Saturday, November 28, 2009

La Última Batalla (Cuento)

La última Batalla
Por: Darío Valle Risoto

Las colinas sembradas de cuerpos humanos, caballos y algunos artefactos enormes de guerra eran el resultado de todo un día de batalla, los heridos gemían, por todas partes, la sangre se mezclaba con la lluvia que caía persistentemente mientras que los sobrevivientes intentaban rescatar a los heridos más leves caminando entre armaduras rotas y artefactos con filos y puntas.
Melno se ataba un pañuelo en el brazo izquierdo a la altura del hombro, tenía un corte medianamente profundo pero estaba acostumbrado a las heridas, su esbelto cuerpo ahora desnudo evidenciaba muchas cicatrices y marcas.
Santero se acercó a él y se sentó sobre un escudo enemigo que tapaba el cuerpo sin cabeza de un nativo del norte. Estaba completamente ileso y fresco como si no hubiera movido un dedo, sin embargo Melno lo había visto bajar las colinas desde el norte blandiendo su lanza encrespada y gritando por su nación.
__¿Duele?
__Solo cuando me río, ¿Cuántos perdimos?
__Dice “El Hachero” que uno de cada cuatro hombres ya no va a pelear más __Contestó mirando alrededor donde poco a poco se acallaban los últimos pedidos de ayuda y como sombras algunos hombres cubiertos por capas intentaban recoger a los moribundos en improvisadas camillas.
Melno tenía el cráneo totalmente rapado y llevaba las marcas de su linaje familiar, sin embargo Santero era un hombre sin familia, se había ganado su posición sobre la base de su arrojo desde que estallaron las guerras cuatro años antes. Melno era joven pero estaba curtido por el dolor y la muerte.
Absolutamente desnudo Melno se puso en pié y cortó con su corta espada un pedazo de bandera enemiga y se lo ató a la cintura, la sangre que lo empapaba corrió por sus piernas hasta confundirse con un río rojo que bajaba la colina.
Santero movió la cabeza con tristeza y miró a su viejo amigo.
__¿Sabes que murió Marta?
__No pude llegar, vi cuando cuatro hijos de puta la arrinconaron contra los menhires y la atravesaron con sus lanzas. ¡Si hubiera podido llegar!
__Nosotros trajimos dos mil hombres a estas colinas y ellos casi nos doblaban en número, seguramente muchas muertes fueron el producto del choque entre nosotros y ellos, cuando bajamos la colina norte vi morir a muchos caballeros atravesados por las picas de nuestra propia infantería.
__Voy a extrañarla.
__¿A Marta?, Pero si era una puta sin remedio, además casi nunca se bañaba y no le gustaba que le toquen los pechos a menos que estuviera borracha.
__Que era todo el tiempo. __Agregó Melno sonriente mientras miraba a la espalda de su amigo por encima de las montañas. Poco a poco se encendían las hogueras de sus enemigos apostados en una larga franja de zonas casi inaccesibles.
Santero sacó una vejiga con vino y brindaron a la salud de la guerrera, en ese momento sonaron lejanos cuernos de batalla y ambos se miraron a los ojos.
__¿Habrán llegado al castillo?
__Muy probablemente esta contienda fue solo para entretener a nuestro ejercito, se lo dije al general pero no me hizo caso.
__¿Crees que esos salvajes son capaces de pensar en una estrategia así?
Santero se ajustó la armadura, tiró su capa sobre sus hombros ya que el viento se la desarregló un poco y se colocó el yelmo antes de subir a su cansado caballo tiznado.
__Para ellos nosotros somos realmente los salvajes, recuerda que llegamos en nuestros barcos para esclavizarlos y violarnos a sus mujeres.
Santero se fue en dirección al castillo y los hombres sanos se le fueron uniendo, Melno buscó una cabalgadura pero tomó rumbo a la costa, nadie iba a notar su falta y ya estaba harto de la muerte.

FIN

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