EL MISTERIO DE PORTUGAL
Por: Darío Valle Risoto
A Manuel no le gustó la idea de viajar en esa época del año, no era que le disgustaran las vacaciones, ¿A quién no le gustan?, Era bueno distenderse, sobre todo porque en la zapatería del Shopping donde trabajaba, lo tenían harto con horarios extras, malos tratos y un sueldo de morondanga, pero en ese momento no tenía ganas de viajar.
Carlos, el veterano del depósito le había prestado una casa en La Barra del Chuy en Rocha, se sentía agradecido porque en estos tiempos la gente ya no presta ni atención y que te ofrezcan una cálida vivienda para pasar la licencia es algo extraordinario se lo mire por donde se lo mire. Juntando voluntad cargó unas cosas en una mochila, le pidió a Juana su vecina que le cuide los perros y partió una noche de agosto cagado de frío rumbo a lo desconocido, media hora después ya le habían pegado cuatro codazos los nerviosos pasajeros del autobús e intentaba dormir mientras el chofer oía música tropical como si se tratara de un baile de quince.
Una gorda se sentó a su lado aplastándolo contra la ventanilla, entraba frío por una rendija de la ventana y ya se le habían dormido la pierna derecha que intentaba mover sintiendo asco cada vez que rozaba los paquidérmicos rollos de su compañera.
Intentó dormir y cuando al fin una leve oscuridad se adueñó de su atención, comprobó que estaban dejando Maldonado, era ya de madrugada y la gorda se había dormido apoyada en su hombro izquierdo. Pensó en meterle la lapicera en la oreja pero tal vez fuera un poco brusco.
El chofer amablemente le dejó unos dos kilómetros antes de donde debía, combatió el congelamiento viendo a lo lejos enormes bultos oscuros que recortados contra la noche parecían gigantes dormidos pero eran los montes al pie de los cerros, comenzó a chiflar y eso le dio más miedo que el silencio, así que se puso los auriculares y tanteó el radiocasete portátil dentro de su campera de jean. El viejo cassette de Jehtro Tull se calló a la carretera, al agacharse comprobó que eso que se acercaba era algo más que un auto, lo sobrecogió el viento levantado por el enorme camión Scania que paso a pocos metros suyo.
___¡La puta que te parió!
Gritó y su voz le sonó extraña, hacía cuatro horas estaba cómodo en su casa y ahora parecía el último habitante de la república de los pedos... ¿Pedos?, ¡Ah... claro!
Había tenido la juiciosa precaución de guardarse una petaca con licor de miel o grapa miel o como le llamen, se entreparó sin dejar se mover las piernas casi congeladas y metió la mano dentro de la mochila, con la otra se acomodó el gorro de lana y luego de tantear toda suerte de porquerías encontró el grácil vidrio portador del futuro calor de su jubiloso estómago.
Unos doscientos metros después ya no le importaba demasiado el frío porque sentía un veranillo intenso en sus tripas, el calor de la miel mezclada con alcohol le hacía sentirse un poco mejor y ya no le interesó más nada hasta que llegó al frente de la carnicería.
____De la carnicería doblas a la derecha y caminas hasta la esquina, después volvés para atrás y a media cuadra, justo enfrente hay unos eucaliptos, entre estos el portón y allí la casa, toma las llaves. ___Le había dicho el veterano, mientras se probaba unos championes de descuento que seguramente no iba a pagar, por las dudas igual había tomado nota en un pedazo de envoltorio.
Su reloj indicaba las tres y media, la luna estaba semi cubierta por unos nubarrones raros, la casa de Carlos era mucho mejor de lo que imaginaba, sacó las llaves y entró sin problemas, adentro la decoración era simple y práctica, salvo una bandera de Liverpool tirada sobre una silla. Dos cuartos un pequeño baño y la cocina no mucho más grande, conectó la corriente eléctrica pero no había lámparas.
___Este boludo no me dijo que trajera.
Insultando su mala suerte se metió a uno de los cuartos, por lo menos estaba todo bien cerrado y no hacía tanto frío, de todas maneras se acostó vestido. La pila del radio cassette ya no dio más y en la mitad de "Aqualong" se quedó sin música, a la mañana iría a la carnicería, almacén y bar por donde había pasado antes, solo esperaba recordar el camino.
