SOBRE LOS SUPERHÉROES Y SUS ORÍGENES
FUERZA, AGILIDAD, VELOCIDAD
Por: Roman Gubern
Catedrático de Comunicación Audiovisual,
Autor de El Discurso del Cómic.
Tomado de EL MUNDO Documentos 8 Junio de 2003
Todas las culturas humanas, desde la noche de los tiempos han inventado figuras de superhéroes. Desde el Gilgamesh babilonio al Hércules grecolatino, pasando por los gigantes hindúes del Himalaya, los pueblos han inventado unos seres legendarios que cumplían la función de reforzar el sentimiento de seguridad colectiva y otorgar protección a las comunidades que los habían ideado. Por lo tanto, existe una correlación entre el clima de inseguridad y la apetencia de protección. En los mitos que acabamos de mencionar los seres nacidos de la imaginación tenían naturaleza divina o semidivina, porque nacieron en culturas impregnadas de sentimiento religioso y que atribuían a todo lo excepcional o anormal un origen divino.
Superman, el fundador de la estirpe de los superhéroes en los cómics, fue también una respuesta imaginaria a las zozobras de la gran depresión. Pero en los años treinta la sociedad había dejado atrás sus raíces mítico-religiosas arcaicas y su textura era entonces civil, racionalista y laica. Pero Superman demostró que también los mitos seculares pueden rivalizar en originalidad y funcionamiento ritual con los viejos dioses y héroes paganos. Lo que más sorprende en la actualidad acerca de su nacimiento reside en la reticencia de los editores, sin duda miopes, en aceptarlo. De modo que el hombre de acero fue inventado en 1933, como sublimación de la energía física del entonces admirado actor Douglas Fairbanks, pero no llegó al público hasta cinco años más tarde, en 1938.
Superman implantó la estirpe de los superhéroes dibujados una característica que se convertiría en esencial en su mitología. Nos referimos a la doble identidad secreta. Es cierto que la cultura popular ya había entronizado por entonces, sobre todo a través de la novela, una estirpe de héroes justicieros que actuaban protegidos por una doble identidad secreta articulada en un acusado y equívoco contraste psicológico. Desde Pimpinela Escarlata, el aristócrata creado en 1903 por una escritora inglesa de origen húngaro, la baronesa Orcsy, hasta el Scaramouche lanzado en 1921 en el mismo país por Rafael Sabatini, pasando por el justiciero El Zorro, contrapartida del afeminado y cobarde Diego Vega originado en 1919 en la California Mexicana. En todos estos personajes se escenificaba una doble identidad secreta, de la que muy pronto se hacía partícipe al lector, cómplice suyo en su calidad de sabedor de que aquel que parecía cobarde o apocado era en realidad un aguerrido héroe oculto. Así podía el lector consolarse a sí mismo, fantaseando con que la personalidad que los demás conocían de él no era la auténtica, ya que ocultaba a un héroe valeroso y aguerrido.
A este principio dual respondió el singular Clark Kent-Superman con la particularidad de que los orígenes planetarios del personaje servían para explicar sus superpoderes. Niño abandonado como Moisés, superviviente de una catástrofe como en Jesús fugitivo de Herodes, forzudo como el Hércules grecolatino y vulnerable (Como Sansón, Aquiles o Sigfrido) al poder de la kriptonita, se convirtió pronto en un héroe multimediático, que saltó del papel a la radio, el cine y la televisión, produciendo un efecto sinérgico. Superman instauró otra característica de su estirpe: el uniforme con capa, que identifica y militariza al personaje cuando ejerce como superhéroe. No es raro que este arquetipo engendrase una retahíla de imitaciones más o menos confesas. La primera fue el Capitán Marvel pero, acosado en los tribunales, tuvo que retirarse en 1945. le siguió la réplica femenina de Wonder Woman, que encarnó lo que el psiconalalista Alfred Adler denominó “complejo de Diana”, es decir, la protesta viril de la mujer contra el poder masculino. Más original fue el planteamiento de Batman (1939), de Bob Kane, ya que en este caso no proponía unos superpoderes fantasiosos, sino que presentaba a un mortal común que ejercitaba sus facultades hasta un nivel superlativo, con el objeto de combatir a los delincuentes.
Todos estos personajes necesitaban, para ser operativos, de la existencia de unos supervillanos, que estuviesen a su altura. De Hecho, la actividad del superhéroe se iniciaba como respuesta a alguna fechoría de un genio del mal. Si el villano no actuaba, el superhéroe tenía que permanecer cruzado de brazos. Por eso se ha afirmado que el supervillano _ Lex Luthor, el Joker _ es más importante que el superhéroe porque gracias a él puede desarrollarse cabalmente en esquema previsible de la aventura: Orden-desorden-orden restaurado.
