Saturday, March 6, 2010

El Hada de Vigo

El Hada de Vigo
Por: Darío Valle Risoto

La memoria es una amiga traicionera, si es que la podemos etiquetar de amiga, por cierto que abundaban los detalles en el recuerdo de Aníbal, sin embargo, ella en si misma se volvía de rostro errático en su recuerdo, más no su voz aterciopelada con un dejo de angustia sempiterna en el timbre.
Tenía en su frágil figura el sinuoso carácter mágico que todas las mujeres conservan no importa su edad o condición, se llamaba Florencia y sufría de un cáncer extraño que poco a poco le dilapidaba la salud e irremediablemente iba en camino a la muerte.
La primera vez que la vio fue durante un descanso de la oficina de quinielas, había caminado hasta la plaza independencia y allí estaba ella con un vestido rústico de tela color tiza, mirando a unos niños muy pobres jugando a la pelota.
Aplaudió un gol de los chiquilines evidentemente ensimismada en su juego y Aníbal se quedó con la boca abierta y un pedazo de sándwich de queso pegado a su bigote observando esa estampa irreal donde una joven de largos cabellos rubios miraba a esos cuatro chicos tratando de meter una pelota casi desinflada en un improvisado arco.
Volvió diez minutos tarde al trabajo y recibió la amonestación como quién escucha hablar en ruso, solo tenía el recuerdo de esa delgada muchacha aplaudiendo bajo un irreverente sol primaveral en un Montevideo que desconocía a las hadas.
Desde ese momento y durante quince días volvía a la hora del descanso a la plaza pero ella ya no estuvo allí, le pareció curioso que a veces en su casa durante la noche o en las largas jornadas de trabajo recordara a esa chica anónima de aspecto fantástico.
Un caluroso viernes de tarde tras dejar su empleo con la promesa de un fin de semana libre, fue a cobrar al banco y sin esperarlo escuchó una voz lejanamente familiar que discutía con un cajero.
Era ella.
Con un gesto por demás dulce pero no exento de autoridad reprendía al funcionario porque al parecer había tratado en forma por demás ordinaria a una anciana que asistía acongojada a la conversación, todo terminó cuando el tipo enorme de rostro desagradable les pidió disculpas por su actitud, ella sonrió y salió del lugar.
Fue como un roce eléctrico cuando apenas le tocó en camino a las puertas giratorias, Aníbal dejó la idea de cobrar para más tarde y casi corrió detrás de ella hasta que la tomó del brazo sin saber que decirle.
Sus ojos, ¿Cómo olvidar sus ojos?, ¿Eran verdes o azules?, Probablemente negros pero no los recuerda sino el impacto de recibir el rayo inmaculado de su mirada de profundas cejas negras a pesar del cabello claro.
Tartamudear es un privilegio de los hombres tímidos del que no carecía Aníbal, así que ella tampoco tuvo el tupé de disimular la carcajada y antes que él termine por decir tonterías lo invitó a que la invite a comer un helado.
Frambuesa y Dulce de leche, nunca olvidará el gusto del mejor helado de su vida y ella sentada a su lado con un dulce perfume que sigue reconociendo en los sitios menos imaginados.
Descubrió que no era uruguaya sino española, de Vigo y por eso cierto acento aunque había venido a los cuatro años primero a Buenos Aires y después al Uruguay, que su padre era diplomático y su madre había muerto al parirla pero que tenía muchas madres postizas, que vivía de fabricar pequeños muñequitos de trapo que hacia con tal espero que era imposible no venderlos.
Le regaló un pequeño duende que vestía de un azul bolita intenso mientras que poseía un cabello muy rojo y desde luego tenía dos descomunales orejitas en punta.
Y Florencia de desnudó una tarde en la casa de Aníbal, tenía que haber aquilatado ese momento por siempre, sin embargo difuso era el instante en que sus manos tocaban el cielo y su corazón se elevaba a un instante mágico que duró varias horas.
Pero ella quiso que él no se enamore, como si fuera posible, tampoco quería que vaya a su entierro lo que desde luego tampoco pudo evitar. Fueron solo cuatro meses de estar juntos pero aún pasados treinta y cinco años Aníbal conserva un casi deshilachado duende de trajecito azul y cabellos rojos de nylon en alguna parte de su alma.

FIN

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