseras del deseo más vital.
Acaso sostenida en el medio de su vientre esté la llama ardiente de un sueño tantas veces soñado pero no por eso abandonado a la deriva de la desolación. Todos somos enfermos solitarios buscando la cura entre las piernas de una mujer.
¡Cómo la podría amar!
Naufragaría el mago, el tarotista absorto en esas nimiedades que obstruyen el conocimiento pero… ¡Es tan bueno sentirse vivo!
Volvieron las viejas loas, los verdes prados y los atardeceres con aroma a madreselvas, los tangos se volvieron más amigos que nunca y el héroe obscuro estuvo allí más no sea que para procurar pequeñas salvaguardas.
Pero uno se acostumbra a la soledad, esas manos nudosas que nos atan con las raíces de arbustos misteriosos. Ojos que vuelan en la noche, labios en la madrugada y su voz a la mañana trayendo el candor de su femenina belleza.
¡La puta madre que es linda y perra!
Un litro de grapa miel sobre la mesa, la gata negra que lo mira desde su almohadón de plumas y él que la acaricia a falta de sus sueños de trigo y ese resplandor de un arco iris que le apuñale el pecho hasta morirlo.
¡Cuantas hubo antes!
Si, pero todas diferentes o lo más aterrador: siempre ha sido la misma. La misma mujer que se amalgama o se somete al discurso de las edades, la juventud, acaso una niñez temerosa y la pubertad indiscutible de la masturbación y la culpa. Con los años la culpa se va y también las esperanzas. ¡Fueron tan breves!
La japonesa como un hermoso cuervo negro se desnudó en el living y el sabia que iba a durar muy poco como todo lo bueno, de todas formas una mañana fría amaneció mirándose en la ventana del psiquiátrico.
¿Qué haces acá pelotudo?
¿La inventé acaso?
No, estaba allí pero era una mujer de cenizas y… ¡Yo la quería de luna llena!
No señorito, no sea putito, no hay mujeres de luna, todas son de carne y hueso, la mayoría tienen cerebro, memoria, besos guardados a plazo fijo y unas ganas tremendas de arruinarnos la vida. Todas son perversas.
Pero… ¡La puta madre que es linda y perra!
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