Saturday, December 4, 2010

Los Monstruitos del Ego

Los Monstruitos del Ego
Por Darío Valle Risoto


Anna me contó como fue expulsada de un grupo literario porque al parecer tenía un “espíritu inquietó” que no se acompasaba con la filosofía del grupo. Tras estudiar desde la distancia los diferentes cuentos tanto como la nota de “despido” posterior, este servidor se atreve a decir que era un club de personas con una gran necesidad de afecto y reconocimiento por sus obras. Esto es bueno, pero tratándose dado el caso de compartir creatividades se suele incurrir en torpes ejercicios del ego.
Ego: un siniestro duende que tenemos dentro que nos susurra continuamente: “Yo soy el mejor, todo lo demás es malo”.

Imagínense entonces como puede resultar la situación si cruzamos a un cierto grupo de personas con afanes de escritura y de pronto se establecen normas, códigos y manuales para solventar el entretenimiento de dicho manantial de actores. Probablemente la cosa sería maravillosa si los concursantes se atreven a saber escuchar, tratar de comprender y ver todos juntos a donde va el proyecto porque cuando este camina la invalidez de una de sus piezas solo puede acabar con el todo.
Pero echaron a Anna porque tenía el espíritu inquieto de transitar por otras áreas en sus relatos que tal vez no eran las predeterminadas por el líder y sus acólitos y mucho menos del agrado de esa especie de grupo renacentista de escritores ocultos.

Recuerdo las veces en que me alejé de diferentes colectivos como por ejemplo la radio comunitaria y entonces pienso en que no hubo una carta de despedida, sino la silenciosa idea de que me vaya por mi cuenta violentado por los que llegan de improviso luego de años de no estar en el grupo solo para complicarme la tarea de llevar mi programa al aire.
Pero si fueran gente inteligente creería que fue un plan orquestado para que me vaya pero no tenían suficiente inteligencia, solo mucha molestia por tener a un profesional del área de la comunicación entre amateurs y ojo que lo digo porque es un hecho real, que no significa para nada que no hubieran compañeros mejor capacitados que un servidor para hacer radio, en este momento se me ocurren al menos tres nombres. El tema era que dos o tres perfectos inútiles andaban orbitando por la radio y algunos de ellos tenían la espina de mis intervenciones directas en asambleas o cara a cara trasmitiendo mí forma de pensar.

Por ejemplo, le dije a un integrante que no iba a votar su nuevo proyecto porque tenía una deuda de dinero del anterior aún sin solucionar con la radio, a otro que había llegado a molestarme igual que algunos años antes, le pregunté si quería que me vaya y no me contestó nada.
Pero claro, el primero descargó una editorial nefasta acusándome de fascista por un cuento que escribí en un fanzine al que él había entrado al parecer como editorialista y el otro se ocupó de interrumpirme en casi todos los programas de allí en más.

Hay dos soluciones para deshacerse de las alimañas: la primera es exterminarlas, la segunda es poner la mejor distancia entre uno y ellas, desde luego que opté por lo segundo y miren que varias veces me rondó y me ronda la idea de que hubiera sido lindo romperles los sesos contra un muro porque estas cosas calientan y mucho.
En síntesis la historia de Anna me hizo reflexionar sobre la mediocridad humana que hace que algunas personas compitan por lo más insólito e insignificante que puede ir desde un personaje de un cuento hasta la absurda idea de que porque uno tiene un programita donde lo escuchan cuatro o cinco es un soberbio. Lamentablemente el camino al progreso humano está obstruido con la cordillera que levantan las piedras de la ignorancia.

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