Por: Haydee M. Jofre Barroso
José Mauro de Vasconcelos —mestizo de india y portugués, nativo de Bangú, Río de Janeiro, ha sido, a partir del colegio secundario, un auténtico autodidacto que se formó en el trabajo y la vida. Entrenador de boxeadores de peso pluma, trabajador en una "fazenda", pescador, maestro en una escuela de pescadores: he ahí algunas de sus actividades hasta que lo animó el deseo de viajar, de conocer su país, y de interpretarlo.
Fueron "años de vaivén entre el Norte y el Sur brasileños", y en ellos ocupa un lugar destacado su período de convivencia con los indios en ese casi mítico Sertáo . Allí, entre ellos, aprendió historias curiosas, retuvo características y tradiciones, hizo su estudio de la vida y acumuló experiencias que nunca imaginó que fueran a convertirlo en novelista. Pero estaba en su destino serlo, y en su interés, volcarlas a otros seres.
Tenía a su favor varias circunstancias: una excelente memoria, su rica fantasía, la multiplicada habilidad para sacar de cada tema lo más interesante... y su deseo decentar... que es, en definitiva, el elemento primordial de los escritores. Primero —y a semejanza de los "repentistas" que recorrían el país contando historia hecha canciones, leyendas o relatos— fue un cuentista oral: decía, inventaba y explicaba cosas, ayudándose con mímica, con cambiantes entonaciones de voz, animando, en suma, sus cuentos.
Y un día comenzó a darles forma escrita: cuentos, novelas registraron su profundo espíritu de observación y esa cualidad sutil que establece desde el comienzo un diálogo fecundo con el lector. Desde los 22 años ha producido doce libros (Banana brava, Barro branco, Longe da térra, Vazante, Arara vermelha, Arraia de fogo, Rosinha, minha canoa, Doidão, O garanhão das praias, Coracao de vidro, As confissões de Freí Abóbora y Mi planta de naranja-lima), que han editado y reeditado hasta once veces sus editores. Casi todos ellos recogen sus experiencias, repito; de la misma manera que sus historias lo tienen de personaje, porque muchas de ellas nos entregan sus aventuras vividas en el interior del Brasil, aunque no sea su nombre el que aparece entre los protagonistas.
Fueron "años de vaivén entre el Norte y el Sur brasileños", y en ellos ocupa un lugar destacado su período de convivencia con los indios en ese casi mítico Sertáo . Allí, entre ellos, aprendió historias curiosas, retuvo características y tradiciones, hizo su estudio de la vida y acumuló experiencias que nunca imaginó que fueran a convertirlo en novelista. Pero estaba en su destino serlo, y en su interés, volcarlas a otros seres.
Tenía a su favor varias circunstancias: una excelente memoria, su rica fantasía, la multiplicada habilidad para sacar de cada tema lo más interesante... y su deseo decentar... que es, en definitiva, el elemento primordial de los escritores. Primero —y a semejanza de los "repentistas" que recorrían el país contando historia hecha canciones, leyendas o relatos— fue un cuentista oral: decía, inventaba y explicaba cosas, ayudándose con mímica, con cambiantes entonaciones de voz, animando, en suma, sus cuentos.
Y un día comenzó a darles forma escrita: cuentos, novelas registraron su profundo espíritu de observación y esa cualidad sutil que establece desde el comienzo un diálogo fecundo con el lector. Desde los 22 años ha producido doce libros (Banana brava, Barro branco, Longe da térra, Vazante, Arara vermelha, Arraia de fogo, Rosinha, minha canoa, Doidão, O garanhão das praias, Coracao de vidro, As confissões de Freí Abóbora y Mi planta de naranja-lima), que han editado y reeditado hasta once veces sus editores. Casi todos ellos recogen sus experiencias, repito; de la misma manera que sus historias lo tienen de personaje, porque muchas de ellas nos entregan sus aventuras vividas en el interior del Brasil, aunque no sea su nombre el que aparece entre los protagonistas.
