Entre el humor y el dolor
Por: Darío Valle Risoto
En oportunidad de hacer mi programa en radio comunitaria algunas veces me encontré con opiniones adversas sobre alguna barbaridad dicha al aire, desde luego que generar debates no solo es entretenido sino que eleva la audiencia, siempre y cuando las posturas tengan validez o al menos se mantengan dentro de los parámetros de la consideración por los otros.
Si hacer radio comunitaria significaba llegar a una cantidad más o menos interesante de un público anónimo circunscripto al alcance de nuestra humilde emisora, con Internet la cosa se pone aún más complicada.
El alcance mundial de la web nos quita prácticamente toda barrera a la comunicación, ni siquiera el idioma es en realidad una fuerte separación entre el comunicador y sus usuarios, dado el uso cada vez más eficiente de los traductores automáticos. Pero me quiero detener exclusivamente en los lectores de habla hispana.
Innegable es el hecho de que la lengua española tiene innumerables significados a todo lo largo de América y sobran los ejemplos de palabras con sentidos diferentes cuando no opuestos; por otro lado hay diferencias culturales que van más allá, vivencias personales, de clase, religiosas, gustos particulares, opciones sexuales y hasta simpatías futbolísticas entre muchas más.
Acceder a la Web es una suerte de búsqueda de espejos donde procuramos reflejarnos pero no deseamos que nos devuelvan una imagen deformada de nosotros mismos, es decir: queremos y necesitamos sentirnos identificados con aquellos que nos presentan una obra a través de un simple y minúsculo clic del Mouse.
En el deseo de buscarnos a menudo hayamos que hay opciones diferentes, mentalidades opuestas a nuestro rumbo y hasta de nuestro concepto del mundo y su circunstancia, cualquier opinión personal colectivizada trae el riesgo de generar susceptibilidades varias.
Un chiste, una palabra suelta, el recuerdo de una anécdota, nos puede hacer víctimas de etiquetas como la de: machistas, nazis, fascistas, homo fóbicos, antiamericanos, antipatriotas, intolerantes, etc.
Probablemente una de las situaciones más absurdas se presente cuando un simple cuento genera esta suerte de sensibilidad extrema o susceptibilidad casi enfermiza. Acaso vivimos en una sociedad donde la gente parece exigir aunque no siempre explícitamente, determinadas pautas de “Corrección política”.
Creo que esto tiene su explicación en que muchos provenimos de colectivos fuertemente impregnados de un conservadurismo mucho más duro de lo que se ve a simple vista, donde aún prosperan miedos atávicos y el terror a que se cambien abruptamente algunas “verdades” institucionalizadas. Si un chiste o una ironía cumplen el rol opuesto a la sonrisa, esto es responsabilidad del receptor que decodificó mal el mensaje o accedió a terrenos que le son ajenos.
De todas maneras el horizonte siempre debe estar puesto en tratar de hacernos comprender lo más posible sino nada tendría sentido.
Por: Darío Valle Risoto
En oportunidad de hacer mi programa en radio comunitaria algunas veces me encontré con opiniones adversas sobre alguna barbaridad dicha al aire, desde luego que generar debates no solo es entretenido sino que eleva la audiencia, siempre y cuando las posturas tengan validez o al menos se mantengan dentro de los parámetros de la consideración por los otros.
Si hacer radio comunitaria significaba llegar a una cantidad más o menos interesante de un público anónimo circunscripto al alcance de nuestra humilde emisora, con Internet la cosa se pone aún más complicada.
El alcance mundial de la web nos quita prácticamente toda barrera a la comunicación, ni siquiera el idioma es en realidad una fuerte separación entre el comunicador y sus usuarios, dado el uso cada vez más eficiente de los traductores automáticos. Pero me quiero detener exclusivamente en los lectores de habla hispana.
Innegable es el hecho de que la lengua española tiene innumerables significados a todo lo largo de América y sobran los ejemplos de palabras con sentidos diferentes cuando no opuestos; por otro lado hay diferencias culturales que van más allá, vivencias personales, de clase, religiosas, gustos particulares, opciones sexuales y hasta simpatías futbolísticas entre muchas más.
Acceder a la Web es una suerte de búsqueda de espejos donde procuramos reflejarnos pero no deseamos que nos devuelvan una imagen deformada de nosotros mismos, es decir: queremos y necesitamos sentirnos identificados con aquellos que nos presentan una obra a través de un simple y minúsculo clic del Mouse.
En el deseo de buscarnos a menudo hayamos que hay opciones diferentes, mentalidades opuestas a nuestro rumbo y hasta de nuestro concepto del mundo y su circunstancia, cualquier opinión personal colectivizada trae el riesgo de generar susceptibilidades varias.
Un chiste, una palabra suelta, el recuerdo de una anécdota, nos puede hacer víctimas de etiquetas como la de: machistas, nazis, fascistas, homo fóbicos, antiamericanos, antipatriotas, intolerantes, etc.
Probablemente una de las situaciones más absurdas se presente cuando un simple cuento genera esta suerte de sensibilidad extrema o susceptibilidad casi enfermiza. Acaso vivimos en una sociedad donde la gente parece exigir aunque no siempre explícitamente, determinadas pautas de “Corrección política”.
Creo que esto tiene su explicación en que muchos provenimos de colectivos fuertemente impregnados de un conservadurismo mucho más duro de lo que se ve a simple vista, donde aún prosperan miedos atávicos y el terror a que se cambien abruptamente algunas “verdades” institucionalizadas. Si un chiste o una ironía cumplen el rol opuesto a la sonrisa, esto es responsabilidad del receptor que decodificó mal el mensaje o accedió a terrenos que le son ajenos.
De todas maneras el horizonte siempre debe estar puesto en tratar de hacernos comprender lo más posible sino nada tendría sentido.
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