Nunca se había dormido tan rápido como en esa noche y no supo si había soñado pero con el ininterrumpido canto de los pájaros, la brisa con olor a mar y el sol que penetraba por las rendijas de las cortinas plásticas, creyó escuchar un suave canto en portugués. Era casi mediodía, con un solo ojo oteó el reloj sobre la mesa de luz cubierta de polvo, encendió la lampara que no se prendió y miró a todos lados, a veces sufría de desorientación al despertarse, sobre todo tras tomarse más de medio litro de grapa miel sin haber comido en horas.
La canción no venía de una radio, alguien cantaba muy cerca, al levantarse comprobó que tenía hambre y le dolía la cabeza, que había ensuciado las sábanas con los deportivos embarrados y que era un idiota por dormir calzado.
Fue al baño y meó lentamente intercambiando gestos con el espejo, a cuál más feo y desagradable, se estaba quedando pelado, bueno hacía más o menos diez años de eso, así que la resignación es un sentimiento obligatorio para combatir el suicidio. Cuando vació la mochila sobre la mesa del living comprobó que había dejado el celular en Montevideo, que se había comido las galletitas en el ómnibus y que en alguna parte había perdido la petaca vacía de grapa.
Ningún corte comercial, tampoco evidenciaba que no era una radio, al menos que fuera una frecuencia modulada, pero en portugués podía ser una radio local, a menos que a alguien le fallara el cerebro como para salir a cantar con ese frío de agosto.
El sol penetró demasiado luminoso cuando abrió la puerta y sintió el olor de los pastos mojados por la cerrazón, vio que estaba en una cuadra con pocas casas, jardines arreglados y que tenía una vecina.
___¡Pero.. ¡
___ Bon gia, eu no contaba con vocé.
No podía ser cierto, esa enorme rubia como de tres metros, cabello enrulado y abundante como un enorme manojo de trigo, las piernas, los pies descalzos y ese vestido celeste. Colgaba ropa sosteniendo los palillos entre sus labios carnosos, solo se los había quitado para saludarlo. Manuel se quedó paralizado, miro para adentro, se restregó los ojos y volvió a mirar para la casa de lado, una gran casa blanca con el pasto cortado prolijamente, una hamaca de jardín, esa rubia colgando ropa que hablaba en portuñol y una sensación de que sus vacaciones iban a ser maravillosas.
___Mi nombre es Manuel, Manuel Leyrado. Llegué anoche, Carlos me prestó la casa por un par de semanas y...
___¡Ah... Carlos!, Bienvenido Minuel.
___Manuel.
Ella sonrió y algo no estaba bien, pensó en una enorme broma orquestada por los cretinos de la zapatería para engancharlo, debía ser una loca contratada para gastarle una broma.
___¿Sos brasileña?
___Portuguesa, de Lisboa.
___¿Dónde mierda queda Portugal? ___Pensó en preguntarle pero no quedaría ni muy apropiado ni muy inteligente.
Ella dejó vacío el cesto, las dos cuerdas tenían varias mudas de ropa, todas femeninas, ropa interior, algunos jeans y un par de buzos, ella se acercó tímidamente al alambrado que separaba las casas y el iba pensando en que si tenía la misma cara que había visto en el espejo probablemente la basi... , portuguesa, iba a gritar y salir corriendo.
Sin embargo se acercó y lo invitó a almorzar, unos segundos luego entraba en la casa a bañarse con agua helada, tropezarse con todo lo que había dejado tirado y agradeciéndole a un dios que tenía medio abandonado por esas vacaciones.
___¡No le pregunté ni el nombre, no tengo nada para llevar y si esto es una joda voy a asesinar a todo el Shopping como esos yanquis que cada tanto matan gente para divertirse!.
Maritza Andrade, diecinueve años, sola en esa enorme casa, bueno, con dos perros Boxer que lo miraron mal todo el tiempo, modelo ella, no los perros, sobrina de los dueños que estaban en Punta del Este y Manuel con treinta y nueve, corto de vista, medio pelado y con unas ganas bárbaras de pegar un grito y tirársele encima.
Ella no se preocupó porque él no llevara nada, pudo haber ido a comprar vino en una corta carrera, pero temió que el espejismo se diluyera, así que se excusó, ella sonriente trajo a la mesa una enorme fuete de ensalada y cocinó unas enormes y olorosas costillas de cerdo. Manuel estaba en el paraíso.
