Saturday, September 26, 2009

El Funcionario (Cuento)

El Funcionario
Por: Darío Valle Risoto

Esperaban bajo el sol abrazador del Amazonas a las cuatro de la tarde con cuarenta y cinco grados, eran un grupo heterogéneo de personas sudorosas, mujeres gordas sacudiendo sus abanicos y hombres no menos gruesos mirando sus relojes.
El sonido del ferrujiento motor de la lancha se asomó primero, luego esa deforme embarcación cubierta de trapos y techos improvisados contra el calor y los insectos tropicales, un denso humo negro partía de su única chimenea mohosa mientras que se leía a sus costados: “Carlota”.
___¡Era hora carajo! ___Exclamó el prefecto de Villa Montecinos mientras volvía a mirar su viejo reloj Orient y se quitaba el sudor con un pañuelo mugriento, detrás de él su mujer y dos oficiales de policía flacos y desganados, un perro sin dueño, el jefe del correo local con su mujer también, algunos vecinos curiosos y algunos niños gritones.
El Carlota golpeó el débil y pequeño muelle con u ruido seco, impertinente y allí vieron la figura esmirriada del empleado estatal que enviaban desde el municipio de Villa Hermosa a revisar los papeles de la contabilidad de la prefectura, como todo empleado del gobierno enviado a fiscalizar era recibido con cierta desconfianza aunque estaban muy seguros de que solo era cuestión de saber dar con su precio.
___Doralicio Ventura para servirles. ___Dijo ese hombre extremadamente flaco de nariz aguileña, lentes como excesivo aumento y unos dientes como de tiburón, su voz era como el raspar de dos piedras dada la sed que le cerraba la garganta. Llevaba un traje color marfil, una camisa celeste totalmente empapada de sudor y un sombrero de paja evidentemente viejo y poco cuidado. Sus zapatos eran enormes y seguramente muy incómodos porque caminó con cierta dificultad entre los vecinos que lo condujeron al único Bar de villa Montecinos.
El prefecto se presentó durante el camino y a su esposa que hizo un torpe intento de reverencia pero era extremadamente gorda y solo pasó desapercibido porque uno de los policías tosió y escupió cerca de uno de los zapatos del visitante.
El bar era un poco más fresco ya tenía suficientes ventiladores de techo, todos en funcionamiento, Doralicio pidió algo frío y le trajeron una limonada con gusta bastante pasable aunque con menos limón del que debería tener.
___¿Así que lo enviaron para revisar nuestras cuentas entonces?
___Recibieron la nota membretada, ya lo saben, el nuevo gobernador de Amazonia quiere que las cuentas estén claras antes de las próximas elecciones.
___Bueno, bueno. ___Sonrió Vicente Morales el prefecto. Tratando de aplacar los ánimos se sirvió un poco de limonada aunque hubiera preferido una buena dote de Ron. Era un hombre gordo, inmenso con una descomunal barriga y una nariz rojiza, desparramada entre unos ojos saltones como los de un sapo, escupía constantemente al hablar sobretodo cuando se ponía nervioso.
Doralicio lo miró sin pestañear y luego tomó un viejo maletín de cuero de víbora que llevaba consigo y lo puso sobre la mesa, destrabó una por una las correas y sacó una libreta, una pluma y un revolver. Los que curioseaban en el bar se quedaron perplejos cuando vieron el arma, los policías se miraron entre sí y el que le había escupido el zapato se encogió de hombros.
___Necesito los nombres de todos los funcionarios del estado que trabajan en este pueblo, sus tareas y lugares donde se desempeñan.
Una hora después Vicente el prefecto de Villa Montecinos dejaba el bar visiblemente nervioso, acompañado de los dos policías corrió prácticamente hasta la vieja comisaría, una casa de color blanco junto a la parroquia frente a la única y principal plaza del pueblito, aunque eran las seis de la tarde el sol tropical aún mordía como un yacaré allí donde no había sombra.
Doralicio consiguió un cuarto en el mismo Bar que hacía las raras veces de hotel del lugar, entró a la pieza y abrió la única ventana de dos aguas que miraba a un patio trasero donde un perro desnutrido le ladró un par de veces y continuó durmiendo entre las coloridas plantas, un aljibe tapado por una enorme chapa daba a una pared descascarada y detrás de ella los paraísos con su follaje tupido daban una cordial sombra.