Los guionistas y dibujantes norteamericanos inventaron las causas más extravagantes para explicar a sus nuevos superhéroes, como La Antorcha Humana (1939), el corredor superrápido The Flash (1940), o Linterna Verde (1940). Con la llegada de la II Guerra Mundial la violencia del superhéroe se hizo políticamente funcional. El Capitán América (1941) nació de un experimento autorizado por el presidente Roosvelt para crear un ejército de superhombres, pero el sabio responsable del proyecto era asesinado por los nazis, de modo que solo pudo funcionar un prototipo, el protagonista de la aventura que obviamente no podía diluirse ante una maza de clónicos militarizados. Pero también en 1941, como reacción ante el nutrido ejército de superhéroes aguerridos que poblaban el papel impreso, surgió su primera parodia, Plastic Man, personaje proteico que con sus deformaciones físicas caricaturescas delataba el punto de saturación alcanzado en el sector. Pero la avidez colectiva que permitiesen a la imaginación humana volar en un mundo sin fronteras con fines consoladores y balsámicos, hizo que la saga de superhéroes no se interrumpiese en la post guerra. En 1958 apareció una estilizada Supergirl, la última superviviente del planeta Kripton.
En 1962 lo hizo La Maza (The Hulk), un repugnante ser verde que parecía un eco del monstruo de Frankenstein, pero que en realidad era un pobre científico contaminado por una explosión atómica, y que tuvo gran fortuna en la televisión. Al año siguiente apareció Iron Man, un hombre de hierro que sin duda ayudó años más tarde a diseñar al Robocop que el cine difundió desde 1987. Y de 1962 fue el acrobático Spiderman, un joven mordido por una araña radioactiva y en cuya inestabilidad física se vio un símbolo de las inseguridades de los jóvenes en una década prodigiosa cancelada con una revuelta contra los valores tradicionales. En este rápido muestrario se evidencia que los superpoderes físicos (Fuerza, agilidad, velocidad) fueron privilegiados en relación con los poderes mentales.
Y en esta galería preferentemente masculina la muy común capacidad voladora podía interpretarse, como en las fantasías oníricas, como una capacidad para una erección veloz. Enfundados en uniformes que les militarizan, su imagen se ha revelado como un síntoma elocuente y un bálsamo de carácter compensatorio, de las carencias e inseguridades del ciudadano en la zozobra de la vida moderna.
Este artículo forma parte de un alucinante suplemento editado en España por El Mundo a razón de una colección de cómics que se publicaron posteriormente, gracias a Danny de Barcelona que me lo envió, es que puedo compartir con ustedes estos artículos que poco a poco les iré transcribiendo, tanto este como otros los utilicé como material al dar mis cursos intensivos de Comunicación en la Biblioteca Municipal Carlos Roxlo durante los años 2002-2003 y 2005
Espero sus comentarios
FUERZA, AGILIDAD, VELOCIDAD
Por: Roman Gubern
Catedrático de Comunicación Audiovisual,
Autor de El Discurso del Cómic.
Tomado de EL MUNDO Documentos 8 Junio de 2003
Todas las culturas humanas, desde la noche de los tiempos han inventado figuras de superhéroes. Desde el Gilgamesh babilonio al Hércules grecolatino, pasando por los gigantes hindúes del Himalaya, los pueblos han inventado unos seres legendarios que cumplían la función de reforzar el sentimiento de seguridad colectiva y otorgar protección a las comunidades que los habían ideado. Por lo tanto, existe una correlación entre el clima de inseguridad y la apetencia de protección. En los mitos que acabamos de mencionar los seres nacidos de la imaginación tenían naturaleza divina o semidivina, porque nacieron en culturas impregnadas de sentimiento religioso y que atribuían a todo lo excepcional o anormal un origen divino.
Superman, el fundador de la estirpe de los superhéroes en los cómics, fue también una respuesta imaginaria a las zozobras de la gran depresión. Pero en los años treinta la sociedad había dejado atrás sus raíces mítico-religiosas arcaicas y su textura era entonces civil, racionalista y laica. Pero Superman demostró que también los mitos seculares pueden rivalizar en originalidad y funcionamiento ritual con los viejos dioses y héroes paganos. Lo que más sorprende en la actualidad acerca de su nacimiento reside en la reticencia de los editores, sin duda miopes, en aceptarlo. De modo que el hombre de acero fue inventado en 1933, como sublimación de la energía física del entonces admirado actor Douglas Fairbanks, pero no llegó al público hasta cinco años más tarde, en 1938.
Superman implantó la estirpe de los superhéroes dibujados una característica que se convertiría en esencial en su mitología. Nos referimos a la doble identidad secreta. Es cierto que la cultura popular ya había entronizado por entonces, sobre todo a través de la novela, una estirpe de héroes justicieros que actuaban protegidos por una doble identidad secreta articulada en un acusado y equívoco contraste psicológico. Desde Pimpinela Escarlata, el aristócrata creado en 1903 por una escritora inglesa de origen húngaro, la baronesa Orcsy, hasta el Scaramouche lanzado en 1921 en el mismo país por Rafael Sabatini, pasando por el justiciero El Zorro, contrapartida del afeminado y cobarde Diego Vega originado en 1919 en la California Mexicana. En todos estos personajes se escenificaba una doble identidad secreta, de la que muy pronto se hacía partícipe al lector, cómplice suyo en su calidad de sabedor de que aquel que parecía cobarde o apocado era en realidad un aguerrido héroe oculto. Así podía el lector consolarse a sí mismo, fantaseando con que la personalidad que los demás conocían de él no era la auténtica, ya que ocultaba a un héroe valeroso y aguerrido.