___Mis tíos vienen de tarde, ¿Tú eres amigo de Carrlos?
___No, bueno, más bien compañeros de trabajo, ¿Dónde queda Portugal?
Ella tenía una camisa blanca desabotonada sobre el vestido, se había recogido el profuso pelo por atrás y sus ojos celestes parecían como de extraños metales o pedazos del cielo de verano.
___Es una parte de España, desde Galicia hasta el Mediterráneo, como un largo brazo de tierra que se mete en el mar.
Manuel quizo separar el tiempo de antes del que vivía, tener veinticinco años, ser alto, con más pelo y haber llegado en un velero volador.
Después de comer hicieron el amor sobre una enorme alfombra de piel, ella sonreía cuando él trataba de mantenerse en control, pero nunca supo que ya lo había perdido desde que la escuchó cantando esa canción.
Fue un poco bochornoso que se despertara solo, salió corriendo tras saltar por la ventana de la cocina, los tíos habían llegado más temprano, pensó en explicarles todo. ¿Pero cómo?, Se metió a la casa y comprobó sonriendo que no había olvidado el calzoncillo, se sentó un momento intentando recapitular lo que había pasado, eran las seis de la tarde y había ido al paraíso y vuelto en un recorrido increíble.
____¡Hola, Carlos! ___Gritó un hombre desde afuera, al salir se encontró con un matrimonio maduro.
___Buenas tardes. ___Eran mayores, se notaban tristes, el hombre tenía un brazalete negro en la manga del saco y la mujer vestía del mismo color.
___Me llamo Manuel Leyrado, Carlos me prestó la casa para pasar mis vacaciones, llegué de noche, ¿Ustedes viven al lado?
___Disculpe___ dijo el hombre___ venimos de enterrar a nuestra sobrina Maritza___ La mujer se fue llorando a la casa. ___ Murió hace dos días en un accidente.
Manuel sintió un mareo, al mirar a la casa no vio ni la ropa colgada ni a los perros, tampoco el césped cuidado, mucho menos a ella.
Todavía no puede olvidar la canción y ya hace como cinco años de aquellas vacaciones en La barra del Chuy.
Este cuento fue publicado el 27 de diciembre del 2007 en el blog: El Diccionario del Diablo.
Por: Darío Valle Risoto
A Manuel no le gustó la idea de viajar en esa época del año, no era que le disgustaran las vacaciones, ¿A quién no le gustan?, Era bueno distenderse, sobre todo porque en la zapatería del Shopping donde trabajaba, lo tenían harto con horarios extras, malos tratos y un sueldo de morondanga, pero en ese momento no tenía ganas de viajar.
Carlos, el veterano del depósito le había prestado una casa en La Barra del Chuy en Rocha, se sentía agradecido porque en estos tiempos la gente ya no presta ni atención y que te ofrezcan una cálida vivienda para pasar la licencia es algo extraordinario se lo mire por donde se lo mire. Juntando voluntad cargó unas cosas en una mochila, le pidió a Juana su vecina que le cuide los perros y partió una noche de agosto cagado de frío rumbo a lo desconocido, media hora después ya le habían pegado cuatro codazos los nerviosos pasajeros del autobús e intentaba dormir mientras el chofer oía música tropical como si se tratara de un baile de quince.
Una gorda se sentó a su lado aplastándolo contra la ventanilla, entraba frío por una rendija de la ventana y ya se le habían dormido la pierna derecha que intentaba mover sintiendo asco cada vez que rozaba los paquidérmicos rollos de su compañera.
Intentó dormir y cuando al fin una leve oscuridad se adueñó de su atención, comprobó que estaban dejando Maldonado, era ya de madrugada y la gorda se había dormido apoyada en su hombro izquierdo. Pensó en meterle la lapicera en la oreja pero tal vez fuera un poco brusco.
El chofer amablemente le dejó unos dos kilómetros antes de donde debía, combatió el congelamiento viendo a lo lejos enormes bultos oscuros que recortados contra la noche parecían gigantes dormidos pero eran los montes al pie de los cerros, comenzó a chiflar y eso le dio más miedo que el silencio, así que se puso los auriculares y tanteó el radiocasete portátil dentro de su campera de jean. El viejo cassette de Jehtro Tull se calló a la carretera, al agacharse comprobó que eso que se acercaba era algo más que un auto, lo sobrecogió el viento levantado por el enorme camión Scania que paso a pocos metros suyo.