___Creo que este funcionario es de los honestos Plauciño.
Plauciño Farías era el comisario del pueblo, él junto a Maté y Peralta sus ayudantes eran los únicos milicos y funcionarios de la ley en cien kilómetros a la redonda.
Plauciño se rió y sirvió Ron para los dos, Vicente se sentó frente a su escritorio dejando gran parte de su enorme trasero fuera de la angosta silla de la comisaría.
___Cuatro cosas: Mujeres, dinero, droga o miedo son las que compran a los funcionarios en este país, nunca falla, nunca. __Se río a carcajadas, le faltaban todos los dientes de adelante y tenía una especie de tic nervioso que le hacía pestañear continuamente.
Esa noche la mandaron a Mariela, una puta mulata que era la estrella del prostíbulo de Puerto Bendito a unos cuatro kilómetros de allí. La mujer golpeó en el cuarto de Doralicio y lo encontró fumando parado en calzoncillos mirando a la Luna entre los postigos abiertos, el calor había bajado a veinticinco grados, eran las diez de la noche.
___¿Quiere compañía?
___¿Quién la mandó?
___Diosito.
La observó desnudarse mientras se servía un enorme vaso de limonada, la mulata era más alta que él tenía unas tetas grandes, en punta y un cabello profuso, ensortijado y medio amarillento mezcla de sangres diversas en su origen. Su pubis estaba totalmente afeitado y sus nalgas eran firmes y apretadas.
A la mañana siguiente ella se fue y él se hizo el dormido mientras de reojo miraba su arma sobre la mesa de luz, cuando se hicieron las once se lavó un poco, se vistió y caminó hasta la oficina municipal, pidió que le abrieran todos los cajones donde se guardaban las facturas y las cuentas, también los legajos de impuestos y retenciones del estado.
Una hora después no necesitaba más pruebas de que estaba en otro pueblo invadido de corruptos y degenerados que se robaban todo para ellos y poco iba para el estado.
Al caer la tarde entró Vicente sudando la gota gorda, Doralicio le tiró un fajo de hojas anotadas donde se establecían las estafas de los últimos cuatro años en algo así como en diez millones de cruzeiros.
___Van a ir todos presos hasta los perros si esto no se aclara. __Le dijo mientras metía algunos documentos en su portafolio de cuero de víbora y también el revolver.
Esa noche no vino a su cuarto la mulata sino el comisario acompañado de sus dos únicos policías.
___Vamos a entendernos puto de mierda, ¿Qué querés?, ¿Plata?, ¿Droga?
Doralicio estaba sentado en la cama, se arregló los lentes y miró al milico cuadrado delante de sus subalternos con las manos en jarra haciéndose el guapo.
Le pegó un tiro en medio de la frente y este se calló como un tronco podrido entre los dos policías que se quedaron congelados de miedo.
Llévenselo de aquí y ni se les ocurra hacerce los héroes.
___No... no señor.
Lo sacaron con la patas por delante, una línea de sangre manchó aún más el piso de madera hasta que a lo lejos sintió como lo metían en la camioneta y se lo llevaban.
Doralicio colocó en su arma la bala gastada y miró al patio nuevamente, el perro flaco se asomó asustado y se acercó hasta el pie de la ventana moviendo la cola.
Esa noche habló por teléfono con la capital del estado, les informó que necesitaban un nuevo comisario, un nuevo prefecto y que su trabajo habría terminado cuando recibieran el informe de las estafas, el Gobernador lo felicitó personalmente al teléfono.
Caminó entre los árboles por las calles empedradas, hacía un poco menos de calor o se estaba acostumbrando, se encontró a Vicente Morales muy nervioso junto al jefe de correos, algunos vecinos se metieron a sus casas.
___Debería ir buscándose un trabajo señor Morales.
___Usted, usted, conque derecho viene, viene al pueblo a meterse...
___El libro. El libro que ustedes nunca leen
___¿La Biblia?
___La constitución pedazo de ladrones, la constitución.
Y allí se metió al correo a buen resguardo del sol a escribir un telegrama a su mujer en Río de Janeiro.

fin

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