Navidad Zombie en Montevideo
Por: Darío Valle Risoto
Todos los diciembres la ciudad de Montevideo se comienza a transformar en algo mucho más patético que de costumbre, la gente pierde el pequeño atisbo de inteligencia que suele tener y con los ojos fijos en las vidrieras y cierta espuma blanca en la boca, comienza a hablar en el idioma de las Tarjetas de crédito. Algunos se acuerdan de Jesús y la mayoría desempolva un adminículo de plástico y alambre retorcido sobre una maceta también plástica que suele parecerse lejanamente a un pino en el mejor de los casos.
Frenéticamente la familia de Aldo, como todas las familias de clase media baja, bastante baja, se apresta para decidir donde pasar la Navidad a eso de mediados de Octubre y hasta casi la fecha cumbre donde la mayoría de la familia se reunirá. Menos Simón porque está preso por quererse violar un buzón la Navidad pasada.
Aldo odia la Navidad, le revientan (Literalmente) los ruidos de los cohetes y esa obligación de ser felices rodeados de parientes que uno no quiere ver y que en realidad detesta, odia o simplemente le revuelven el estómago.
Inevitablemente las Navidades se terminan haciendo en la casa de la abuela Lucía que ya está muy vieja, tiene una inmensa casa en Barros Blancos y además ya no está en condiciones de negarse a tal endogámico festejo.
Por lo tanto desde el día anterior estacionan autos, camionetas viejas y camiones cochambrosos cual si emigraran de la ciudad por el peligro de un ataque nuclear y allí bajan toneladas de comida, montones de botellas, damajuanas, paquetes, mesas y sillas de plástico, solo les falta una carpa de las naciones unidas para ser un campamento de refugiados.
Aldo tienen que reencontrarse con sus primos, con dieciséis años lo que menos quieres es darte con los gordos Fernández que siempre te pegan, con Alvarito que cada año está más maricón y llora hasta porque vio una luciérnaga y Dorita la inevitable prima gorda e insufrible que nos quiere apretar en cada rincón oscuro y en la mayoría de los iluminados.
La madre de Aldo le advierte a su padre que tome menos como si sirviera de algo y que no se acerque a Carlota que es una puta y que tampoco juegue mucho al truco porque termina a las puteadas. En síntesis lo que va a hacer como en todos los años.
Allí parten entonces el 24 de mañana también cargados de porquerías rumbo a la casa de la abuela, media hora después ya recibidos doscientos veinticinco besos de tías, tíos, el perro, un negro borracho que pasaba a saludar y la prima Dorita, se tira en uno de los cuartos para descansar un poco.
La abuela Lucía al rato ya entrevera los regalos con la comida, guarda la ropa que le dan en el horno de la cocina y sale a mear al fondo cerca de la parrilla, mientras los tíos discuten si poner cumbias o murgas en el equipo Takanaka que sacaron debajo del Sauce.
Con el correr de la tarde el olor a cordero asado es lo único bueno entre el bullicio, niños de todo tipo y color corren, lloran, sé putéan, tiran botellas de coca al piso e iluminan con su inocencia de mierda la velada.
Aldo ya tiene las costillas adoloridas de la “morta” que le hicieron los Fernández, los huevos los dejó de sentir después de que Carlitos se los apretó como media hora.
Entonces descubre un par de primas nuevas o viejas que se desarrollaron durante el año, hay protuberancias pectorales más pronunciadas y cierto aroma a feromonas en el aire. Aunque bien puede ser la torta de coco que está haciendo su madre y que nadie piensa comer como todos los años.
A las diez y media de la noche se sientan todos en la larga mesa del fondo, hay como cinco vecinos colados y el negro borracho que nadie sabe quién es también se sienta mientras exige más vino tinto. La gorda Dorita lo persiguió hasta que termina sentada a su derecha y Aldo debe evitar el constante roce de sus piernas paquidérmicas.
A esa hora la mesa atiborrada de comida le da más asco que ganas y la verdad que alimentaría a una tribu africana entera y más sabiamente que a ese hato de idiotas que son sus familiares, mientras su padre se franeléa cerca del nogal a la prima Carlota sin importarle que esté embarazada, comienza la discusión anual sobre política y Aldo se retira lentamente rumbo a cualquier parte.
Suenan “Los Wawancó” en el aire y por suerte la gorda está morfándose una pata de cordero entera que no lo ve, así que la puerta debe ser un buen lugar para pasar el rato.
Y Aldo imagina que algo mejor puede haber en Navidad aparte de toda esa invasión zombie de gente estúpida y...
___¿Vos también estás aburrido?
Flaca, casi linda si no fuera por los frenos en la boca, el cabello rubio signo de que no debe ser pariente y un hermoso vestido amarillo.
__¿Somos parientes?
__No ___Se ríe y señala a una casa del costado ___Vine con mi familia a lo de los Montaño, estoy recontenta, me reencontré con muchos parientes que hace mucho no veía.
