Aquel Cine Intermezzo 2
Por: Darío Valle Risoto
Trato de recordar los viejos cines que ubicados en todo Montevideo eran como portales fantásticos a la aventura y siempre me vienen diferentes imágenes, sus nombres siempre exóticos: El Alcazar, el Mogador, el Arizona, el Trafalgar, el Broadway, el Trocadero, el 18 de Julio, el cine Rex, El Radio City… muchas salas mal iluminadas, sin refrigeración pero con un aroma y una arquitectura específicas.Nos sentíamos pequeñísimos de la mano de nuestros padres incursionando en películas de acción, animadas, de cowboys, de monstruos y vampiros. Nada nos perdíamos en la oscuridad de las salas cuando la historia tenía su final siempre apoteósico y el héroe salía indemne. Se daban besos rápidos cubriéndose la cara o tapándose con el sombrero, no había mucha sangre y se lanzaban disparos moviendo sus manos como para impulsar las balas, no era raro que al final el bandido descubriera su siniestro plan mientras el muchachito se las ingeniaba para que llegue la ayuda o se salvaba con un ardid no siempre muy realista.
Muchas veces tenía la sensación cuando salía de la sala de que la realidad me golpeaba fieramente, a veces entraba de día y salía de noche, hacía frío y tenía que caminar unas cuadras hasta mi casa si estaba en el Intermezzo, pero iba muy a menudo desde los diez años solo al centro. Me daban dinero y mil recomendaciones: que no hable con extraños, que no deje que nadie se siente en las butacas continúas y que si pasaba algo buscara refugio en un grupo familiar con niños como yo.Éramos pobres y pocas veces iba con mis padres, si era así, me sentía súper protegido de cualquier monstruo terrestre o alienígena sentado entre ellos con los ojos desorbitados y comiendo maní con chocolate. Si es que había dinero para ello porque era carísimo.Me gustaban las películas de ciencia ficción con naves y robots, también las de vampiros pero me aburrían y bastante las de vaqueros a menos que actuara John Wayne, de entre mis actores preferidos destacaban: Burt Lancaster porque mi padre se parecía a él, mi madre me recordaba a Elizabeth Taylor por sus hermosos ojos que siempre parecían leernos el alma.
Después si íbamos en familia mi padre nos llevaba a algún bar de la avenida 8 de Octubre, había muchos que hoy tal cual los cines han desaparecido, muchas veces conocían a mi padre que era como un personaje híper conocido en el barrio y por lo tanto si pedíamos cuatro porciones de pizza nos daban seis o no cobraban parte de la adición.Me gustaban las películas en blanco y negro, también aprendí muy rápido a leer los subtítulos y aún hoy no comprendo como hay gente que no gusta de leer y prefiere las voces ajenas a las de los actores y actrices. Me contaron que en España las dan a todas traducidas y que es muy difícil encontrar una en su sonido original salvo en escasas ocasiones, para colmo las traducen con su clásico zezeo lo que para los latinos nos suena bastante mal.También veíamos algunas películas argentinas pero venían pocas y en aquellas épocas el cine latino estaba muy atrás de Hollywood, salvo las pelis Mexicanas, que supongo por su proximidad a la meca del cine venían con bastante regularidad. Mi madre suspiraba con Jorge Negrete y yo me quedaba absorto viendo a El Santo pelear contra unos zombies muy mal encarnados o con momias peores que la de titanes en el ring, pero igual entretenían.No me faltaron ninguna de las de Tarzán ni tampoco me perdí las de Walt Disney o me faltaron muy pocas, de estas: 20.000 leguas de viaje submarino me emocionó muchísimo y quise estar junto al capitán Nemo en su nave maravillosa para correr sus aventuras, menos el ataque del pulpo, claro.Curiosamente no recuerdo haber visto a mi querido Frankenstein con Karloff en el cine, supongo que no era apta para menores, así que la vi por primera vez en televisión, tampoco recuerdo Drácula de Lugosi, pero nunca olvidaré una donde Bela Lugosi se peleaba con un pulpo de goma en una piscina, era su última actuación para el director Ed Wood si no me equivoco.
