La Japonesa
Por: Darío Valle Risoto
Por: Darío Valle Risoto
Hasta en su tristeza era atractiva y a riesgo de parecer un pervertido me gustaron sus dos lágrimas deslizándose por sus mejillas la tarde del entierro. Su abuelo era un japonés de Hokaido muy agradable que no paraba de hablarme de su padre en la segunda guerra mundial, creo que le caí bien desde que en una reunión me referí al peor asesinato en maza de la historia en Hiroshima y mi indignación porque el mundo parece querer olvidarlo.
Tanaka San era un tipo tan diminuto como poderoso, poco a poco me percaté que esa conjunción de sensaciones opuestas e inmediatas es parte de esta raza maravillosa.
Ella se llamaba Sora, luego de varios meses de salir, una tarde hicimos el amor en la vieja casa de Sayago cuando sus padres se habían ido a dormir la siesta, subimos al altillo y ella se desnudó muerta de risa, yo estaba tan excitado que rompí el cierre del pantalón y por lo tanto pasé el resto del día con un alfiler que me pinchaba de vez en vez ya saben donde.
Cada vez que teníamos sexo con ella era algo tan diferente, como probar diferentes vinos en una misma bodega interminable, Sora parecía tan pudorosa de a ratos y sin embargo me arrastraba a una pléyade de erotismo sin fin, nunca más desde esos dos años en que estuvimos juntos pude hacer tantas veces el amor en un día.
Al morir el abuelo llamaron a su padre de la madre patria y fue cuestión de tiempo que se fueran todos, ella incluida, no fui a despedirlos al aeropuerto aquel caluroso Noviembre del 2004.
Ellos entendieron.
Ella se llamaba Sora, luego de varios meses de salir, una tarde hicimos el amor en la vieja casa de Sayago cuando sus padres se habían ido a dormir la siesta, subimos al altillo y ella se desnudó muerta de risa, yo estaba tan excitado que rompí el cierre del pantalón y por lo tanto pasé el resto del día con un alfiler que me pinchaba de vez en vez ya saben donde.
Cada vez que teníamos sexo con ella era algo tan diferente, como probar diferentes vinos en una misma bodega interminable, Sora parecía tan pudorosa de a ratos y sin embargo me arrastraba a una pléyade de erotismo sin fin, nunca más desde esos dos años en que estuvimos juntos pude hacer tantas veces el amor en un día.
Al morir el abuelo llamaron a su padre de la madre patria y fue cuestión de tiempo que se fueran todos, ella incluida, no fui a despedirlos al aeropuerto aquel caluroso Noviembre del 2004.
Ellos entendieron.
No comments:
Post a Comment