__¿Sí?
___¡Claro!, ¿A vos no te gusta la Navidad?
___Siiii, muchísimo.
Por: Darío Valle Risoto
Todos los diciembres la ciudad de Montevideo se comienza a transformar en algo mucho más patético que de costumbre, la gente pierde el pequeño atisbo de inteligencia que suele tener y con los ojos fijos en las vidrieras y cierta espuma blanca en la boca, comienza a hablar en el idioma de las Tarjetas de crédito. Algunos se acuerdan de Jesús y la mayoría desempolva un adminículo de plástico y alambre retorcido sobre una maceta también plástica que suele parecerse lejanamente a un pino en el mejor de los casos.
Frenéticamente la familia de Aldo, como todas las familias de clase media baja, bastante baja, se apresta para decidir donde pasar la Navidad a eso de mediados de Octubre y hasta casi la fecha cumbre donde la mayoría de la familia se reunirá. Menos Simón porque está preso por quererse violar un buzón la Navidad pasada.
Aldo odia la Navidad, le revientan (Literalmente) los ruidos de los cohetes y esa obligación de ser felices rodeados de parientes que uno no quiere ver y que en realidad detesta, odia o simplemente le revuelven el estómago.
Inevitablemente las Navidades se terminan haciendo en la casa de la abuela Lucía que ya está muy vieja, tiene una inmensa casa en Barros Blancos y además ya no está en condiciones de negarse a tal endogámico festejo.
Por lo tanto desde el día anterior estacionan autos, camionetas viejas y camiones cochambrosos cual si emigraran de la ciudad por el peligro de un ataque nuclear y allí bajan toneladas de comida, montones de botellas, damajuanas, paquetes, mesas y sillas de plástico, solo les falta una carpa de las naciones unidas para ser un campamento de refugiados.
Aldo tienen que reencontrarse con sus primos, con dieciséis años lo que menos quieres es darte con los gordos Fernández que siempre te pegan, con Alvarito que cada año está más maricón y llora hasta porque vio una luciérnaga y Dorita la inevitable prima gorda e insufrible que nos quiere apretar en cada rincón oscuro y en la mayoría de los iluminados.
La madre de Aldo le advierte a su padre que tome menos como si sirviera de algo y que no se acerque a Carlota que es una puta y que tampoco juegue mucho al truco porque termina a las puteadas. En síntesis lo que va a hacer como en todos los años.
Allí parten entonces el 24 de mañana también cargados de porquerías rumbo a la casa de la abuela, media hora después ya recibidos doscientos veinticinco besos de tías, tíos, el perro, un negro borracho que pasaba a saludar y la prima Dorita, se tira en uno de los cuartos para descansar un poco.
La abuela Lucía al rato ya entrevera los regalos con la comida, guarda la ropa que le dan en el horno de la cocina y sale a mear al fondo cerca de la parrilla, mientras los tíos discuten si poner cumbias o murgas en el equipo Takanaka que sacaron debajo del Sauce.
Con el correr de la tarde el olor a cordero asado es lo único bueno entre el bullicio, niños de todo tipo y color corren, lloran, sé putéan, tiran botellas de coca al piso e iluminan con su inocencia de mierda la velada.
Aldo ya tiene las costillas adoloridas de la “morta” que le hicieron los Fernández, los huevos los dejó de sentir después de que Carlitos se los apretó como media hora.
Entonces descubre un par de primas nuevas o viejas que se desarrollaron durante el año, hay protuberancias pectorales más pronunciadas y cierto aroma a feromonas en el aire. Aunque bien puede ser la torta de coco que está haciendo su madre y que nadie piensa comer como todos los años.
A las diez y media de la noche se sientan todos en la larga mesa del fondo, hay como cinco vecinos colados y el negro borracho que nadie sabe quién es también se sienta mientras exige más vino tinto. La gorda Dorita lo persiguió hasta que termina sentada a su derecha y Aldo debe evitar el constante roce de sus piernas paquidérmicas.
A esa hora la mesa atiborrada de comida le da más asco que ganas y la verdad que alimentaría a una tribu africana entera y más sabiamente que a ese hato de idiotas que son sus familiares, mientras su padre se franeléa cerca del nogal a la prima Carlota sin importarle que esté embarazada, comienza la discusión anual sobre política y Aldo se retira lentamente rumbo a cualquier parte.
Suenan “Los Wawancó” en el aire y por suerte la gorda está morfándose una pata de cordero entera que no lo ve, así que la puerta debe ser un buen lugar para pasar el rato.
Y Aldo imagina que algo mejor puede haber en Navidad aparte de toda esa invasión zombie de gente estúpida y...
___¿Vos también estás aburrido?
Flaca, casi linda si no fuera por los frenos en la boca, el cabello rubio signo de que no debe ser pariente y un hermoso vestido amarillo.
__¿Somos parientes?
__No ___Se ríe y señala a una casa del costado ___Vine con mi familia a lo de los Montaño, estoy recontenta, me reencontré con muchos parientes que hace mucho no veía.
__¿Sí?
___¡Claro!, ¿A vos no te gusta la Navidad?
___Siiii, muchísimo.
FIN
Gracias Doctor Filkenstein por la foto de Santa
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