EL ÚLTIMO VUELOPor: Myriam Croft
Los ojos de la mujer se dilatan cuando escucha, a sus espaldas, la voz autoritaria del hombre que no deja lugar a dudas, pese al ruido de los motores.
- ¡Ahora!
- ¡No puedo!- la voz femenina resuena temblorosa. Se aferra del borde de la puerta de la cabina. El viento le trae como un eco que se repite “Cáncer de mama con extensión a ganglios axilares. Un año de vida”
- Dije ¡Ahora!- el instructor, enganchado a ella por un arnés, toma impulso obligándola a lanzarse. La tierra se divisa pequeña pero ella se siente segura cuando traba las piernas en las de él. Se siente flotar. Está volando. Sonríe. El hombre de la voz ruda, acciona la cuerda del paracaídas y ambos se elevan a gran velocidad para, a continuación, comenzar un descenso sutil. La mujer grita de felicidad y su risa se expande en el espacio. Están llegando a tierra. Se están aproximando, puede divisar a su marido y a su hijo cuyas figuras se vuelven más claras. El aterrizaje es manso. Su marido y su hijo corren hacia ella mientras se quita el casco. El paracaidista le acaricia la cabeza cubierta por un pañuelo y le dice:
- Experimentaste la más hermosa de las sensaciones. El cielo es tuyo.
Siente los pasos apresurados de su marido llevando de la mano al pequeño. El marido se siente feliz al ver el rostro radiante de la mujer, aunque no puede evitar las lágrimas.
El pequeño la abraza.
- Mamá, mamá ¿Qué se siente?
La mujer palpa su busto derecho y oprime el tumor que la condena a un año de vida. Vuelve a sonreír y acaricia la carita entusiasta del niño.
- La presencia de Dios.
El hombre toma con la mano izquierda el portarretratos y recorre con el dedo índice de la mano derecha el vidrio que conserva intacta la imagen de su esposa sonriendo desde el espacio.
- Es la hora- dice la mujer de vestido negro.
- Sí, es la hora. Vamos- deposita el portarretratos en el boureaux y toma al pequeño de la mano.
- ¿Mamá no va a volver?
- Ya no.
- ¡Ahora!
- ¡No puedo!- la voz femenina resuena temblorosa. Se aferra del borde de la puerta de la cabina. El viento le trae como un eco que se repite “Cáncer de mama con extensión a ganglios axilares. Un año de vida”
- Dije ¡Ahora!- el instructor, enganchado a ella por un arnés, toma impulso obligándola a lanzarse. La tierra se divisa pequeña pero ella se siente segura cuando traba las piernas en las de él. Se siente flotar. Está volando. Sonríe. El hombre de la voz ruda, acciona la cuerda del paracaídas y ambos se elevan a gran velocidad para, a continuación, comenzar un descenso sutil. La mujer grita de felicidad y su risa se expande en el espacio. Están llegando a tierra. Se están aproximando, puede divisar a su marido y a su hijo cuyas figuras se vuelven más claras. El aterrizaje es manso. Su marido y su hijo corren hacia ella mientras se quita el casco. El paracaidista le acaricia la cabeza cubierta por un pañuelo y le dice:
- Experimentaste la más hermosa de las sensaciones. El cielo es tuyo.
Siente los pasos apresurados de su marido llevando de la mano al pequeño. El marido se siente feliz al ver el rostro radiante de la mujer, aunque no puede evitar las lágrimas.
El pequeño la abraza.
- Mamá, mamá ¿Qué se siente?
La mujer palpa su busto derecho y oprime el tumor que la condena a un año de vida. Vuelve a sonreír y acaricia la carita entusiasta del niño.
- La presencia de Dios.
El hombre toma con la mano izquierda el portarretratos y recorre con el dedo índice de la mano derecha el vidrio que conserva intacta la imagen de su esposa sonriendo desde el espacio.
- Es la hora- dice la mujer de vestido negro.
- Sí, es la hora. Vamos- deposita el portarretratos en el boureaux y toma al pequeño de la mano.
- ¿Mamá no va a volver?
- Ya no.
Agradecemos y mucho esta colaboración de año nuevo
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