Saturday, August 21, 2010

La Invasión de los Tiburones Marcianos (Cuento)

La invasión de los Tiburones Marcianos
Por: Darío Valle Risoto

Cuento dedicado al Dr Filkenstein


Estrenaban una nueva película de invasiones de Marte y todas esas cosas que tanto nos gustaban, Lucas decía siempre que estaba seguro que los marcianos existían y que algunos de los que aparecían en la pantalla eran reales, a veces nosotros le discutíamos solo para enojarlo, pero muy en el fondo pensábamos lo mismo.

Nosotros éramos, mi primo Alejandro y yo: Pablo Rodríguez, el más flaco de toda la escuela Sanguinetti y muy orgulloso de ello.

Fuimos el domingo a la función de media tarde, creo que eran como las cuatro pero estaba oscuro, invierno Montevideano con frío y estornudos y las quinientas recomendaciones de mi madre que me abrigaba como si el cine Intermezzo quedara en Groenlandia. Donde sea que quede ese país.
Alejandro me esperaba siempre en la esquina porque no me dejaban juntar con él, es que era bastante travieso y a veces los vecinos tenían intentos de armar un piquete para quemarlo como a Frankenstein, sobretodo porque se comía las gallinas que saltaban el muro al conventillo desde el gallinero de Los Gonzáles Almeida.

Mi padre si sabía que íbamos con él al cine, también que nos acompañaba el godito Lucas que sí pertenecía a los escasos amigos aceptados por mi severa madre. Lucas era re bueno, se bancaba todos los sobrenombres menos que le griten: ¡Meón!, eso si que le enfurecía, cierta vez se lo tuvimos que despegar al negro Néstor porque lo estaba blanqueando a trompazos en el piso.

___ ¡Meón No!, ¡Meón No! ___ Le gritaba y el negrito pataleaba pero Lucas se le había sentado encima y lo cagaba a piñas al pobre pibe.
Se lo sacamos y lo llevamos lejos a comer pastillas Trineo de menta para que nos refresque a todos, mientras allá el negrito se ponía de pie y le gritaba de nuevo: ___ ¡¡¡¡Meoooooon!!! Desde la esquina antes de desaparecer.

Y Lucas se ponía colorado y decía que ya lo iba a agarrar al maldito y que le iba a lavar la boca con jabón y que le iba a romper la jeta a trompadas. Nunca supimos si era tan importante lavarle la boca antes de rompérsela pero eran cosas de niños.

La película se llamaba: “Los Tiburones de Marte atacan Chicago” y estaba rebuena, resulta que un científico inventa un rayo a base de mostaza y Radio para atraer la nave de unos hombres pescados con dientes del planeta Marte e invaden los estados unidos.

___ ¡Suerte que estamos re-lejos! ___Decía siempre Alejandro mientas comía caramelos en la semioscuridad de la sala, era verdad, una suerte estar en el Uruguay porque todos saben que los Marcianos la tienen con los estados unidos.

Había de todo, una chica muy bonita que se enamoraba del muchachito de la película que era medio abombado porque siempre la salvaba para el lado donde estaban los tipos esos armados con pistolas de caños redondos y esos trajes re incómodos con grandes botas y cascos con antenas. Pero venía el general Smith y los cagaba a bombazos, entonces se caían puentes y edificios sobre autos y personas. Lo más bueno era cuando venía una escena de suspenso y los tres nos poníamos de acuerdo y gritábamos.

___ ¡¡¡¡Puuuuuuummmm! __Y entonces la gente se cagaba de miedo, dos veces nos echaron del cine pero nos moríamos de risa, una vez una gorda se calló en medio de la sala porque parece que volvía del baño y cuando le gritamos casi se muere. ¡Je!

Y volvíamos tarde comentando la película, siempre hacíamos planes para construír una nave espacial pero no teníamos capital suficiente para tamaño emprendimiento pero nos las arreglábamos jugando en la chatarrería de Mancuso en la calle Avellaneda. El viejo nos dejaba entrar y jugar entre autos viejos y chapas de todo tipo.

Unos meses después vino Alejandro frenético a la puerta de casa y me avisó que estrenaban: “El regreso de los Tiburones de Marte” con los mismos actores de la anterior, hasta el hermano gemelo del general que había morido en la otra y todo. Si ya se que se dice muerto pero en aquellos tiempos hablábamos así, caracho.

Mi padre nos dio cincuenta pesos para refrescos y las entradas y fuimos a buscar a Lucas, por suerte mi madre no estaba porque sino lo sacaba del forro a mi primo. Fuimos y nos gustó más que la otra, ahora atacaban Detroit.
En la oscuridad de la sala la voz rasposa de Alejandro nos tranquilizó con:
___ ¡Qué suerte que estamos lejos!
Era verdad, pero ahora que lo pienso, creo que en el fondo queríamos estar allá para combatir contra esos terribles invasores de Marte

FIN

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