¿Otro día seguimos?
Por: Darío Valle Risoto
Trato de recordar los viejos cines que ubicados en todo Montevideo eran como portales fantásticos a la aventura y siempre me vienen diferentes imágenes, sus nombres siempre exóticos: El Alcazar, el Mogador, el Arizona, el Trafalgar, el Broadway, el Trocadero, el 18 de Julio, el cine Rex, El Radio City… muchas salas mal iluminadas, sin refrigeración pero con un aroma y una arquitectura específicas.Nos sentíamos pequeñísimos de la mano de nuestros padres incursionando en películas de acción, animadas, de cowboys, de monstruos y vampiros. Nada nos perdíamos en la oscuridad de las salas cuando la historia tenía su final siempre apoteósico y el héroe salía indemne. Se daban besos rápidos cubriéndose la cara o tapándose con el sombrero, no había mucha sangre y se lanzaban disparos moviendo sus manos como para impulsar las balas, no era raro que al final el bandido descubriera su siniestro plan mientras el muchachito se las ingeniaba para que llegue la ayuda o se salvaba con un ardid no siempre muy realista.
Muchas veces tenía la sensación cuando salía de la sala de que la realidad me golpeaba fieramente, a veces entraba de día y salía de noche, hacía frío y tenía que caminar unas cuadras hasta mi casa si estaba en el Intermezzo, pero iba muy a menudo desde los diez años solo al centro. Me daban dinero y mil recomendaciones: que no hable con extraños, que no deje que nadie se siente en las butacas continúas y que si pasaba algo buscara refugio en un grupo familiar con niños como yo.Éramos pobres y pocas veces iba con mis padres, si era así, me sentía súper protegido de cualquier monstruo terrestre o alienígena sentado entre ellos con los ojos desorbitados y comiendo maní con chocolate. Si es que había dinero para ello porque era carísimo.Me gustaban las películas de ciencia ficción con naves y robots, también las de vampiros pero me aburrían y bastante las de vaqueros a menos que actuara John Wayne, de entre mis actores preferidos destacaban: Burt Lancaster porque mi padre se parecía a él, mi madre me recordaba a Elizabeth Taylor por sus hermosos ojos que siempre parecían leernos el alma.
Después si íbamos en familia mi padre nos llevaba a algún bar de la avenida 8 de Octubre, había muchos que hoy tal cual los cines han desaparecido, muchas veces conocían a mi padre que era como un personaje híper conocido en el barrio y por lo tanto si pedíamos cuatro porciones de pizza nos daban seis o no cobraban parte de la adición.Me gustaban las películas en blanco y negro, también aprendí muy rápido a leer los subtítulos y aún hoy no comprendo como hay gente que no gusta de leer y prefiere las voces ajenas a las de los actores y actrices. Me contaron que en España las dan a todas traducidas y que es muy difícil encontrar una en su sonido original salvo en escasas ocasiones, para colmo las traducen con su clásico zezeo lo que para los latinos nos suena bastante mal.También veíamos algunas películas argentinas pero venían pocas y en aquellas épocas el cine latino estaba muy atrás de Hollywood, salvo las pelis Mexicanas, que supongo por su proximidad a la meca del cine venían con bastante regularidad. Mi madre suspiraba con Jorge Negrete y yo me quedaba absorto viendo a El Santo pelear contra unos zombies muy mal encarnados o con momias peores que la de titanes en el ring, pero igual entretenían.No me faltaron ninguna de las de Tarzán ni tampoco me perdí las de Walt Disney o me faltaron muy pocas, de estas: 20.000 leguas de viaje submarino me emocionó muchísimo y quise estar junto al capitán Nemo en su nave maravillosa para correr sus aventuras, menos el ataque del pulpo, claro.Curiosamente no recuerdo haber visto a mi querido Frankenstein con Karloff en el cine, supongo que no era apta para menores, así que la vi por primera vez en televisión, tampoco recuerdo Drácula de Lugosi, pero nunca olvidaré una donde Bela Lugosi se peleaba con un pulpo de goma en una piscina, era su última actuación para el director Ed Wood si no me equivoco.
¿Otro día seguimos?
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