Saturday, October 17, 2009

La otra casa Usher

La otra casa Usher
Por: Darío Valle Risoto

La casa fue comprada por Waldemar Usher en 1962, ya era magnífica y enorme, cuando ese hombre de aspecto inglés, llegó al barrio de Sayago a tomar posesión de esa construcción de cuatro pisos con torre con mirador y tejas negras cubriendo su techumbre tan basta como combinada de artefactos góticos.
Si bien varios empleados contratados se abocaron a dejar como nueva la mansión unos diez años después comenzó a decaer rápidamente, eso se apreciaba en sus jardines que se poblaron de enredaderas y arbustos indeseables rugosos y anárquicos que invadieron los caminos de piedras lajas y las dos pequeñas fuentes se cubrieron de un moho amarronado y hediondo, las tejas que comenzaron a caer alrededor de la construcción que parecía ir desgajándose lenta pero inexorablemente.
En el barrio los niños le temían al lugar y si jugando a la pelota se les perdía el balón dentro de esos camuflajes enfurecidos lo daban por perdido, ninguno, ni el más atrevido y guapo se animaba a ir a buscarlo.
Las ventanas ennegrecieron y la casa se transformó en un monumento amorfo de un pasado que supo de fiestas y galas de tango. Según contaban las abuelas de la calle Astengo que muere paralela a la avenida Millán rodeada de calles sin salida.
La historia menos cruenta fue que Waldemar Usher se ahorcó cuando su amada se escapó a la Argentina con su amante Rosarino, un guapo apodado “El centella”, dicen que lo encontró su abogado meses después, ya pútrido con su desgarbado cuerpo colgando de uno de los cordones de sus cortinados Europeos en el salón de lectura.
Por lo tanto esa calle de dos cuadras, largas cuadras de casas bajas, era espectadora de la casa que se levantaba como al borde de un mundo que solo podría habitar en los yermos campos de la locura.
En 1994 un descendiente de Usher, un tal Antonio Sepulveda la heredó quién sabe como y llegó frente a la enorme reja oxidada que aún vigilaban dos gárgolas de piedras negras, una sin cabeza y la otra con las alas partidas.
Doña Marta lo vio entrar con determinación una tarde de viernes en Febrero y nunca más se supo de él.
Cuando Sarah Alonso llegó de España en Octubre del 2001 lo primero que hizo fue a visitar a su querida tía, la misma Marta que era una reliquia viva de un Montevideo que al menos en esa zona de Sayago se negaba a morir definitivamente. Pedro Palacios sintió un vuelvo en el corazón cuando se encontró con su amiga de la infancia al regresar de jugar a las bochas en el club Belvedere.
___¿Sarah?
Ella lo abrazó y olía a perfume Francés y a miles de experiencias en su beca de estudios en París para licenciarse, aún así Pedro no olvidaba su primer beso en la escuela y las pecas de ella y los miles de pájaros en el estómago de él, por estar absolutamente enamorado.
Pero allí estaba en el confín más cercano del paisaje la enorme casa Usher como presenciando a esa pareja de veinteañeros que subrepticiamente se abrazaban, casi con lágrimas en los ojos.
Una teja de deslizó destrozándose contra uno de los muros laterales levantando una bandada de pájaros negros y haciendo que la chica observara desde allá abajo la multiplicidad de ventanas, los capiteles y chimeneas de la construcción que parecían darle la bienvenida.
La abuela Marta invitó a Pedro a tomar el té una tarde como recibimiento a su querida sobrina-nieta, él llegó con mazas frescas y rieron y se contaron cosas hasta que subrepticiamente se deslizó el tema de la casa, entonces a la tía se le transfiguró el rostro porque temía lo peor.
___Mi niña, ni se te ocurra entrar allí, creo que entre esas paredes habita algo muy malo.
Sarah cambió de tema pero le hizo una guiñada a Pedro que no se hizo mucho de desear para entrar a la mansión Usher al día siguiente, ¿Cómo decirle que no a esa rubia hermosa de largo pelo hasta la cintura y ojos azules?.
___Van a demoler la casa el año próximo, me enteré en la junta vecinal hace unos meses.___ Dijo él tratando de convencerla de no entrar.
___¡Tenemos que verla Pedro!
Y por la tarde entraron sin mucho esfuerzo, el candado casi se deshizo cuando Pedro empujó la reja, con dificultad cruzaron el jardín casi intransitable mientras cientos de insectos escapaban a sus pies, ella miró a la enorme fachada de la casa y sintió que habían dejado varias décadas a su espalda.
Entonces escucharon música de Tango y todo brilló y olió a nuevo, un mayordomo les recibió tomando sus ropas de abrigo mientras a su espalda se encendían los faroles del jardín y las fuentes lanzaban chorros cristalinos desde las bocas de angelitos de mármol rosado.
A la mañana siguiente hallaron los cuerpos de Pedro y Sarah junto a la puerta de entrada del jardín del lado de adentro, ambos estaban decapitados, nunca encontraron sus cabezas.

FIN

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