A este principio dual respondió el singular Clark Kent-Superman con la particularidad de que los orígenes planetarios del personaje servían para explicar sus superpoderes. Niño abandonado como Moisés, superviviente de una catástrofe como en Jesús fugitivo de Herodes, forzudo como el Hércules grecolatino y vulnerable (Como Sansón, Aquiles o Sigfrido) al poder de la kriptonita, se convirtió pronto en un héroe multimediático, que saltó del papel a la radio, el cine y la televisión, produciendo un efecto sinérgico. Superman instauró otra característica de su estirpe: el uniforme con capa, que identifica y militariza al personaje cuando ejerce como superhéroe. No es raro que este arquetipo engendrase una retahíla de imitaciones más o menos confesas. La primera fue el Capitán Marvel pero, acosado en los tribunales, tuvo que retirarse en 1945. le siguió la réplica femenina de Wonder Woman, que encarnó lo que el psiconalalista Alfred Adler denominó “complejo de Diana”, es decir, la protesta viril de la mujer contra el poder masculino. Más original fue el planteamiento de Batman (1939), de Bob Kane, ya que en este caso no proponía unos superpoderes fantasiosos, sino que presentaba a un mortal común que ejercitaba sus facultades hasta un nivel superlativo, con el objeto de combatir a los delincuentes.
Todos estos personajes necesitaban, para ser operativos, de la existencia de unos supervillanos, que estuviesen a su altura. De Hecho, la actividad del superhéroe se iniciaba como respuesta a alguna fechoría de un genio del mal. Si el villano no actuaba, el superhéroe tenía que permanecer cruzado de brazos. Por eso se ha afirmado que el supervillano _ Lex Luthor, el Joker _ es más importante que el superhéroe porque gracias a él puede desarrollarse cabalmente en esquema previsible de la aventura: Orden-desorden-orden restaurado.
Los guionistas y dibujantes norteamericanos inventaron las causas más extravagantes para explicar a sus nuevos superhéroes, como La Antorcha Humana (1939), el corredor superrápido The Flash (1940), o Linterna Verde (1940). Con la llegada de la II Guerra Mundial la violencia del superhéroe se hizo políticamente funcional. El Capitán América (1941) nació de un experimento autorizado por el presidente Roosvelt para crear un ejército de superhombres, pero el sabio responsable del proyecto era asesinado por los nazis, de modo que solo pudo funcionar un prototipo, el protagonista de la aventura que obviamente no podía diluirse ante una maza de clónicos militarizados. Pero también en 1941, como reacción ante el nutrido ejército de superhéroes aguerridos que poblaban el papel impreso, surgió su primera parodia, Plastic Man, personaje proteico que con sus deformaciones físicas caricaturescas delataba el punto de saturación alcanzado en el sector. Pero la avidez colectiva que permitiesen a la imaginación humana volar en un mundo sin fronteras con fines consoladores y balsámicos, hizo que la saga de superhéroes no se interrumpiese en la post guerra. En 1958 apareció una estilizada Supergirl, la última superviviente del planeta Kripton.
En 1962 lo hizo La Maza (The Hulk), un repugnante ser verde que parecía un eco del monstruo de Frankenstein, pero que en realidad era un pobre científico contaminado por una explosión atómica, y que tuvo gran fortuna en la televisión. Al año siguiente apareció Iron Man, un hombre de hierro que sin duda ayudó años más tarde a diseñar al Robocop que el cine difundió desde 1987. Y de 1962 fue el acrobático Spiderman, un joven mordido por una araña radioactiva y en cuya inestabilidad física se vio un símbolo de las inseguridades de los jóvenes en una década prodigiosa cancelada con una revuelta contra los valores tradicionales. En este rápido muestrario se evidencia que los superpoderes físicos (Fuerza, agilidad, velocidad) fueron privilegiados en relación con los poderes mentales.
Y en esta galería preferentemente masculina la muy común capacidad voladora podía interpretarse, como en las fantasías oníricas, como una capacidad para una erección veloz. Enfundados en uniformes que les militarizan, su imagen se ha revelado como un síntoma elocuente y un bálsamo de carácter compensatorio, de las carencias e inseguridades del ciudadano en la zozobra de la vida moderna.
Este artículo forma parte de un alucinante suplemento editado en España por El Mundo a razón de una colección de cómics que se publicaron posteriormente, gracias a Danny de Barcelona que me lo envió, es que puedo compartir con ustedes estos artículos que poco a poco les iré transcribiendo, tanto este como otros los utilicé como material al dar mis cursos intensivos de Comunicación en la Biblioteca Municipal Carlos Roxlo durante los años 2002-2003 y 2005
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