Sunday, November 8, 2009

Una pequeña justicia cotidiana

Una pequeña justicia cotidiana
Por: Darío Valle Risoto

La tarde era realmente apacible, un buen clima y el sol exactamente emparejado con un viento fresco de primavera. Pedro se sentía bien como para salir y visitar a viejos amigos así que sin llamar fue por la casa de Ernesto Guemes.
Sin lugar a dudas que la sorpresa era realmente una sorpresa porque hacía dos meses que no iba por lo de sus amigos, aún así era su costumbre tomarse espacios de tiempo para dedicarse exclusivamente a su trabajo como técnico en computación.
___Bueno, ¡aparecen caras perdidas!. ___Le dijo Silvia al abrirle la puerta, dentro de la casa un tropel de niños lo saludó, incluidos sus dos hijos y un montón de amiguitos.
___¡A jugar al fondo chiquilines!, Pasa de una vez que tengo mucho que contarte.
Pedro notó una rara energía en la casa, algo estaba como fuera de lugar y temía que fuera él. Reparó en que la esposa de su amigo estaba vestida un tanto diferente a lo habitual y tenía un extraño brillo en la mirada al saludarlo.
___¿Y Ernesto?. ___Silvia era una mujer alta, delgada, pese a sus cuarenta años parecía de veinte, tenía una mirada chispeante y un familiar gesto que hacía como un mohín cuando algo no estaba de acuerdo a lo que pensaba.
___¿Cuánto hace que no venís o hablas con tu amigo?
La situación se tornaba rara, los chiquilines gritaban y jugaban en el fondo, los podían ver a través de la puerta de la cocina abierta. Sentado en el living aún no se había quitado la campera y ella lo ayudó tal vez demasiado solícita pero a la vez inquisitiva.
___¿No sabes que nos separamos hace un mes, mes y medio?
El rostro de él fue elocuente, no sabía realmente nada de su amigo y la verdad que poco menos de su matrimonio, de todas formas pensó en que era una especie de broma.
___Realmente no sabes nada. ___Aclaró ella con sus ojos verdes absolutamente enfocados en cada gesto del que fuera el mejor amigo de su marido.
___¿Y ustedes son amigos?
___Bueno, realmente hace años que no nos tratamos casi, solamente cuando yo les visitaba, creo que dejamos de ser amigos hace mucho tiempo, solo venía porque ustedes son buena gente y los pibes me encantan pero...
Ella se sentó frente suyo, tenía jeans absolutamente gastados y una camisa amarilla desabotonada, debajo se le veía el sostén celeste. Pedro intentó mirar hacia fuera donde jugaban los niños, pero algo flotaba en el aire que no quería realmente sentir.
___Ya se habían separado antes, el año pasado...
___Lo sé, yo más que nadie, soy una cornuda, por los chiquilines y por la paz le perdoné sus salidas y hasta un perfume ajeno en la ropa. pero esto fue demasiado.
___¿Pelearon?
___Nos separamos por las buenas, me enteré que hace como un año que sale con una compañera del trabajo, ¿Vos no sabías nada?, Claro, los amigos se cubren el culo mutuamente.
Pedro no quería sentir su odio, a la vez quería irse, todo s tornaba incómodo, ya no era la esposa de su amigo e inevitablemente recordaba que la habían conocido juntos en aquel baile del ochenta y nueve.
___Es mejor que me vaya. ___Dijo de pie y los ojos de Silvia lo detuvieron con una profunda tristeza.
___No te voy a decir que perdí los mejores años de mi vida, mis dos hijos son maravillosos, además pasamos buenos momentos.
___Otro día te llamo.
Ella lo tomó del brazo y los ojos trataron de buscar algo en su mirada que él quería y ocultar de todas maneras era imposible.
___Ernesto me dijo una vez que cuando nos conocimos vos estabas re metido conmigo y él te ganó de mano.
___¡Por favor Silvia!, Ya pasaron diez años.
Ella se dio vuelta y fue hacia los niños, les habló y salieron a la calle todos juntos gritando.
___Los mandé a la casa de mi hermana que está a media cuadra, ahora estamos solos.
___Mejor me voy.
___De ninguna manera, dijo ella y comenzó a subir la escalera a los dormitorios, su ropa iba cayendo poco a poco sobre la escalera.
Pedro cerró la puerta y tragó saliva.

FIN

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