Pero esto no es enteramente original, ya que cualquier escritor acaba por ser autobiográfico en alguna medida. En cambio, su originalidad está en su método de trabajo: primero, la carga de ideas, la acumulación de los detalles físicos y psicológicos que darán forma a sus criaturas, la elección de los paisajes que le servirán de escenarios, el bosquejo de la novela, y finalmente, cuando ello es posible, su traslado al escenario elegido para consustanciarse con él. Realizada esta primera parte, sobreviene la etapa de la redacción, propiamente dicha, en la que suelta toda su fantasía, enhebra los resortes lingüísticos —me interesa recalcar su fidelidad al habla y los modismos propios de la zona en que instala sus historias—, y juega con el diálogo, que es en su profusión y acierto una de sus características. Para decir todo esto con palabras de José Mauro de Vasconcelos: "Cuando la historia está enteramente realizada en mi imaginación, comienzo a escribir. Solamente trabajo cuando tengo la impresión de que toda la novela está saliéndome por los poros del cuerpo. Y entonces todo marcha como en un avión a chorro".
Esto, en lo que hace a Vasconcelos como escritor; porque también está el Vasconcelos actor. El cine y la televisión lo han visto animar historias propias y ajenas, y obtener por sus actuaciones importantes premios. Una referencia, también, al Vasconcelos protector de indios, a los que sirve de enfermero, de guía y de consejero.
Pero, naturalmente, a nosotros nos interesa como hombre de letras. En 1968 encabezó la lista de best sellers con Mi planta de naranja-lima (O meu pe de laranja—lima), su historia de un niño que una vez, un día, descubrió el dolor y se hizo adulto precozmente. En éste, como en casi todos sus otros libros, Vasconcelos ha sido un autor afortunado con la crítica y con el público. Puede que sea por el olor a naturaleza que se agita en sus páginas, como una de esas culebras con las que muchas veces debió luchar durante sus aventuras en la selva.
O puede que sea por ese lirismo que en algunas ocasiones viste sus temas; por la simplicidad de las formas literarias adoptadas; la presencia del paisaje lujuriante que, de pronto, estalla con toda la gama de sus colores y de sus olores o de sus ruidos; o por su intención de llegar fácilmente y con toda su carga emotiva al corazón del lector. Porque, fundamentalmente, es el corazón de su público lo que él busca, mucho más que su intelecto: sus libros son mensajes de un espíritu a otro, y nunca una vacía demostración de academicismo. En ese empeño intervienen los recuerdos de su vida en la misma medida en que lo hacen sus recursos de novelista. Como lo demuestran las múltiples ediciones de cada uno de sus títulos, Vasconcelos ha sabido encontrar el camino que conduce al lector.
Sus personajes viven, se mueven y se desenvuelven con la misma naturalidad con que lo hace su autor en la vida real, y en ello se perciben dos cosas: su intención de no convertir sus narraciones en meros juegos literarios y su entrega apasionada a cada tema y a las posibilidades que brinda. A veces hay en lo que escribe esbozos de crítica, pero nunca se sitúa en el papel de sociólogo, fiel a su deseo de ser "nada más y nada menos que un escritor; con todo lo que ello significa de testigo y de participante de la realidad".
Vasconcelos, quizá sin saberlo, es también un poco poeta, y así lo advertimos en algunas de sus páginas más encomiadas y en muchas de las de este libro; pero no un poeta dramático, sino lírico, que se sirve de la anécdota, de la acción y de los caracteres de sus criaturas para evidenciarlo. La anécdota: he ahí otra de sus incorporaciones a la actual literatura del Brasil. Muchos de los cultores de ésta la reemplazaron a menudo por la idea. En la obra de este autor, la anécdota está desarrollada tanto por la acción como por el diálogo, directo, simple, concreto.
Con sorprendente seguridad, José Mauro de Vasconcelos prosigue su triunfal camino de escritor, recreando paisajes y dando vida a infinidad de personajes. Todos ellos por algún singular mecanismo extraliterario —difícilmente explicable, pues supera cualquier definición que pudiera dársele— se identifican e integran en un mismo valor: el hombre, tal como lo concibe y lo siente este novelista que en 1968 ratificó la importancia que le concedieran los críticos dentro de la narrativa contemporánea del Brasil.
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