___¡La puta que te parió!
Gritó y su voz le sonó extraña, hacía cuatro horas estaba cómodo en su casa y ahora parecía el último habitante de la república de los pedos... ¿Pedos?, ¡Ah... claro!
Había tenido la juiciosa precaución de guardarse una petaca con licor de miel o grapa miel o como le llamen, se entreparó sin dejar se mover las piernas casi congeladas y metió la mano dentro de la mochila, con la otra se acomodó el gorro de lana y luego de tantear toda suerte de porquerías encontró el grácil vidrio portador del futuro calor de su jubiloso estómago.
Unos doscientos metros después ya no le importaba demasiado el frío porque sentía un veranillo intenso en sus tripas, el calor de la miel mezclada con alcohol le hacía sentirse un poco mejor y ya no le interesó más nada hasta que llegó al frente de la carnicería.
____De la carnicería doblas a la derecha y caminas hasta la esquina, después volvés para atrás y a media cuadra, justo enfrente hay unos eucaliptos, entre estos el portón y allí la casa, toma las llaves. ___Le había dicho el veterano, mientras se probaba unos championes de descuento que seguramente no iba a pagar, por las dudas igual había tomado nota en un pedazo de envoltorio.
Su reloj indicaba las tres y media, la luna estaba semi cubierta por unos nubarrones raros, la casa de Carlos era mucho mejor de lo que imaginaba, sacó las llaves y entró sin problemas, adentro la decoración era simple y práctica, salvo una bandera de Liverpool tirada sobre una silla. Dos cuartos un pequeño baño y la cocina no mucho más grande, conectó la corriente eléctrica pero no había lámparas.
___Este boludo no me dijo que trajera.
Insultando su mala suerte se metió a uno de los cuartos, por lo menos estaba todo bien cerrado y no hacía tanto frío, de todas maneras se acostó vestido. La pila del radio cassette ya no dio más y en la mitad de "Aqualong" se quedó sin música, a la mañana iría a la carnicería, almacén y bar por donde había pasado antes, solo esperaba recordar el camino.
Nunca se había dormido tan rápido como en esa noche y no supo si había soñado pero con el ininterrumpido canto de los pájaros, la brisa con olor a mar y el sol que penetraba por las rendijas de las cortinas plásticas, creyó escuchar un suave canto en portugués. Era casi mediodía, con un solo ojo oteó el reloj sobre la mesa de luz cubierta de polvo, encendió la lampara que no se prendió y miró a todos lados, a veces sufría de desorientación al despertarse, sobre todo tras tomarse más de medio litro de grapa miel sin haber comido en horas.
La canción no venía de una radio, alguien cantaba muy cerca, al levantarse comprobó que tenía hambre y le dolía la cabeza, que había ensuciado las sábanas con los deportivos embarrados y que era un idiota por dormir calzado.
Fue al baño y meó lentamente intercambiando gestos con el espejo, a cuál más feo y desagradable, se estaba quedando pelado, bueno hacía más o menos diez años de eso, así que la resignación es un sentimiento obligatorio para combatir el suicidio. Cuando vació la mochila sobre la mesa del living comprobó que había dejado el celular en Montevideo, que se había comido las galletitas en el ómnibus y que en alguna parte había perdido la petaca vacía de grapa.
Ningún corte comercial, tampoco evidenciaba que no era una radio, al menos que fuera una frecuencia modulada, pero en portugués podía ser una radio local, a menos que a alguien le fallara el cerebro como para salir a cantar con ese frío de agosto.
El sol penetró demasiado luminoso cuando abrió la puerta y sintió el olor de los pastos mojados por la cerrazón, vio que estaba en una cuadra con pocas casas, jardines arreglados y que tenía una vecina.
___¡Pero.. ¡
___ Bon gia, eu no contaba con vocé.
No podía ser cierto, esa enorme rubia como de tres metros, cabello enrulado y abundante como un enorme manojo de trigo, las piernas, los pies descalzos y ese vestido celeste. Colgaba ropa sosteniendo los palillos entre sus labios carnosos, solo se los había quitado para saludarlo. Manuel se quedó paralizado, miro para adentro, se restregó los ojos y volvió a mirar para la casa de lado, una gran casa blanca con el pasto cortado prolijamente, una hamaca de jardín, esa rubia colgando ropa que hablaba en portuñol y una sensación de que sus vacaciones iban a ser maravillosas.
