A Margót le hace falta un tango
Por: Darío Valle Risoto
Su padre murió de tuberculosis a los ochenta y ocho años y Margót se quedó huérfana. Luego de casi treinta de vivir con ese hombre tosco y de pocos sentimientos se había hecho a la idea de morirse antes, pero un buen día su viejo comenzó a toser y murió de una enfermedad tan vieja como él, tan desusada que parecía un raro chiste luego de años y años de aguantarle una colección de achaques infernal a su querido... ¿querido padre?
Margót entró a la casa después del entierro, sus primas quisieron llevarla con ellas pero se negó, el fulgor de un sol de otoño entraba por la ventana de su cuarto y ella se miró al espejo como si viera a una extraña, a una intrusa que se había metido a preguntare por el finado, era una mujer arrugada y triste que la observaba repleta de canas y con unos ojos negros tristísimos.
Sintió sin embargo que comenzaba una nueva etapa en su vida, luego de toda o gran parte de ella dedicada a cuidar a sus padres primero y muerta la mamá, a él, ese oscuro italiano de gesto adusto y principios heredados de oscuras épocas perdidas en la brumosa Europa fascista.
La foto de su primera comunión amarillenta y casi borrosa mostraba en un tiempo a una niña hermosa de largos cabellos negros que soñaba con ser monja y dedicarse a dios, sin embargo terminó dedicándose a las obligaciones familiares que son casi lo mismo.
___¿Mis hermanos?, ¿Dónde se fueron mis hermanos?
Cuatro hombres todos mayores que hicieron sus nidos y dejaron de volar a casa, ellos eran los hombres, los hacedores de sus propios destinos pero ella no, ella debió inmolarse el alma cuidando a los padres, a los cosechadores de una familia.
Y el enorme caserón de Sayago se fue desbaratando y ella trabajando casi doce horas por día en la fábrica para llevar el pan porque su padre se retiró a una vida de pensión por enfermedad y la jubilación de los trenes era poca y. Los huesos, la devastación de un gris que pintó los momentos cotidianos tragándose a cuatro novios en miles de años y la ilusión de ser como esas vecinas que se fueron casando. Margót llora mirando la foto de la comunión.
Y todo fue por amor...
Por: Darío Valle Risoto
Su padre murió de tuberculosis a los ochenta y ocho años y Margót se quedó huérfana. Luego de casi treinta de vivir con ese hombre tosco y de pocos sentimientos se había hecho a la idea de morirse antes, pero un buen día su viejo comenzó a toser y murió de una enfermedad tan vieja como él, tan desusada que parecía un raro chiste luego de años y años de aguantarle una colección de achaques infernal a su querido... ¿querido padre?
Margót entró a la casa después del entierro, sus primas quisieron llevarla con ellas pero se negó, el fulgor de un sol de otoño entraba por la ventana de su cuarto y ella se miró al espejo como si viera a una extraña, a una intrusa que se había metido a preguntare por el finado, era una mujer arrugada y triste que la observaba repleta de canas y con unos ojos negros tristísimos.
Sintió sin embargo que comenzaba una nueva etapa en su vida, luego de toda o gran parte de ella dedicada a cuidar a sus padres primero y muerta la mamá, a él, ese oscuro italiano de gesto adusto y principios heredados de oscuras épocas perdidas en la brumosa Europa fascista.
La foto de su primera comunión amarillenta y casi borrosa mostraba en un tiempo a una niña hermosa de largos cabellos negros que soñaba con ser monja y dedicarse a dios, sin embargo terminó dedicándose a las obligaciones familiares que son casi lo mismo.
___¿Mis hermanos?, ¿Dónde se fueron mis hermanos?
Cuatro hombres todos mayores que hicieron sus nidos y dejaron de volar a casa, ellos eran los hombres, los hacedores de sus propios destinos pero ella no, ella debió inmolarse el alma cuidando a los padres, a los cosechadores de una familia.
Y el enorme caserón de Sayago se fue desbaratando y ella trabajando casi doce horas por día en la fábrica para llevar el pan porque su padre se retiró a una vida de pensión por enfermedad y la jubilación de los trenes era poca y. Los huesos, la devastación de un gris que pintó los momentos cotidianos tragándose a cuatro novios en miles de años y la ilusión de ser como esas vecinas que se fueron casando. Margót llora mirando la foto de la comunión.
Y todo fue por amor...
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