Saturday, January 29, 2011

El Hijo de los Prejuicios (Cuento)

El hijo de los prejuicios
Por: Darío Valle Risoto


Que difícil era aceptar el error, comprender la derrota y viajar por esa autopista recogiendo de la memoria el triste momento en que dejó de ver a su hermano. Ahora no tenía más alternativa que ir a esa ciudad casi maldita por tanto tiempo, para golpear a su puerta sabiendo que todo había estado mal y sin embargo seguían siendo hermanos y a pesar de todo debía aceptar que muy profundamente quería y mucho a Leandro. ¿Pero como lo iba a recibir?
Una familia que se había destruido, había implotado cuando la reunión puso sobre el tapete una verdad reconocida a gritos y guardada al abrigo de otros parientes vecinos y curiosos, no es fácil convivir con la libertad cuando esta le da un golpe a las viejas tradiciones y los prejuicios.
Volvería a chocar la mano de su querido hermano mayor, aquel que le defendía en la escuela y le ocultaba las travesuras asumiendo sobre su persona la autoría de Lucas como si dependiera de esto que el rol del más fuerte también fuera el del más valiente.

Ahora Lucas conducía su automóvil sumamente preocupado pero también con la sensación de que su deplorable estado económico le obligaba a sobrevivir viajando a ver cara a cara a la oveja negra de la familia, al pecador y al desclasado para pedirle dinero.
Las cosas no le habían ido bien en la agencia, para peor su reciente divorcio lo había dejado con más deudas que abandonos y todo se iba a pique como el Titanic sin remedio y sin un bote salvavidas a mano, salvo Leandro y la presunción atrevida de que aún conserve esa vieja solidaridad y le ayude con algo de dinero. ¡Que osadía!
El mismo quince años antes había apoyado el discurso despreciativo de su padre avalando el exilio de Leandro fuera de todo círculo posible que enlodara el maldito prestigio de una rancia familia de doctores en leyes, que se hubiera negado a estudiar abogacía no era nada comparado con su discurso sobre el camino que emprendía en su vida, sus relaciones y lo que quería compartir con todos sus seres queridos.
Ahora tanto tiempo después las perspectivas habían cambiado, la vida le había enseñado a Lucas demasiadas cosas buenas y malas y sobretodo que la gente no debería llevar etiquetas, salvo aquellas que se ganan por inmorales y traicioneros. Leandro nunca había sido ninguna de estas cosas por más que las mentes estrechas lo tacharan de tal.

Una semana antes se había quedado sin casa y su agencia de publicidad había quebrado, Lucas había pasado cuatro días enterrado en un Motel pensando en suicidarse hasta que una furtiva esperanza nació de alguna parte en el recuerdo de Leandro, su viejo y querido hermano. ¿Qué será de él?, ¿Me ayudará a pesar de todo?
Tenía el tanque lleno de su auto, las últimas posesiones de su vida, dos valijas y el dolor humillante de tener que acudir por una soga salvadora justo a quién antes había despedido de todo vínculo social, pese a todo cada fin de año recibía breves noticias gracias a la única persona que tenía contacto con él, su tía Hermonie.
Y ella le dio la dirección y le prometió no alertarlo, tampoco supo decirle si iba a ser bien recibido porque aún persistía esa vieja manta oscura de desprecio familiar que ocultaba debajo de la alfombra todo lo abyecto y corrupto, sin embargo era cuestión de perspectivas saber que no siempre lo que se defiende es lo que está bien.

Leandro vivía en un barrio adinerado, le iba bien, Lucas solo sabía que estaba vinculado al arte o algo así pero poco más, de todas maneras hizo de tripas corazón y caminó por un sendero de piedras azules rumbo a una gran casa veraniega enteramente blanca, al llegar a la puerta un ahogo lo hizo recapacitar y pensar en dejarlo así y volver al Motel y por fin cortarse las venas e irse con todo al carajo.
Pero era demasiado tarde, no fue necesario tocar timbre porque alguien se acercaba caminando, era una sombra difusa por los vidrios biselados, seguramente era él.
¿Qué decirle?, ¿Cómo saludarlo?
Pero abrió un hombre maduro de intensos ojos claros y gesto afable que lo miró como si  lo conociera y le invitó a entrar.

__ Soy Lucas el hermano de Leandro, hace tiempo que…
__ Te reconocí por las fotos, Leandro está en la piscina, se va a quedar muy contento, pasa por favor.
La casa era espléndida, decorada con un gusto excelente, en una gran pared que parecía interminable habían innumerables cuadros de diferentes estilos, sin saber anda de arte Lucas adivinó que no eran baratos. Por fin llegaron a una enorme cocina comedor y a través de los impecables vidrios que la separaban de un jardín se podía ver también una piscina mediana y alguien nadando en ella.
__ Me llamo Michelle, soy la pareja de tu hermano, no creo que lo supieras, mira, allí viene.
Con dos años de diferencia eran como dos gotas de agua, Leandro venía secándose cuando sus ojos claros se iluminaron viendo al visitante menos inesperado, allí junto a Michelle con rostro cansado y mirada perdida.
Se acercó y sin tocarlo se quedó mirándolo a los ojos hasta que le dio un doloroso abrazo.
__ ¡Quince años!
__ Lo se, mucho tiempo, lo siento mucho, tuve que venir y eso es lo peor de todo, vengo a pedirte dinero cuando solo debería pedirte perdón.

Se sentaron en el mismo jardín, la mesa tenía una enorme sombrilla, Michelle trajo Martinis y refrescos y se retiró tratando de no importunar el encuentro.
Le contó del quiebre de la empresa, de su divorcio, de todas las veces que quiso llamarlo por teléfono y la maldita sensación de que iba a ser mal recibido, le contó que sus padres habían dejado de hablar de él y era peor que tener a un hijo muerto porque se puede recordar pero en este caso se trataba de algo diferente.
__ Bueno, no es nada original ser homosexual y que te discriminen, no fue fácil, fueron muchos años de terapia y le debo a gradecer a mi compañero Michelle su infinita paciencia, se que no debió ser fácil. ¿Recuerdas cuando íbamos de campamento a New Port?
__ Estas igual.
__ Y vos te ves como la mierda.
No fue difícil reírse, era como echarle agua a una planta casi reseca el revivir millones de buenos momentos que se eclipsaron rápidamente cuando en aquella reunión Leandro les confesó a todos su homosexualidad, luego vino el destierro que todos sufrieron a su manera.
__ ¿Cómo están los viejos?
__ Papá sigue haciendo dinero y mamá gastándolo…, iguales diríamos.
__ Pero viniste a pedirme ayuda a mí.
Su rostro se iluminó, era evidente que le agradecía a la vida sus derrotas porque le había echo reconquistar su hermandad, Leandro no tuvo que decirle a su querido hermano que estaba dispuesto a ayudarlo como nunca antes el había sido socorrido. Michelle se les unió y pasaron el resto de la tarde intercambiando anécdotas hasta que el sol comenzó a decaer tanto como los prejuicios.

FIN

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