Saturday, March 19, 2011

El oro de la tarde

El Oro de la Tarde
Por: Darío Valle Risoto


Al caer la tarde, cuando la noche ya es una amenaza cierta, los obreros salen del frigorífico, muchos toman el tranvía y otros simplemente regresan el camino mañanero retornando a sus casas. Los rostros cansados a veces responden un saludo con una sonrisa triste o en el mejor de los casos conservan alguna promesa de reencontrarse en el boliche lejos del olor a sangre y el mugido triste de los novillos que desfilan al matadero.
Romualdo a menudo con la cuchilla ensangrentada en sus manos cansadas se ha preguntado si los bichos que van a morir no serán más afortunados que esos casi trescientos humanos que trabajan día a día deshuesando y apilando carne para la venta.
Y no es ni será la primera vez que Camilo lo espera debajo del farol de la calle Forteza, el hermano solo viene por una cosa, peor sería que no venga jamás.
__ ¿Cuánto perdiste esta vez?
__ Mirá que ese pingo era una fija pero antes de los cincuenta metros se fue quedando, mala pata que le dicen.
__ Solo te puedo prestar cincuenta pesos porque recién la semana que viene cobramos.
__ Cuando me cambie la suerte te los devuelvo.
Saludó con el ademán típico sobre el ala del sombrero gacho y se fue caminando con su porte de compadrito y sus zapatos de charol hasta que se perdió de vista. Romualdo siempre piensa en abrazarlo pero sabe que no sería posible.
También Romualdo sabe que eso “del préstamo” es un cuento, nunca volverán los billetes azules como no vuelven ni los rojos ni algún verde. Su hermano es un  caso perdido que siempre avergonzó a la familia y sin embargo: ¿Por qué en el fondo de su alma le envidia?
Al retornar al conventillo saluda a los vecinos y se despide de un par de compañeros que pasan por la puerta de portones oxidados y aroma a madreselvas.
Saluda a su madre y le inventa que Romualdo preguntó por ella, que le manda un beso en la frente y su bendición. Asunta sabe que su hijo mayor le miente pero prefiere dejarlo así y calentarle el puchero mientras él se va a remojar al patio.
Un lejano italiano canta desde otro lugar mientras Ceferino el de al lado prende la radio, pasan el partido de Huracán Buceo y Peñarol, todos saben que Joya y Spencer son imbatibles.
Entonces suele venir ese momento en que enjuagarse las manos cansadas, los brazos partidos de cargar reces y los ojos olvidados rinde el oro de la tarde. Ella sale al frente de su pequeño altillo y cuelga ropa mientras le sonríe con sus ojos robados al cielo y su piel de porcelana.
__ ¿Cómo estás Romualdo?
__ ¡Hola Catita! Estoy bien… ¿Y vos?
Entra a su casa temblando como un niño, se sienta a la mesa y su madre le trae la comida y por último el pan y el vino mientras humean los choclos, las papas y la carne hervida.
__ No pude comprar zapallo está muy caro.
__ No importa vieja, está muy bueno igual. ___Mira hacia la puerta y se delata, su madre ya ha comido y se arrima el mate a la mesa para acompañarlo.
__ ¿Cuándo te le vas a declarar a esa gurisa? ¿Mirá que los buitres comienzan a rondar?
__ No vieja, no, ella es demasiado para mí, ella necesita algo mejor, un tipo con suerte, con plata.
__ Pero Romualdo vos…

El hombre se limpia la boca con la servilleta y se sirve el vino casero comprado al gallego de la vuelta, cuando el plato está vacío prende un cigarro y se va al cuarto.
Afuera se van prendiendo las luces del conventillo, la noche vendrá y otro madrugón para trabajar en el frigorífico.

FIN

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