Sunday, December 27, 2009

Donde se come... (Cuento)

Donde se come...
Por: Darío Valle Risoto

Pablo contemplaba asombrado a sus compañeros del taller que bajo los efluvios del abundante alcohol festejaban la Navidad entre malos chistes, abrazos y canciones festivas. Dos secretarias bailaban sobre una mesa pateando envoltorios de papel y tirando copas de plástico con sidra. Uno de los supervisores daba un discurso sobre compañerismo y las metas para el próximo año mientras Marcelo Techera bailaba con una limpiadora gorda de aspecto varonil, al supervisor y su discurso patético nadie le daba bola.
Vio a la esposa del patrón pasar por el otro lado de los boxes llevando una bandeja con masas, ella siempre cargaba una risa triste si es posible reír dentro de una latente amargura interior.
Pablo permanecía sentado lo más apartado posible de sus compañeros y su algarabía pero siempre trataba de integrarse al menos para no pasar como un insociable aunque preferiría estar durmiendo en casa. Eran las seis de la tarde y su abuela seguramente estaría horneando galletas y comenzando a ver la hora.
___¿No te dije que trajeras más Chivas?
Volvía Melisa por el mismo camino pero ahora acompañada por Julio Di Pietro, su marido, gerente y dueño de la fábrica de confecciones donde Pablo trabajaba desde hacía tres interminables años.
Su patrón lo miró de reojo. Él volvió a notar ese rasgo de tristeza imperante en el marco delgado y atractivo de esa mujer de cuarenta años que a veces parecía arrastrar una eternidad de ojos verdes y tristes.
___¡Con la mina que tiene y igual la caga a cuernos! ___Dijo Luís Cardozo uno de los cadetes oliendo a caña con cocacola y apoyándose en el hombro de Pablo peligrosamente al borde de la caída o el vómito.
Era cierto hasta el Vaticano estaba enterado que el hábil industrial y el principal exportador de prendas de vestir del país la recagaba a su mujer, la abogada Melisa Anchorena. Comenzando con sus secretarias que si no se dejaban despedía y siguiendo con diferentes incursiones por la noche Montevideana buscando transvestis acompañado de Pacheco el supervisor más alcahuete que haya dado la creación.
Pero el grasa de Luís tenía razón, Melisa Anchorena era una mujer rica de cuarenta años con un cuerpo perfecto de casi un metro ochenta de alto, hacía gimnasia, estaba muy bien formada y siempre se vestía con muy buen gusto, incluso ese lunar sobre el labio de arriba le quedaba formidable.
Por suerte Luís se fue a tocarles las piernas a las secretarias que seguían bailando sobre las mesas y Pablo observó el regreso de su jefe enfadado y gritando como si se acabara el mundo mientras su mujer lo miraba muy seria.
___¿Y ahora se nos termina el whisky?, ¡Te dije que trajeras dos cajas y no una!
Industrial explotador y borrachín, homosexual no asumido e hijo de puta era poco, Pablo cerró los puños, no le gustaba que la gente se hable mal y menos a su mujer, eso era demasiado.
___Hey, Pablo... ?
___Pablo Gómez, señor.
___Haceme el favor, acompañame a mi mujer en el auto para ir a buscar más whisky, llegaron clientes nuevos y los tengo a pura mierda de ginebra, haceme el favor...
Así Pablo sin saberlo siquiera iba en el lujoso auto Mercedes de su jefe conducido por Melisa, rumbo a una casa que nunca había conocido, el perfume de ella era solo superado por sus cabellos rubios movidos por el aire que entraba por la ventanilla abierta.
Pensó en decir algo, hablar sobre el clima, el tráfico o sobre el reciente hallazgo de un esqueleto de Dimetrodonte en Florida pero todo le parecía estúpido, así que permaneció callado.
Hasta que las lagrimas de Melisa comenzaron a bajar silenciosas por sus mejillas de terciopelo.
___Perdóname Pablo, hoy no es una buena Navidad para mí.
Él estaba seguro de que hacía mucho tiempo que esa mujer no era feliz, más de una Navidad y seguramente todo terminaba en un casamiento por simple búsqueda de la seguridad económica.
La casa era en realidad como una enorme mansión en medio de la zona más rica de carrasco, ella estacionó el auto y entraron al garaje a buscar las cajas de whisky, había un hermoso aroma a flores de los jardines cercanos que eran regados automáticamente.
Pablo subió tres cajas de Chivas Regal que juntas valían mucho más de lo que él había ganado en todo un año.
___¿Tenés un cigarro?
___Perdóneme, no fumo.
Ella lo supo todo el tiempo, Pablo estaba nervioso y le contestaba temblando, parecía un verdadero chico que la maestra llama para amonestar por una travesura.
----___Yo se que Julio es una basura, estamos casados hace veintidós años y ya no recuerdo cuando la pasamos realmente bien, sé también que ustedes dicen que soy una cornuda, que hablan de mí...
El “Ustedes” le sonó a insulto, lo emparejaba esa palabra con los demás del trabajo pero Pablo era diferente, era un hombre solitario que vivía con su abuela luego de quedar viudo hacía ya como una vida y media, tenía treinta años pero sin embargo parecía mucho más joven.
___Mire, es mejor que regresemos.
Los ojos verdes de Melisa lo miraron como tratando de leer en los suyos que trataban de no recorrerla como lo hacían habitualmente.
___Todos están calientes conmigo, también lo sé.
___Perdóneme, pero usted ¿acaso se cree que es la única persona triste en este mundo?
Ella sacó un paquete de cigarrillos de su saco, le quedaban dos, entonces sí tenía, pensó Pablo mientras ella encendía uno con un encendedor chapado en oro.
___¿Vos no?
___Mire señora...
Entonces ella escupió el cigarro y lo empujó contra una pared del garaje mientras lo cerraba accionando la puerta automática, a lo lejos unos jardineros seguían trabajando sin enterarse de nada.
Era difícil resistirse a algo así y terminaron o comenzaron haciendo el amor en una suerte de frenesí y desencuentro de manos y piernas, que terminó en un grito de profundo orgasmo de Melisa que hasta pudo asustar a Pablo.
Regresaron en silencio y le llevaron las provisiones de whisky a esos industriales gordos e imbéciles y Pablo regresó a casa de la abuela luego de despedirse de sus compañeros.
Esa noche luego de las doce cuando ayudaba a lavar los platos y ya se habían despedidos sus hermanas, se sentaron con su querida abuela Mercedes a tomar un té como a ella le gustaba. Entonces tocaron al timbre de calle.
___Debe ser una de esas locas que dejaron algo olvidado, nunca falla.
Pero la abuela no regresó sola, estaba acompañada de una triste mujer que solo tenía dinero.
___No tenía otro lugar a donde ir. ___Dijo Melisa.

Fin

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