La Emo... demia (Cuento)
Por: Darío Valle Risoto
Y al final la abuela se salió con la suya y llevó a Laurita al médico para ver si le saca esa enfermedad de ser “Emo”, por más que la quiso disuadir la nena se pinto los ojos de negro y la acompañó llorando a la clínica de la placita, claro, cuando llegaron los chorretes negros debajo de los ojos eran tan terribles que casi la confunden con ese Joker trucho de Batman.
El doctorcito no pudo resistirse y la tuvo que revisar, hasta las tetas le miró, no es que las tenga grandes porque según la abuela los Emos cuando están por desarrollarse hacen fuerza para que no y como Laurita está en eso...
Así que le miraron los dientes, hasta ahora no muerde, el pelo ese raro que llevan como lamido por una vaca y las uñas pintadas de violeta con rayitas blancas, no hubo forma de explicarle a doña Suspiros que eso es una moda, arrastraba a la pobre nieta de consultorio en consultorio. Lo único que a la vieja le gusta es esa remera de “Hello Kitty” que lleva, pero ¡Las medias negras!, si parece que está de luto la niña, más no fuera porque el colorido de arriba de esas flacuchas extremidades la empareja.
Parece ayer que Laurita escuchaba a Vicentico y bailaba cumbias todo el día, ¡eso era una joven moderna! Y ahora escucha esos gringos que le pegan a unas latas raras, Simón dice que hacen música sin instrumentos. ¿Usarán las bocas?.
Alguien tuvo que traer esa plaga al barrio pensaba sentada en la puerta de su casa junto a “Baudelaire” su perro pequinés, la abuela Suspiros comenzó a investigar, al primer lugar que fue a parar desde luego era el almacén de Manolo un gallego nacido en Barcelona.
Como quien no quiere saber y sonseando le dijo a Manolo que quería unas flautas medio crocantes y mirando para arriba con gesto angelical le largó el tema, el gallego se rascó la oreja derecha y pensó todo lo que pudo. No se le ocurría como había llegado esa cosa a la barriada, también su hijo el Casimiro andaba Emo-contagiado.
En ese momentos Suspiros se acordó de Mario el peluquero unisex de la cuadra de atrás de la escuela, ese que vivía con un primo que no se le parecía en nada.
Creo que ese es mariquita nomás pero Emo, lo que se dice Emo, me parece que no. Reconoció Manolo mientras le servía medio kilo de azúcar suelta a la vieja.
Así que el contagio llegó y se desparramó como estornudo de ñato por el barrio, hasta algunas viejas de esas que quieren ser modernas se Emoficaron transformándose en unas cosas horrendas, arrugadas y horribles pero peinadas graciosas.
Laurita le enseño que los Emos se tapan un ojo como señal de protesta contra una sociedad injusta, la abuela al principio desaprobó la idea pero después tuvo que reconocer que al menos no se andaba gastando la vista como su hermano mirando a dos ojos esas revistas que guarda debajo de la cama.
Cierta tarde llegaron los analis de la Clínica, la orina la tenía bien, también el corazoncito y todo parecía indicar que el mal era pasajero, así que se sintió mejor pero la niña seguía llorando, ¡había que hacer algo radical!
La llevó a la curandera del conventillo de la calle Munar, la bruja era una negra cubana que fumaba puchos negros y tenía un ojo de vidrio, por lo menos doña suspiros tenía la satisfacción de estar un rato con alguien más fea que ella.
Cuando le quiso tirar del cuerito para sacarle el mal de ojo Laurita salió corriendo.
Nunca más la volvieron a ver por el barrio.
Por: Darío Valle Risoto
Y al final la abuela se salió con la suya y llevó a Laurita al médico para ver si le saca esa enfermedad de ser “Emo”, por más que la quiso disuadir la nena se pinto los ojos de negro y la acompañó llorando a la clínica de la placita, claro, cuando llegaron los chorretes negros debajo de los ojos eran tan terribles que casi la confunden con ese Joker trucho de Batman.
El doctorcito no pudo resistirse y la tuvo que revisar, hasta las tetas le miró, no es que las tenga grandes porque según la abuela los Emos cuando están por desarrollarse hacen fuerza para que no y como Laurita está en eso...
Así que le miraron los dientes, hasta ahora no muerde, el pelo ese raro que llevan como lamido por una vaca y las uñas pintadas de violeta con rayitas blancas, no hubo forma de explicarle a doña Suspiros que eso es una moda, arrastraba a la pobre nieta de consultorio en consultorio. Lo único que a la vieja le gusta es esa remera de “Hello Kitty” que lleva, pero ¡Las medias negras!, si parece que está de luto la niña, más no fuera porque el colorido de arriba de esas flacuchas extremidades la empareja.
Parece ayer que Laurita escuchaba a Vicentico y bailaba cumbias todo el día, ¡eso era una joven moderna! Y ahora escucha esos gringos que le pegan a unas latas raras, Simón dice que hacen música sin instrumentos. ¿Usarán las bocas?.
Alguien tuvo que traer esa plaga al barrio pensaba sentada en la puerta de su casa junto a “Baudelaire” su perro pequinés, la abuela Suspiros comenzó a investigar, al primer lugar que fue a parar desde luego era el almacén de Manolo un gallego nacido en Barcelona.
Como quien no quiere saber y sonseando le dijo a Manolo que quería unas flautas medio crocantes y mirando para arriba con gesto angelical le largó el tema, el gallego se rascó la oreja derecha y pensó todo lo que pudo. No se le ocurría como había llegado esa cosa a la barriada, también su hijo el Casimiro andaba Emo-contagiado.
En ese momentos Suspiros se acordó de Mario el peluquero unisex de la cuadra de atrás de la escuela, ese que vivía con un primo que no se le parecía en nada.
Creo que ese es mariquita nomás pero Emo, lo que se dice Emo, me parece que no. Reconoció Manolo mientras le servía medio kilo de azúcar suelta a la vieja.
Así que el contagio llegó y se desparramó como estornudo de ñato por el barrio, hasta algunas viejas de esas que quieren ser modernas se Emoficaron transformándose en unas cosas horrendas, arrugadas y horribles pero peinadas graciosas.
Laurita le enseño que los Emos se tapan un ojo como señal de protesta contra una sociedad injusta, la abuela al principio desaprobó la idea pero después tuvo que reconocer que al menos no se andaba gastando la vista como su hermano mirando a dos ojos esas revistas que guarda debajo de la cama.
Cierta tarde llegaron los analis de la Clínica, la orina la tenía bien, también el corazoncito y todo parecía indicar que el mal era pasajero, así que se sintió mejor pero la niña seguía llorando, ¡había que hacer algo radical!
La llevó a la curandera del conventillo de la calle Munar, la bruja era una negra cubana que fumaba puchos negros y tenía un ojo de vidrio, por lo menos doña suspiros tenía la satisfacción de estar un rato con alguien más fea que ella.
Cuando le quiso tirar del cuerito para sacarle el mal de ojo Laurita salió corriendo.
Nunca más la volvieron a ver por el barrio.
FIN
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