El Abuelo José
Por: Darío Valle Risoto
Toda la familia llamaba a Pedro como si fuera el único que se podía hacer cargo del problema, por lo tanto resignado le pidió a su supervisor para salir antes del trabajo y llegó a la vieja casa de Sayago a escuchar los gritos desesperados de las tías Emilia y Rosario.
___Cálmense por favor, ¿Cuándo se fue?
___Temprano.
___Tarde.
Era inútil tratar de entenderse con las dos ancianas que nerviosas o rezaban o lanzaban puteadas a diestra y siniestra, la cosa era que habían dejado la puerta de calle sin cerrojo y el abuelo José se había tomado el olivo.
___No puede estar lejos. ___Volvió a salir a la calle, eran las cuatro de la tarde de un día invernal y según las tías solo iba vestido con una bata de baño y las pantuflas.
Era inevitable caminar en círculos tratando de encontrarlo, ochenta y siete años, un enorme anciano de ascendencia alemana con mal de Alzeimer.
Preguntó al diariero de la esquina y no sabía nada, entró a la farmacia y compró caramelos de miel como le gustan al abuelo, recorrió la calle Bel hasta llegar a las viejas vías del tren y allí lo vio, sentado en unos bloques mirando al cielo gris como si estudiara un cuadro al óleo.
___Hola abuelo.
___¿Va a llover?
___No sé, a lo mejor.
___¿Vos quien sos nena?
___Soy tu nieto y no soy una nena.
___Pelo largo.
___Si, me gusta así.
___Nunca me dejó mama, nunca me dejó.
___¿Usar pelo largo?
___Jugar al fútbol.
___¿Vamos a casa?, Está haciendo frío, ¿Quiere un caramelo?
___Bueno...
Lo ayudó a ponerse de pie, estaba helado, sus manos pecosas casi grises, pero tenía en sus ojos azules todo el frescor de la juventud perdida, José le arregló el pelo detrás de las orejas y le ayudó a cerrarse la bata.
Caminaron lo más rápido posible, ni un taxi apareció hasta que estaban en la esquina, en la puerta de casa las dos tías se persignaron no bien los vieron.
___¿Quiénes son?
___Las tías, Rosario la de negro y Emilia la que lleva esa mañanita roja.
___¿Mis hijas?
___Nooo, son tías abuelas por parte de mi madre, usted es mi abuelo por parte de padre, no son nada suyo.
Entraron, las viejas gritaban que iban a hacer té, llamar a la coronaria para avisar que lo habían encontrado y otras cosas.
Lo llevó a su cuarto y lo ayudó a acostarse, le puso la bolsa de agua caliente que Rosario le trajo corriendo y encendió la estufa.
___¡Pedro!, ¡Ya me acuerdo!.
___Mejor así.
___¿Sabes una cosa?
___Dígame abuelo...
___Mañana comienzo a practicar fútbol en el Racing club.
Cerró los ojos y se durmió, Pedro se quedó a su lado tomando el humeante té y pensando en las extrañas trampas de la vida.
FIN
Por: Darío Valle Risoto
Toda la familia llamaba a Pedro como si fuera el único que se podía hacer cargo del problema, por lo tanto resignado le pidió a su supervisor para salir antes del trabajo y llegó a la vieja casa de Sayago a escuchar los gritos desesperados de las tías Emilia y Rosario.
___Cálmense por favor, ¿Cuándo se fue?
___Temprano.
___Tarde.
Era inútil tratar de entenderse con las dos ancianas que nerviosas o rezaban o lanzaban puteadas a diestra y siniestra, la cosa era que habían dejado la puerta de calle sin cerrojo y el abuelo José se había tomado el olivo.
___No puede estar lejos. ___Volvió a salir a la calle, eran las cuatro de la tarde de un día invernal y según las tías solo iba vestido con una bata de baño y las pantuflas.
Era inevitable caminar en círculos tratando de encontrarlo, ochenta y siete años, un enorme anciano de ascendencia alemana con mal de Alzeimer.
Preguntó al diariero de la esquina y no sabía nada, entró a la farmacia y compró caramelos de miel como le gustan al abuelo, recorrió la calle Bel hasta llegar a las viejas vías del tren y allí lo vio, sentado en unos bloques mirando al cielo gris como si estudiara un cuadro al óleo.
___Hola abuelo.
___¿Va a llover?
___No sé, a lo mejor.
___¿Vos quien sos nena?
___Soy tu nieto y no soy una nena.
___Pelo largo.
___Si, me gusta así.
___Nunca me dejó mama, nunca me dejó.
___¿Usar pelo largo?
___Jugar al fútbol.
___¿Vamos a casa?, Está haciendo frío, ¿Quiere un caramelo?
___Bueno...
Lo ayudó a ponerse de pie, estaba helado, sus manos pecosas casi grises, pero tenía en sus ojos azules todo el frescor de la juventud perdida, José le arregló el pelo detrás de las orejas y le ayudó a cerrarse la bata.
Caminaron lo más rápido posible, ni un taxi apareció hasta que estaban en la esquina, en la puerta de casa las dos tías se persignaron no bien los vieron.
___¿Quiénes son?
___Las tías, Rosario la de negro y Emilia la que lleva esa mañanita roja.
___¿Mis hijas?
___Nooo, son tías abuelas por parte de mi madre, usted es mi abuelo por parte de padre, no son nada suyo.
Entraron, las viejas gritaban que iban a hacer té, llamar a la coronaria para avisar que lo habían encontrado y otras cosas.
Lo llevó a su cuarto y lo ayudó a acostarse, le puso la bolsa de agua caliente que Rosario le trajo corriendo y encendió la estufa.
___¡Pedro!, ¡Ya me acuerdo!.
___Mejor así.
___¿Sabes una cosa?
___Dígame abuelo...
___Mañana comienzo a practicar fútbol en el Racing club.
Cerró los ojos y se durmió, Pedro se quedó a su lado tomando el humeante té y pensando en las extrañas trampas de la vida.
FIN
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