Una historia real
Por: Darío Valle Risoto
Dicen que la vida da revanchas y es en este recuerdo que puedo rastrear como en tantos una serie de acontecimientos que hicieron un anarquista de mí, probablemente se trate de algún gen especial o simplemente de una visión de la realidad hiper crítica que nos lleva a tener una idea de las relaciones humanas bastante opuesta a la de la mayoría de la gente. Vamos al grano.
En 1976 estaba en primero de Liceo en el catorce del barrio de La Unión, era plena dictadura y aunque no nos dábamos cuenta realmente de ello sufríamos a diario las manifestaciones más insólitas de la arbitrariedad del estado policial. Desde los viejos milicos retirados que nos observaban por si teníamos el pelo tan largo que tocaba el cuello de nuestras camisas y nos mandaban a casa si íbamos con pantalones jeans, hasta una forma de educar ideológicamente apestosa basada en tratar la historia como si fuera una plastilina que se maleaba a gusto de profesores realmente ineficientes.
Así en determinado momento del año se presenta el director en nuestra clase apostrofándonos como delincuentes ya que en el salón de taller donde nos enseñaban carpintería, electricidad y manualidades en cuero, habían roto algunos alumnos unos caños que estaban a la vista en el corredor. Poco más que nos exigió nuestra confesión y nos trató como criminales pero nosotros no habíamos sido.
Cuando se retiró muy asustados le dijimos a la profesora de Idioma Español que éramos inocentes y esta señora tuvo la brillante idea de que vayamos a la dirección a explicarle que cuando habíamos dejado esa clase el día anterior estaban las cañerías sanas y que por lo tanto nosotros no habíamos sido.
Eufóricos por buscar justicia fuimos casi toda la clase a la dirección, el director nos dio la oportunidad de entrar y antes de que abriéramos la boca nos dijo: ___Me parece bien que vengan a confesar y se vayan a hacer cargo de los gastos.
En ese momento pasó algo que durante el resto de mi vida signó mi carácter y me hizo meterme en más de un problema: fui yo que tomó la palabra en lugar del grupo y le dije que estaba equivocado que nuestra intención era aclarar un mal entendido.
Me insultó y me hechó del Liceo diciéndome que al día siguiente debía ir con mi padre.
Así que llegué a mí muy humilde casa realmente mal, abatido y asustado y le dije a mi madre lo que había sucedido, dos días después mi padre fue conmigo al instituto y aclaró todo. El adscripto le dijo que nos e preocupara y que podía seguir asistiendo normalmente, aún recuerdo la delgada figura de dos metros de mi viejo explicándole que me habían educado como una persona honesta y que confiaban plenamente en mí. Luego fue a hablar personalmente con el director y no me dijo que habían hablado o no me acuerdo.
Antes de fin de año resulta que fuimos con mi viejo al Bar San Antonio que hoy ya no existe y yo me senté junto a la ventana mientras mi padre conversaba con el viejo diariero y con muchos conocidos. En determinado momento me doy cuenta de que el director que me había echado del liceo y me había destratado estaba alcoholizado en la barra y que algunos tipos se reían de él.
Desde luego que le mostré a mi padre “Quien” estaba demostrando el alto grado de cultura que tenían los educadores en esos tiempos y mi padre muy tranquilo fue hasta la barra y lo saludó, nunca olvidaré la palidez de ese hijo de puta al mirarme a los ojos sentado allí tomando mi coca cola.
FIN
No comments:
Post a Comment