___Mi nombre es Manuel, Manuel Leyrado. Llegué anoche, Carlos me prestó la casa por un par de semanas y...
___¡Ah... Carlos!, Bienvenido Minuel.
___Manuel.
Ella sonrió y algo no estaba bien, pensó en una enorme broma orquestada por los cretinos de la zapatería para engancharlo, debía ser una loca contratada para gastarle una broma.
___¿Sos brasileña?
___Portuguesa, de Lisboa.
___¿Dónde mierda queda Portugal? ___Pensó en preguntarle pero no quedaría ni muy apropiado ni muy inteligente.
Ella dejó vacío el cesto, las dos cuerdas tenían varias mudas de ropa, todas femeninas, ropa interior, algunos jeans y un par de buzos, ella se acercó tímidamente al alambrado que separaba las casas y el iba pensando en que si tenía la misma cara que había visto en el espejo probablemente la basi... , portuguesa, iba a gritar y salir corriendo.
Sin embargo se acercó y lo invitó a almorzar, unos segundos luego entraba en la casa a bañarse con agua helada, tropezarse con todo lo que había dejado tirado y agradeciéndole a un dios que tenía medio abandonado por esas vacaciones.
___¡No le pregunté ni el nombre, no tengo nada para llevar y si esto es una joda voy a asesinar a todo el Shopping como esos yanquis que cada tanto matan gente para divertirse!.
Maritza Andrade, diecinueve años, sola en esa enorme casa, bueno, con dos perros Boxer que lo miraron mal todo el tiempo, modelo ella, no los perros, sobrina de los dueños que estaban en Punta del Este y Manuel con treinta y nueve, corto de vista, medio pelado y con unas ganas bárbaras de pegar un grito y tirársele encima.
Ella no se preocupó porque él no llevara nada, pudo haber ido a comprar vino en una corta carrera, pero temió que el espejismo se diluyera, así que se excusó, ella sonriente trajo a la mesa una enorme fuete de ensalada y cocinó unas enormes y olorosas costillas de cerdo. Manuel estaba en el paraíso.
___Mis tíos vienen de tarde, ¿Tú eres amigo de Carrlos?
___No, bueno, más bien compañeros de trabajo, ¿Dónde queda Portugal?
Ella tenía una camisa blanca desabotonada sobre el vestido, se había recogido el profuso pelo por atrás y sus ojos celestes parecían como de extraños metales o pedazos del cielo de verano.
___Es una parte de España, desde Galicia hasta el Mediterráneo, como un largo brazo de tierra que se mete en el mar.
Manuel quizo separar el tiempo de antes del que vivía, tener veinticinco años, ser alto, con más pelo y haber llegado en un velero volador.
Después de comer hicieron el amor sobre una enorme alfombra de piel, ella sonreía cuando él trataba de mantenerse en control, pero nunca supo que ya lo había perdido desde que la escuchó cantando esa canción.
Fue un poco bochornoso que se despertara solo, salió corriendo tras saltar por la ventana de la cocina, los tíos habían llegado más temprano, pensó en explicarles todo. ¿Pero cómo?, Se metió a la casa y comprobó sonriendo que no había olvidado el calzoncillo, se sentó un momento intentando recapitular lo que había pasado, eran las seis de la tarde y había ido al paraíso y vuelto en un recorrido increíble.
____¡Hola, Carlos! ___Gritó un hombre desde afuera, al salir se encontró con un matrimonio maduro.
___Buenas tardes. ___Eran mayores, se notaban tristes, el hombre tenía un brazalete negro en la manga del saco y la mujer vestía del mismo color.
___Me llamo Manuel Leyrado, Carlos me prestó la casa para pasar mis vacaciones, llegué de noche, ¿Ustedes viven al lado?
___Disculpe___ dijo el hombre___ venimos de enterrar a nuestra sobrina Maritza___ La mujer se fue llorando a la casa. ___ Murió hace dos días en un accidente.
Manuel sintió un mareo, al mirar a la casa no vio ni la ropa colgada ni a los perros, tampoco el césped cuidado, mucho menos a ella.
Todavía no puede olvidar la canción y ya hace como cinco años de aquellas vacaciones en La barra del Chuy.
Este cuento fue publicado el 27 de diciembre del 2007 en el blog: El Diccionario del Diablo.
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