Tuesday, March 23, 2010

Aquel Cine Intermezzo

Aquel Cine Intermezzo
Por: Darío Valle Risoto


El cine tenía olor a pop acaramelado y ropa sucia, los cortinados que separaban la sala de las puertas eran pesados y de color Bordeaux muy oscuros y manoseados por miles de manos, todos conocían a mi padre desde el boletero hasta el acomodador pasando por el vendedor de caramelos que era un hijo de alemanes rubio y casi tan alto como mi viejo.
La cosa era que estrenaban en el centro y a los pocos días esos estrenos venían a los barrios para pasar después al interior del país, uno se apuraba para ver cuanto antes las películas que le interesaban porque el celuloide tenía tal desgaste que cada vez que se pasaba la cinta esta se deterioraba. Rayas, pérdida del color, ruidos extraños producían pataleos en la sala y lo peor era cuando la cinta se rompía y había que esperar.
Mi tío Pololo era operador en el cine Arizona, me contó que cuando la película se prendía fuego había que apagarla rápidamente cortándola cuanto antes, después se pegaba como si nada y se volvía a colocar en el proyector. Eso explicaba los abruptos cortes en medio de determinadas escenas.
Chiflidos, puteadas y golpes fuertes en el piso de madera con los pies cuando saltaba la película de una situación a otra sin ninguna explicación, las historias con cada exhibición sufrían el deterioro y la mutilación de preciosos minutos. Ni hablar de la censura en plena dictadura.
Venían los porteños a ver “La Naranja Mecánica” y otras películas que allá era prohibidas por lo milicos, los de acá no, en el Cine Liberty exhibieron como un año y medio seguido: Woodstock y La canción es la misma, después daban Jesucristo Superstar. La sala que estaba junto al túnel que une dieciocho de Julio con Ocho de Octubre se llenaba de Hippies con olor a pachulí.
Con mi primo Sergio íbamos al Intermezzo y al Trafalgar, este último era más grande aún que nuestro cine preferido, allí nos iba a buscar mi padre porque quedaba medio lejos de casa, más distante aún estaba el cine Broadway cerca de la curva de Maroñas. Pero lo cerraron cuando yo tendría unos once años más o menos.
La televisión le dio un golpe mortal al cine de los barrios, era gratis y además estaba en casa pero no era del todo lo mismo porque el cine era en colores y allí estábamos dentro de las historias. Salíamos excitados queriendo ser astronautas, cowboys o karatecas, le locura nos hacía jugar a que éramos Bruce Lee o John Wayne en el patio del conventillo.
A veces íbamos al Intermezzo sin saber que daban y aunque exhibieran cualquier porquería entrábamos igual porque era muy barato amén de que nos dejaran entrar sin pagar porque conocían a mi viejo de toda la vida.
Nos fumamos todas las películas de Palito Ortega, de Sandro, de Raphael, La discoteca del amor y con algo de insistencia nos dejaban entrar a ver las de Olmedo y Porcel. Moria Casan fue como un sueño preadolescente recurrente en nosotros, Susana Jiménez era muy bizca pero igual le hubiéramos…
Los domingos daban de a tres películas, muchas eran de guerra: Los Cañones de Navarone, El Puente de Remaggen, muchas películas con sentimiento norteamericano nos hicieron querer ser yanquis, rubios, masticar chicle y adueñarnos del mundo.
Vimos “La Mosca” y nos cagamos de miedo, cada vez que una mosca volaba por casa tenía el temor de que tuviera una cabeza humana y me gritara: ¡Help!, ¡Help!, mi madre las mataba con el matamoscas y yo tragaba saliba.
Era lindo salir a la panadería y volver a entrar con el paquete de bizcochos bien calentitos y comer y mirar con los ojos inmensos, me gustaba y todavía me gusta el comienzo de las películas de la Fox, el León de la Metro, El avión de la RKO Radio.
¡Qué recuerdos!.

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