Transcurrir la Lluvia
Por: Darío Valle Risoto
Un agobiante calor invade Montevideo, la humedad del aire hace que la transpiración se vuelva sobre la piel un aceite pegajoso insoportable.
Miro el reloj porfiado en la misma orientación caótica de un tiempo detenido mientras trato de estirar el poco trabajo que tengo, la radio es una buena compañía pero a veces, últimamente demasiado a menudo me canso de las bobadas que pretenden ser humor.
El reloj de afuera no se mueve pero quizás el de adentro me pone viejo e insufrible, crítico, malhumorado, gris, una mierda de insoportable… Uruguayo, Uruguayito, Yorugua… Un pelotudo.
Cansado salgo a las cuatro y media cuando en realidad son las tres y media porque al gobierno todos los años se le cuela en las pelotas ahorrar energía de esa forma sin reparar que en este país la gente tira agua, electricidad y neuronas como si sobraran.
Felizmente ha llovido y esa lamida de agua baja un tantito la temperatura pero no es para tanto, la transpiración pegada al cuerpo ahora se mezcla con el líquido como un Martini genético absurdo. Miro a una mujer tan joven como gorda luchando por mantener el paraguas en vertical mientras sus dos nalgas como hemisferios se mueven al compás de un solemne repiqueteo de agua sobre los techos de los autos.
No me gusta imaginarme como transpirará la gorda y tampoco debo dejar de reconocer que se me vienen a la cabeza imágenes de aquellos cuadros de gordas en bolas del renacimiento, no recuerdo el pintor o pintores, seguramente César lo sabe de cierto. Y hasta tal vez ni fue en el renacimiento.
Camino por Nancy esquivando charcos y soretes de perros, algunos son tan grandes que a veces creo que en el barrio todavía viven Tyranosauros Rex, lo que si es seguro es que sus dueños son unos reverendos Orangutanes.
Montevideo ciudad gris, caliente y mojada como la chucha de una monja ayudando a cambiarse al papa, ni más ni menos.
En algo hay que penar mientras espero el colectivo.
El otro día alguien se enojó porque no digo “Ómnibus” y es que no me gusta, tampoco todo lo que viene de Buenos Aires es una mierda pero a veces todo parece indicar lo contrario.
Subo al colectivo tratando de no romperme un hueso mientras el conductor parece que quiere suicidarse llevándose a unos cuantos, adentro todo está húmedo, maloliente y asqueroso como no podía ser de otra manera.
Elijo no ponerme los auriculares porque felizmente este colectivero no puso la radio al mango con el idiota de Pettinatti, puedo así escuchar al agua caer ahora con más fuerza mientras una gotera me empapa la pierna derecha y otra señora sobredimensionada se sienta a mi lado apoyando algunos rollos sobre mi.
Me vuelvo a preguntar si la gente necesitaba tanto a los celulares porque el concierto de gente hablando, tecleando y jodiendo se vuelve una impertinente caterva de voces entrecruzadas a mí alrededor mientras miro a alguna chica que sube y está para merecer.
Y siendo uno más feo que lindo a veces se vuelve demasiado detallista, me pregunto porqué los pantalones desde hace décadas son de tiro bajo y entonces las pibas ahora tienen las caderas con dos cinturas y las panzas les salen en media cuota para afuera.
Admiro y deploro por partes iguales a las pichonas de Manatí que se ponen calzas y muestran sus cuatro hectáreas de grasa poco sutilmente, mientras me observan como lo haría Angelina Jolie en una recepción del Radison si me la cruzo y la miro.
Por lo manos la gente está comiendo más últimamente, eso se lo debo otorgar al gobierno, pero sería bueno una pequeña hambrunita para que en el verano no me ande asqueando la sudorosa proximidad de las damas XXXL a mi lado. Si, ya se, me van a acusar de discriminar, saben una cosa…
No comments:
Post a Comment