Una historia sobre el amor
Por: Darío Valle Risoto
Fuimos con mi primo a aquel concierto gratuito en el Monte de la Francesa en Colón y como muchos eventos gratuitos este terminó siendo un fiasco: faltaron bandas, el sonido era pésimo y encima en la tarde se nubló y comenzaron a correr unas gotitas de lluvia nada halagüeñas. Sergio se encontró con unos conocidos y se alejó a conversar con ellos, yo me quedé sentado en las gradas hasta que se me acercó Horacio. Lo había conocido hacía menos de un mes, él era el hermano de Mario y este lo había hecho entrar en los talleres gráficos donde yo trabajaba desde hacía varios años.
Me presentó a la novia, lo que fue doblemente asombroso ya que él tendría unos dieciséis y ella unos quince, demasiado jóvenes para tal compromiso, pensé. La otra cosa que lamentablemente me dejó pensando fue que la chica era muy hermosa: rubia, de largos cabellos color trigo y una piel blanca de porcelana, además de muy educada y siempre sonriente. Digo “lamentablemente” porque Horacio era un chico no muy bien parecido y por lo tanto me sentí culpable por hacer esas absurdas comparaciones estéticas que todos llevamos como resultado de una cultura de las imágenes ideales.
Un rato después esta parejita se despidió de nosotros y nos retiramos con mi primo porque la lluvia se había animado a destruirnos la tarde.
Creo que fue al día siguiente o tal vez luego que en el trabajo me enviaron a Horacio de ayudante en la máquina dobladora de pliegos e inmediatamente le pregunté por la novia y le dije con absoluta sinceridad que lo felicitaba porque era una chica bellísima y además en lo poco que habíamos conversado me resultó muy simpática e inteligente. Horacio me lo agradeció y continuamos hablando de trabajo y otras cosas.
Así con el correr de los días a veces le preguntaba por ella a este chico, hasta que un día me confesó algo que lo tenía preocupado. Antes de que me lo comenzara a contar pregunté si tenía que ver con el sexo y asombrado me confesó que se sentía presionado porque aún no habían hecho el amor y claro que a su edad no dejaba de pensar en ello. Era inevitable.
El trabajo en un enorme taller donde hay más o menos cien personas de las que la mayoría somos hombres, hace que no sean fáciles determinadas conversaciones sin caer en los habituales malos chistes del género, para el bien de este amigo siempre me resistí al facilísimo machista de evaluar a la ligera temas que a un tercero pueden ser la mar de delicados.
Le dije que yo creía en la natural evolución de las cosas y que tratara de no hacerla sentir obligada por algo que tarde o temprano se iba a dar por si mismo, tampoco era un mago o un genio al adelantarme a sus otras amistades para adivinar que todos sus conocidos, absolutamente todos, le instaban a consumar su relación como si de eso dependiera el futuro de la raza humana.
En ese momento se mostró agradecido y me preguntó si yo había estudiado sicología, me sonreí y le dije que no y quedé por lo menos más tranquilo al comprender que yo le había aportado una visión inesperada de una realidad que a él y solo a él le competía ir desarrollando.
Y fue así, no sé cuanto tiempo después que me contó que tal cual como le había dicho, habían tenido una experiencia memorable y que gracias a mi no la había espantado tratando de forzarla sin reconocer sus naturales miedos de chica joven.
Lo último que supe es que se habían casado, pero la verdad no estoy muy seguro de ello. ¿Acaso importa?
FIN
Me presentó a la novia, lo que fue doblemente asombroso ya que él tendría unos dieciséis y ella unos quince, demasiado jóvenes para tal compromiso, pensé. La otra cosa que lamentablemente me dejó pensando fue que la chica era muy hermosa: rubia, de largos cabellos color trigo y una piel blanca de porcelana, además de muy educada y siempre sonriente. Digo “lamentablemente” porque Horacio era un chico no muy bien parecido y por lo tanto me sentí culpable por hacer esas absurdas comparaciones estéticas que todos llevamos como resultado de una cultura de las imágenes ideales.
Un rato después esta parejita se despidió de nosotros y nos retiramos con mi primo porque la lluvia se había animado a destruirnos la tarde.
Creo que fue al día siguiente o tal vez luego que en el trabajo me enviaron a Horacio de ayudante en la máquina dobladora de pliegos e inmediatamente le pregunté por la novia y le dije con absoluta sinceridad que lo felicitaba porque era una chica bellísima y además en lo poco que habíamos conversado me resultó muy simpática e inteligente. Horacio me lo agradeció y continuamos hablando de trabajo y otras cosas.
Así con el correr de los días a veces le preguntaba por ella a este chico, hasta que un día me confesó algo que lo tenía preocupado. Antes de que me lo comenzara a contar pregunté si tenía que ver con el sexo y asombrado me confesó que se sentía presionado porque aún no habían hecho el amor y claro que a su edad no dejaba de pensar en ello. Era inevitable.
El trabajo en un enorme taller donde hay más o menos cien personas de las que la mayoría somos hombres, hace que no sean fáciles determinadas conversaciones sin caer en los habituales malos chistes del género, para el bien de este amigo siempre me resistí al facilísimo machista de evaluar a la ligera temas que a un tercero pueden ser la mar de delicados.
Le dije que yo creía en la natural evolución de las cosas y que tratara de no hacerla sentir obligada por algo que tarde o temprano se iba a dar por si mismo, tampoco era un mago o un genio al adelantarme a sus otras amistades para adivinar que todos sus conocidos, absolutamente todos, le instaban a consumar su relación como si de eso dependiera el futuro de la raza humana.
En ese momento se mostró agradecido y me preguntó si yo había estudiado sicología, me sonreí y le dije que no y quedé por lo menos más tranquilo al comprender que yo le había aportado una visión inesperada de una realidad que a él y solo a él le competía ir desarrollando.
Y fue así, no sé cuanto tiempo después que me contó que tal cual como le había dicho, habían tenido una experiencia memorable y que gracias a mi no la había espantado tratando de forzarla sin reconocer sus naturales miedos de chica joven.
Lo último que supe es que se habían casado, pero la verdad no estoy muy seguro de ello. ¿Acaso importa?
FIN
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