Thursday, January 1, 2009

En una Carretera Perdida (Cuento)

En una Carretera Perdida
Por: Darío Valle Risoto

Unos cuantos kilómetros se habían ido por debajo de las ruedas de la vieja Ford, Carlos tenía que llevarle esas cajas a Parrado antes del mediodía en Salto, pero el sueño no es buen acompañante de los conductores, así que se tomó una pequeña siesta en alguna parte al costado de la ruta cinco.
Amodorrado puteó varias veces porque cada vez que pasaba un gran ómnibus de pasajeros o uno de esos camiones grandes, las vibraciones y el ruido le despertaban, entonces arrancó y derivó por una ruta de tierra unos doscientos metros para dormir mejor, era un atardecer raro de verano, de esos en que no se sabe si va a llover o no.
Entonces pensó en volver al viaje porque ya estaba muy caliente para dormir pero de todas maneras ya estaba allí, en radio Clarín comenzaba la media hora de Carlos Gardel, su tocayo, así que entrecerró los ojos y se dormitó escuchando “Sueños de estudiante”.
El tiempo suele ser un habitante tramposo de los hombres que viajan, una noche puede durar un segundo y una mañana una eternidad, por lo tanto cuando Carlos observó el horizonte abriéndose paso entre unas nubes rechonchas a su izquierda manoteó el celular para ver la hora.
Eran casi las cinco de la mañana, había dormido mucho más de lo esperado y eso era bueno, bajó de la camioneta para mear y estirar las piernas, los pájaros desde los altos paraísos comenzaban su ensordecedor saludo al nuevo día, a lo lejos un ranchito humeaba desde la chimenea.
Retomó viaje luego de lavarse la cara con el agua de un bidón, prendió un tabaco y pitó el tabaco negro, se rascó la barba crecida y pensó en que apenas le deje las cajas a Parrado se iba a meter al hotel Paradiso para darse un buen baño y una afeitada.
Entonces difuminada por la luz del sol que casi al ráz talaba el horizonte vio un grupo de gentes caminando en su dirección a la derecha de la carretera, esto no era raro pero aminoró la marcha, nunca se sabe si no se necesita la ayuda de alguien allí en medio de la nada más absoluta en alguna parte del norte.
Eran un matrimonio con tres hijos, la mujer llevaba el más chico, un bebé dentro de un rebozo, todos eran obviamente campesinos pero se veían sucios, muy pobres y delgados.
___Buen día, ¿Necesitan algo?
___Gracias señor, vamos al norte a buscar trabajo. ___Dijo el hombre, que era viejo, quizás demasiado para la mujer y los hijos, tal vez era el abuelo pensó, pero no es raro en el interior que haya matrimonios con grandes diferencias de edad.
___¿A recoger naranjas en la zafra?
___A lo que dios mande señor, me llamo Nicolás Rodríguez y esta es mi mujer y mis hijos, si nos arrima le agradezco de corazón porque plata no tenemos.
Carlos sonrió y todos subieron, la cabina era suficiente, una niña y un niño de unos nueve o diez años completaban el grupo, los chicos eran casi rubios como su madre, la mujer tenía el rostro surcado por las características arrugas de los que envejecen prematuramente por culpa de las necesidades. Todos estaban tiznados y olían mal.
El varón miró inmediatamente el paquete de galletas sobre la guantera y Carlos le hizo el gesto de que podía agarrar, el niño miró al padre y este asintió, no se hizo esperar el hambre que acabó con el paquete de las “Famosas” en unos segundos. Carlos le señaló el termo al hombre para que se sirva unos mates. Pero agradeció negándose educadamente.
___¡Por favor, ya estoy verde de mate y siempre es bueno calentar el garguero, la mañana está un poco fría para ser verano!___ Insistió Carlos
___Gracias, le voy a hacer el honor entonces.
De reojo mientras manejaba Carlos le vio las manos huesudas, temblorosas para cebarse, las uñas rotas del trabajo en el campo, toda la familia llevaba en su aspecto el cuadro ansioso de esa pobreza campesina que asola al país desde sus orígenes.
Cuando ya estaba convencido de que iban a acompañarlo hasta Salto, la mujer le susurró algo al oído a su marido y le pidieron bajarse cerca de Paysandú. Carlos los vio quedarse allí al costado de la carretera a media mañana como esperando algo y se quedó pensando en si había dicho algo inapropiado para que no sigan con él.
Se sintió culpable por no darles al menos unos pesos para que coman algo, a la vez estaba seguro de que no se lo hubieran aceptado, el hombre evidentemente era de esos hombres de campo dignos y que no quieren nada regalado de la vida. Por fin se apeó en un parador al costado de la ruta cerca del puente Rivera y buscó una mesa cerca de la carretera para ver a su camioneta pero principalmente esperando que la familia pase en otro vehículo y asegurarse de que iban bien.
Una mujer regordeta le tomó la orden de un capuchino con dos media lunas con jamón y queso, en medio del pedido salió la conversación de esa familia que tanto le había conmovido.
La mujer que vestía un delantal oscuro y grasoso miró al mostrador donde atendía presuntamente su marido y con una sonrisa superada volvió a encarar a Carlos, el hombre lo miró con gesto preocupado, se secó las manos con un repasador y vino a traerle las medialunas.
___¿Y no tuvo ningún percance en la ruta?
___¿Percance?, No, solo me detuve a pegar el ojo y cuando volví encontré a esta gente, después llegué acá... ¿Por qué?
___Es raro. ___Dijo el tipo y volvió al mostrador porque entraban otros clientes.
Carlos miró a la mujer que fue a buscar el capuchino acrecentando su necesidad de información.
___Mi marido, el Nestor, dijo eso porque siempre que hay accidentes desde la ruta 18 al puente, la gente dice que subieron a una familia como la que usted nos describió.
___¡Vamos!
___Es cierto, por dios que se lo digo, usted es el primero que los lleva y no se accidenta.
___Perdón pero... ¡ No me joda!
Uno de los clientes, un veterano con aspecto de leñador por su indumentaria se acercó a la mesa y le contó una extraña historia de una familia que murió quemada en su rancho luego de que el patrón les despidiera.
___Y les prendió fuego a todos, hasta el bebé murió, una calamidad señor.
___¿El propio padre?
___Ya sabe, la tierra es del que tiene los papeles, es raro de que sea pa’l que la trabaja.
Carlos recordó los rostros tiznados de los cinco y del silencioso bebé que nunca pudo ver a la cara. Cuando terminó de desayunar volvió a la ruta, lo que más lo preocupó fue que sentía muy profundamente que era cierta la historia.
¿Pero porqué no se había accidentado como cuentan de todos los que se habían topado con la trágica familia?
Lo primero que vieron sus ojos cuando comenzó a manejar fue el viejo adhesivo pegado junto al volante: “Por la tierra y con Sendic” decía el mismo.

Fin
1 de Enero del 2009

Nota del autor: Raúl Sendic fue fundador del Movimiento de liberación Nacional (Tupamaros) del Uruguay, también como dirigente de los cañeros del Norte en Artigas encabezó las marchas a Montevideo para reclamar por el siempre olvidado Norte. A él y a los pocos que le siguen haciendo justicia a su memoria en el Frente Amplio (Coalición de las Izquierdas del Uruguay)va este cuento.

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